Una vez detenido el tren, todos los muchachos comenzaron a salir de los compartimentos, cansados por el viaje, aunque algunos felices de que al fin hubiera terminado. Sin perder tiempo, Lars y Amaia fueron los primeros en acercarse a una de las puertas del vagón y bajar, hundiendo sus pies en la fina capa de nieve que cubría el andén. Yo apenas esperé y me lancé tras ellos.
El abrumador frío me golpeó de inmediato, contrayendo mi piel y enfriando mis pulmones al primer soplo de aire fresco que inhalé.
— ¡Cofff-Cofff-Cofff...! —tosí de inmediato, sintiendo cómo mis pulmones ardían por el aire helado.
— ¡Capi! —oí a Lu correr, acercándose rápidamente por el andén—. ¡Capi! ¿¡Se encuentra bien?! —preguntó preocupada, mientras detrás de ella venía Ana, agarrada como mochila.
— ¿Aún no se recupera del todo, Capi...? —preguntó también Ana—. Creo que tengo café caliente... ¿Quiere un poco?
— ¡Cofff... Cofff...! ¡Aghhh... thduu! —escupí unas gotas de sangre—. No, no... estoy bien, en serio... —me recompuse, intentando sonreírles a ambas—. No le digan a Ludmilla que sigo escupiendo sangre, por favor...
— ¡Pero, Capi, usted no puede andar escupiendo sangre por ahí...!
— Tiene que ver a un médico... —me pidió Ana, sacando una cantimplora con un fuerte olor a café y ofreciéndomela.
No necesito un médico; es solo un efecto colateral del sobresfuerzo que hice estando herido al huir de la academia. Mis pulmones y mi corazón se dañaron, y tardaré mucho tiempo en recuperarme. Tampoco puedo permitir que los muchachos me vean así; ya los hice pasar por bastante antes...
— Estoy bien... es solo el frío, el cambio repentino de temperatura hizo que me subiera la presión, nada más —intenté sonreírles—. ¿Ven? Ya estoy bien...
— Como quiera, Capi... —asintieron ambas, yéndose una en la espalda de la otra hacia la parte delantera de la locomotora.
Apenas había tosido así desde que salimos de Eichernberg, pero era la primera vez que escupía sangre...
— Dudo que esto me mate... —murmuré, conteniendo una nueva ola de tos que subía por mi garganta—. ¡Cofff... Cofff...!
Minutos después, mientras todos bajaban nuestro equipaje y equipo, un carruaje tirado por un centauro se acercó rápidamente por una de las calles de piedra circundantes al andén y se detuvo cerca del comienzo del mismo. Todos lo miramos sorprendidos, hasta que de él bajaron dos personas que se acercaron directamente a mí, eludiendo e ignorando completamente a los demás.
Cuando se acercaron, pude distinguirlas mejor. La primera, que parecía de mayor rango, era una mujer humana de cabello rubio corto y ojos azules que iban de un lado al otro, observando con cautela a los muchachos. Su rostro parecía bastante antipático, fácilmente irritable; incluso me atrevería a decir arrogante, pero su uniforme blanco de oficial y su espada le daban una apariencia más accesible.
— Usted debe ser el Comandante Valenholt, Lawrence Valenholt, ¿no es así? —preguntó la mujer con tono autoritario.
— Sí, señora —asentí, haciéndole una corta venia militar—. Asumo que usted es la Mayor Grant. La Princesa Astrid me habló de usted...
— Veo que está informado; eso me ahorra trabajo, bastante de hecho —suspiró, aliviada, echando un vistazo a nuestro alrededor—. Asumo que también ha sido informado de "eso", entonces...
— Por más que me pese saberlo, sí. La Princesa me lo dijo, y lo comprobé con mis propios ojos —afirmé, también mirando a nuestro alrededor—. Nadie aquí lo sabe, salvo dos personas: Ludmilla Eichernberg y Lars, el joven que está allá con aquella chica —los señalé, describiéndole a Lars junto a Amaia, seguramente indicándole el lugar a ella.
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Crónicas del Escuadrón Queens Victoria: Bajo la Sombra del Invasor y la Bestia
General FictionLa Academia Queens Victoria había quedado atrás, convertida ahora en un cementerio de miles de jóvenes inocentes. Pero el mundo no se detienen, ni ahora, ni nunca. Todos deben seguir adelante, obligados ahora, por las ordenes de la Princesa Astrid;...