5. El sumo sacerdote

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Alianza. Persona a la que recurrir. Búsqueda del equilibro personal y apoyo en el equilibrio colectivo. Líder. Caridad y paciencia. Papa.




La fecha de El futuro del futuro se estaba acercando y aún no había decidido cuál sería el tema del que iba a hablar. Ni siquiera había decidido si impartiría la charla Bárbara o Baha. Enfrentarse a un auditorio que contase en su audiencia con un número de personas mayor a uno la paralizaba un poco. Más por inexperiencia que por pavor a hablar en público. Lo que la paralizaba del todo era tener que llevarse algunas líneas aprendidas sabiendo que últimamente su capacidad para recordar no estaba pasando por su mejor momento. Solo una imagen de ese futuro cercano se presentaba ante ella. Y lo hacía en una especie de pesadilla vívida que la invadía dormida, y despierta. Se veía en el escenario con el típico micrófono de oreja que usaban los predicadores, haciendo gestos con la boca pero sin que saliese de ella ninguna palabra. Una imagen que calificaría de terrorífica y que se le presentaba en los momentos más inoportunos asfixiándola, consiguiendo rebajar su ya mermada confianza.

Hacía demasiado tiempo que no tenía público y quizás el nerviosismo solo provenía de la falta de costumbre. O quizás hasta ese momento no se había planteado tener un mensaje. Estaban perfectamente nítidas en su memoria aquellas tardes de verano en las que sus abuelos le bajaban al bar que regentaban con la excusa de que ahí el ventilador era mucho más potente que en casa. Eran tardes de vacío, de jugar a muchos solitarios y de esperar con ansia la llegada de unos padres que trabajaban sin cuartel y de una hermana que buscaba evitar el plan de cartas y ventilador cobijándose en las casas con aire acondicionado y originales juegos de mesa de sus amigas. Sus abuelos le sentaban en una mesa pequeña desparejada del resto que se ubicaba al lado de la cocina, allí esperaban pacientemente entre películas de tarde y suspiros al aire a que algún parroquiano llegase a la barra. Y a que este se quejase.

En cuánto oían un «no sé qué va a pasar con esto» o un «ojalá alguien tuviese una solución» se volvían apacibles y dicharacheros indicando a sus clientes que seguro que la niña podía ayudarles con sus incertidumbres. Y por lo visto, aunque ese recuerdo era incapaz de rescatarlo, había acertado en varias ocasiones llegando a crear un número de seguidores tan extenso que la gente iba al bar solo por consultarle.

Su abuela, que durante toda su vida aseguró que la niña había acertado hasta un pleno al quince, indicaba un precio en pesetas a todo el que llegaba preguntando por «la predicción». Así lo llamaban, como si fuese a darles el parte del tiempo. Y les sentaba frente a ella cinco minutos dejándole responder con libertad. Una libertad que le llevaba a inventarse historias cargadas de detalles y que solo coartaba cuando sentía que la persona que tenía enfrente no estaba contenta con el resultado. Haberse convertido en una especie de reclamo para atraer clientes, al nivel de las horas felices o las invitaciones a chupitos, no era una preocupación. Al menos era un rato en el que alguien le escuchaba. Aunque hubiese agradecido que la propina subiese un poco. Podía haberse convertido en la niña vidente de moda si sus padres no hubiesen descubierto la estrategia de sus abuelos cuando ya el verano tocaba a su fin, prohibiéndoles volver a repetirlo. La siguiente escena de su memoria en la que estaba pronosticando algo frente a un cliente ya ocurría en Oráculo. Y ahí no había público.

El hecho de que las palabras pudiesen bloquearse en su garganta durante la ponencia le preocupaba casi lo mismo que la posibilidad de quedarse en blanco olvidando lo que quería contar. Desde la organización habían enviado una especie de plantilla de Power Point para que pudiese emplearla para crear su presentación, indicando que también podía utilizar cualquier otro formato. Se planteó durante un rato la opción de grabar un video y lanzarlo en la charla mientras se quedaba cómodamente sentada entre los asistentes. Así al menos podría controlar sus palabras. Si no lo hizo fue más por respeto al resto de compañeros que por comodidad, y fue convenciéndose de que tener unas ideas escritas en la pantalla ayudarían a ocultar los posibles lapsus de su memoria.

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