Por cada imperial caído, dos más lo reemplazaban; parecían surgir sin fin entre los pasillos de las tiendas de campaña, disparando a ciegas en nuestra dirección. Instintivamente, me resguardaba en la cúpula, asomándome apenas para seguir el avance de la refriega e indicar a Ludmilla el siguiente objetivo, al cual ella apuntaba con una precisión milimétrica, haciendo volar a cada imperial por los aires. Estábamos cumpliendo con nuestro cometido, desbaratando todos los intentos de defensa imperial, barriendo y destrozando a cualquiera que intentara salir del puesto de avanzada. Pero todos sabíamos que, si no hacíamos algo más que disparar desde la oscuridad del bosque, nuestros esfuerzos serían en vano.
Cada disparo del cañón o de la ametralladora de Ana provocaba una ola instantánea de disparos en nuestra dirección, y cada vez más balas impactaban contra el Henrik. Estaban triangulando nuestra posición con cada disparo que hacíamos...
— Tenemos que hacer algo... —pensé en voz alta, sintiendo las balas chocando y rebotando como lluvia contra el blindaje del Henrik.
Lo ideal sería que Lars y los otros grupos pudieran entrar en combate, atacando desde varios frentes para desviar la atención hacia ellos, pero aún no respondían. El único combate que podía escuchar era el nuestro; no parecía que estuvieran atacando desde su lado, lo que me hacía creer que seguían ocultos, quizás esperando el momento adecuado para actuar...
— ¿Dónde están, muchachos...? ¿Dónde...? —repetí en voz alta, observando los alrededores cada vez que el aluvión de disparos cesaba, aunque fuera mínimo el respiro.
La situación, aunque bajo control, me desesperaba. Tenía que encontrarlos; no podía permitir que los capturaran o, peor, que los mataran. La idea de que la captura de los novatos hubiera sido mi culpa carcomía mi mente, me urgía buscarlos, aunque las balas pasaran silbando a milímetros de mi cabeza...
Justo antes de dar la orden a Ludmilla de disparar contra un pequeño grupo de soldados que parecía preparar un cañón para atacarnos, divisé, a unos doscientos metros a nuestra derecha, una luz roja incandescente que se encendía entre los árboles y arbustos y que, acto seguido, fue lanzada hacia el interior del puesto de avanzada.
Una ola repentina de emociones intensas recorrió mi cuerpo al instante...
— ¡Lumi! ¡Lumi! —grité, dándole una ligera patada para llamar su atención mientras sacaba mis binoculares en un intento desesperado por ver de dónde había surgido esa luz—. Gira la torreta a ochenta grados y dime lo que ves. Mientras tanto, Ana, sigue disparando y cuídanos de las fortificaciones; estoy seguro de que alguno de ellos ya habrá logrado llegar a ellas.
— ¡Entendido, capi...! —respondió Ana ansiosa, apuntando su ametralladora ligeramente hacia arriba y comenzando a disparar ráfagas rojas hacia las fortificaciones silenciosas en la pared montañosa.
Cada ráfaga de Ana levantaba una nube de arena al impactar en los sacos de las fortificaciones. Era claro que no podía destruirlas, pero al menos mantenía a raya a cualquier imperial que intentara tomar posición en las ametralladoras de la fortificación. Ludmilla, por su parte, comenzó a girar la torreta mientras yo intentaba comunicarme con Lars o con alguno de los equipos.
Mis gritos, junto con el zumbido de la torreta y el incesante martilleo de la ametralladora de Ana, crearon una sinfonía ensordecedora que acompañaba perfectamente el caos del momento.
— ¡Law, creo que veo un grupo de soldados... a doscientos, doscientos cincuenta metros al este de nuestra posición! ¡No distingo sus uniformes! —informó Ludmilla, seguramente pegando su ojo a la mira del cañón—. ¿Qué hago? ¿Disparo? —preguntó, dudosa.
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Crónicas del Escuadrón Queens Victoria: Bajo la Sombra del Invasor y la Bestia
General FictionLa Academia Queens Victoria había quedado atrás, convertida ahora en un cementerio de miles de jóvenes inocentes. Pero el mundo no se detienen, ni ahora, ni nunca. Todos deben seguir adelante, obligados ahora, por las ordenes de la Princesa Astrid;...