1. El mago

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Confianza en uno mismo. Ingenuidad. Dominio de los acontecimientos. Aceptación de las señales del universo para extenderlas en la Tierra. Inicio.




Existía un único punto de equilibrio entre la vida de Bárbada y la de Baha, en ambas estaba cansada de escuchar que qué trabajo tan chulo, que tenía que ser divertidísimo indagar en vidas ajenas y plantear futuros posibles. Como si fuese una viajera en el tiempo que había regresado al presente cansada de ver todo lo que el mundo iba a deparar a la raza humana. Y no, no lo era. Eso lo tenía muy claro. Quizás de las pocas cosas realmente claras que había en ese momento en su vida.

Si conseguía calmar su torbellino interior era porque tenía que enfrentarse a diario a decenas de torbellinos ajenos. Quizás eso era lo que conllevaba que realizase las acciones cotidianas como una autómata. Puede que servirse el desayuno y el café medio zombi le pasase a la mayoría de la gente, pero estaba bastante convencida de que el resto de situaciones no eran tan comunes. En muchas ocasiones había regresado de la compra sin tener ni la más remota idea de qué productos había metido en su cesta, había llegado a lugares sin poder discernir qué ruta había recorrido, se había acostado consciente de haber estado viendo la televisión las últimas horas pero no podría repetir ni una sola de las escenas que había visualizado.

Y así, sin saber qué había desayunado, cómo se había vestido ni que ruta había seguido abrió un día más Oráculo.

Encendió una cerilla que zarandeó un segundo por el aire y con ella las velas, una a una, con actitud paciente, intentando deleitarse en unos olores que ya no le transmitían nada. Retiró las que estaban en las últimas y con la luminiscencia tenue que se generaba al no tenerlas todas encendidas se dirigió al almacén donde pulsó el interruptor de la luz y escogió con monotonía con cuales sustituirlas. En un rincón acumulaba todas las que iba comprando cada vez que se encontraba con alguna interesante. O con alguna promoción. Aunque no tenía un estilo determinado sí tenía algunas manías. Las oscuras no parecían generar buenas sensaciones en sus clientes que se quedaban mirándolas atrapados en sus propios demonios, y las cuadradas le generaban cierta fobia desde que casi fueron culpables de un incendio. Escogió unas cilíndricas de no mucha altura en colores coral y regresó a la sala.

Ya acomodada abrió la agenda para corroborar las citas del día y comenzó a barajar por inercia las cartas del tarot que tenía sobre la mesa, por eso que dicen que hay que tocarlas a menudo y transmitirlas tu energía. Aunque si absorbiesen la suya las tiradas iban a salir bastante sombrías. Mientras lo hacía centraba la mirada en la nada que se escondía en el interior de la bola de cristal. Se cogió la manga de la blusa con el dedo índice y el pulgar y la restregó a la altura de la muñeca sobre la bola para quitar el polvo que se acumulaba, inexorable, sobre cualquier futuro.

Hubiese sido una buena jugada del destino que se encendiese y mostrase una imagen clarificadora de lo que estaba por llegar. Ojalá una escena en la que apareciese despreocupada y sonriente. O una más real de la situación inminente que iba a dar un vuelco a su vida. Pero eso no había ocurrido nunca. Aquel trozo de cristal se mostraba eternamente transparente. Y, aunque en ese momento lo desconociese, era mucho más útil para ella mantenerse ignorante de su futuro.

Cuando quedaban pocos minutos para la primera cita hizo su ritual echando hacia abajo la cabeza y dejando caer la melena para recogerla con un pañuelo de colores vibrantes y se cubrió con la túnica que tenía más a mano y que le había regalado hacía ya demasiados años una clienta que afirmaba habérsela comprado en un viaje a India. Se acercó al espejo del pequeño baño y, de nuevo por pura inercia, se maquilló como de costumbre hasta borrar casi del todo sus facciones; coloretes rojos, khol en los ojos, los labios delineados muy lejos de su comisura real... Algunos días sentía la necesidad de no transformarse, de mostrarse con la cara lavada y su ropa de diario, de ser su versión más natural. Sin embargo tenía la certeza de que quien cruzaba esa puerta no lo hacía para encontrarse con la normalidad más absoluta.

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