4. El emperador

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Control autoritario. Energía masculina. Búsqueda del orden. Responsabilidad de las acciones propias. Lo estable. Lo material.




Pedaleaba con un pensamiento fijo, llamar por fin a Teresa en cuanto llegase a Oráculo. Repetía la tarea en su mente una y otra vez pretendiendo fijarla para que en esta ocasión nada le interrumpiese en su cometido. Sentía que el vínculo entre ellas le obligaba a preocuparse por la vida de su clienta, por muy lejana a la suya que fuese, por muy de postureo que se revelase. Intentó recordar también que debería buscar un poco más de información sobre la desaparición de la que le había informado la policía. La información era poder y podía venirle bien analizar un caso real. No solo por estar al día. Esas noticias solían dar pie a muchas teorías y a muchos sospechosos y eran un buen ejercicio para profundizar en la mente humana. Un pensamiento chocó con el otro haciendo que olvidase los dos en cuanto entró a su local y sonó el teléfono.

—Hola, ¿Estoy llamando a Oráculo? —la voz al otro lado de la línea revestía cierta timidez. Algo común en casi todas las primeras llamadas, por lo que Baha supuso que se trataba de un posible (y ansiado) nuevo cliente.

—Sí, efectivamente. ¿Qué desea?

—Quería concertar una cita.

—¿Qué día le vendría bien?

—Lo cierto es que tengo algo de urgencia —sonaba educado y la voz iba tomando una resonancia familiar—, no sé cuál sería el primer hueco en el que podría atenderme.

Baha miró la agenda, contenía bastantes espacios en blancos, y le propuso que la visitase esa misma tarde. Una urgencia era urgencia. Cuando lo vio entrar algo se le revolvió por dentro.

Fue sencillo reconocer en el hombre que cruzaba la puerta al policía que se había mostrado más tímido y menos amenazado por el lugar. «Álex, eso es». La maquinaria para recordar nombres e información de valor para su trabajo parecía seguir funcionando en algún rincón ignoto de su cabeza.

—Hola, Bárbara —la vidente no se veía con la suficiente confianza para explicarle el rol de Baha y, al final, estaba hablando con la autoridad aunque vistiese de paisano. Lo dejó pasar—. Te sorprenderá esta visita. Ante todo quiero comentarte que es extraoficial, digamos que me transmitiste bastante confianza y creo que puedes ayudarnos pero, ya sabes, la policía no utiliza a las videntes de forma oficial en sus casos. Ya, por mucho que lo parezca en las películas. Digamos que creo que puedes ser un apoyo y estoy en un punto en el que cualquier ayuda es bienvenida. No entiendo mucho de esto, alguno de mis familiares es consumidor de videncia, no sé si lo digo bien, pero para mí es el primer acercamiento —hablaba de corrido como si hubiese memorizado los puntos clave que tenía que decir. Aun así seguía sonando natural, transparente.

—Claro, entiendo entonces que quieres realizar una consulta sobre algo en concreto.

—Bueno, son demasiadas cosas por las que querría preguntar pero... ¿cuánto dura esto?

—Depende del método que escojas, pero normalmente en torno a treinta minutos —estaba siendo escueta adrede, veía en él unas ganas locas de hablar, unas ganas muy infrecuentes en las personas primerizas, y pensaba dejarle hacer. Su actitud distaba en ese momento de la del policía atento que ponía distancia de por medio y miraba concentrado su libreta, era la de alguien necesitado de escuchar algo concreto y expresarse.

—De acuerdo, tendré que escoger entonces. ¿Todas tienen el mismo precio? —Baha asintió—. Eso sí, antes de empezar te quería comentar una cosa. Por como evitaste hablar de más el otro día sobre Teresa creo que eres una persona que protege la intimidad de quienes la contratan. Pero tengo que preguntártelo. ¿Entiendo que tenemos la máxima privacidad, verdad?

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