˚꠵ ★ I know my age and I act like it. Got what you can't resist𖥔 ࣪˖ .
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welcome to racing series this is GUTS
001 —intro
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2018 La casa estaba llena de ruido. Arthur y Charles habían estado discutiendo (como siempre) por algo relacionado con los tiempos de vuelta en el simulador de carreras, pero, ahora, los gritos y risas se habían trasladado al jardín, donde Charles intentaba asustar a Arthur lanzándole un balón de fútbol demasiado fuerte. Desde mi lugar junto al piano, dejé escapar una risa. La puerta del salón se abrió de golpe, y allí estaba Lorenzo, impecable como siempre. Con su camisa perfectamente planchada y su cabello cuidadosamente peinado, parecía fuera de lugar en la casa desordenada que compartían mis hermanos. —¿Qué pasa aquí? ¿Por qué Charles y Arthur están jugando como niños de diez años? —preguntó con un tono neutral, aunque sus ojos brillaban con un atisbo de diversión. —Eso pasa todos los días —contesté, moviendo los dedos por las teclas del piano en un intento de afinar una melodía que no terminaba de convencerme. Lorenzo se acercó y se sentó en el sillón junto al piano. Siempre tenía esa forma tranquila de moverse, como si nada en el mundo pudiera alterarlo. —¿Y tú? ¿Cómo estás, Liv? Hace tiempo que no hablamos. —Estoy bien —mentí. Aunque no era exactamente una mentira; estaba bien... en mi propio mundo. Lo que no significaba que las cosas fueran fáciles. Lorenzo arqueó una ceja, claramente no convencido. —¿Seguro? ¿O estás evitando algo? Suspiré, deteniéndome en medio de la melodía. Lorenzo tenía esa habilidad casi mágica de leerme como si fuera un libro abierto. —Charles y Arthur quieren que vaya a la práctica de karting. Ya sabes cómo son. Lorenzo sonrió suavemente, apoyándose contra el respaldo del sillón. —Claro que quieren. Para ellos, la idea de no tenerte cerca en lo que hacen debe parecerles extraña. Pero no puedes culparlos por querer que estés ahí. Tú eres parte de todo esto, aunque no estés en el circuito. —No lo entiendo —dije, frustrada. —Ellos tienen todo eso, las carreras, la fama, la emoción. Yo tengo mi música. ¿Por qué no pueden simplemente dejarme en paz? Lorenzo se inclinó hacia adelante, con los codos apoyados en las rodillas. —Porque te quieren, Liv. Pero también porque, en cierto modo, siempre has sido como el pegamento entre nosotros. Charles y Arthur, ya sabes cómo son: dos niños grandes que no paran de competir por todo. Pero tú siempre has sido diferente. Más tranquila, más sensible. Es como si tú nos recordaras que hay cosas más importantes que la velocidad. Lo miré, sorprendida por sus palabras. Lorenzo no era de los que hablaban mucho, y cuando lo hacía, era imposible ignorarlo. —No tienes que estar en su mundo para ser parte de la familia, Olivia. Pero tampoco deberías cerrarte completamente. A veces, mostrar un poco de interés en lo que hacen puede significar más para ellos de lo que crees. Asentí lentamente, dejando que sus palabras se hundieran en mi mente. Lorenzo siempre tenía una forma de poner las cosas en perspectiva, de calmarme sin siquiera intentarlo. —Gracias, Lorenzo. Supongo que tienes razón, como siempre. Él sonrió, levantándose del sillón y revolviendo mi cabello en un gesto cariñoso antes de salir de la habitación. —Por supuesto que tengo razón. Soy el mayor, ¿no? La puerta se cerró detrás de él, y me quedé allí, tocando las teclas del piano con un poco menos de tensión. Pero aunque Lorenzo había aliviado algo de mi preocupación, todavía había algo más que no les había dicho a ninguno de ellos. Algo que no sabía cómo explicar. Horas más tarde, estábamos todos reunidos en la sala. Arthur y Charles habían regresado del jardín con la energía de siempre, y Lorenzo había tomado su lugar habitual en el sillón, leyendo un correo en su teléfono. Yo estaba sentada en el suelo, rodeada por mi guitarra y algunas hojas de papel con letras de canciones garabateadas. —¿Qué es todo eso? —preguntó Charles, inclinándose para mirar mis papeles. —Nada importante —dije rápidamente, moviéndolos fuera de su alcance. Arthur me miró con sospecha desde el sofá, donde estaba tirado boca abajo como un gato perezoso. —Tienes esa cara de "estoy escondiendo algo". ¿Qué pasa, Liv? Suspiré, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba. Había llegado el momento. Era ahora o nunca. —Está bien, necesito decirles algo. Inmediatamente, los tres dejaron lo que estaban haciendo y me miraron. Lorenzo levantó la vista de su teléfono, Charles se enderezó en el sofá y Arthur se sentó con las piernas cruzadas en el suelo, como si estuviera esperando un anuncio importante. —Apliqué a un casting hace unas semanas —empecé, sintiendo cómo mi garganta se apretaba un poco. Charles sonrió al instante, como si ya supiera el final de la historia. —¡Eso es genial, Liv! ¿De qué se trata? —Es para un papel en una serie de Disney. Es algo pequeño, pero si consigo el papel, tendría que mudarme a Los Ángeles... sola. El silencio que siguió fue abrumador. Los tres me miraron como si acabara de decir que quería mudarme al espacio. —¿A Los Ángeles? ¿Sola? —repitió Arthur, como si las palabras no tuvieran sentido para él. —Sí —respondí, mordiéndome el labio. —Es una gran oportunidad, chicos. Algo que podría cambiar mi vida por completo. Charles fue el primero en romper el silencio. Se levantó del sofá y caminó hacia mí, colocando las manos sobre mis hombros con esa ternura que siempre lo caracterizaba. —Eso es increíble, Liv. Estoy muy orgulloso de ti. Pero... ¿estás segura de que quieres irte tan lejos? —Es una oportunidad única, Charles. No puedo dejarla pasar —dije, mirándolo a los ojos. Arthur, en cambio, tenía una expresión mezcla de incredulidad y preocupación. —Pero... ¿cómo vas a estar sola en Los Ángeles? Es una ciudad gigante. Y está a miles de kilómetros de aquí. Lorenzo intervino entonces, con su tono calmado pero firme. —Si esto es lo que Olivia quiere, tenemos que apoyarla. Es su vida, y ella sabe lo que es mejor para ella. —Exacto —dije, lanzándole una mirada agradecida a Lorenzo. Charles suspiró y me abrazó de nuevo, murmurando en mi oído: —Siempre vas a ser nuestra princesa, Liv. Pero si esto es lo que quieres, vamos a estar contigo en cada paso del camino. Arthur seguía en el sofá, con los brazos cruzados y una expresión pensativa. Finalmente, se levantó y caminó hacia mí, dándome un abrazo tan fuerte que casi me derriba. —Solo prométeme que no te olvidarás de nosotros, ¿vale? —dijo, con un tono más suave de lo habitual. —Nunca —respondí, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con salir. Y así, en medio de abrazos y un torbellino de emociones, supe que había tomado la decisión correcta.