Con algo de esfuerzo, tomé nuestras mochilas y bolsos y comencé a dirigirme hacia la escalera, siguiendo a poca distancia a la decaída Ludmilla, quien subía los escalones de madera uno a uno con pesados pasos. Mientras ascendíamos en silencio, Amaia se acercó dando golpecitos con su bastón, "emboscándonos" en el primer piso.
— Discúlpeme, Capi... —se disculpó con algo de timidez.
— ¿Capi? —repetí, confundido—. Nunca me has dicho así antes.
— Es que realmente no sé cómo llamarle —se excusó, encogiéndose ligeramente de hombros—. Ahora que lo ascendieron a Comandante, no veo correcto decirle Teniente como antes, y las Gemelas me dijeron que podía decirle "Capi"...
— No me molesta, pero resulta extraño viniendo de ti. ¿Por qué no me llamas Law y listo?
— Porque así le dice Ludmilla, y no me gustaría usurparle eso...
"Usurparle eso..." Ni que fuera tan importante ¿No? Es solo un apodo... pero asumo que será algún código o algo especial que guardan entre ama y sirvienta.
— Te entiendo. Entonces dime por mi nombre, Lawrence. Quizás sea más largo que mi apodo, pero no creo que puedas usurpar "algo" con mi nombre —le ofrecí, extendiéndole la mano.
— Bueno, creo que suena bien, y sí, no creo que usurpe nada con él —dijo con una inocente sonrisa—. Por cierto, me pareció percibir a Ludmilla algo decaída. ¿Ella está bien?
— Realmente no lo sé. Quizás tú puedas averiguarlo; la conoces mejor que yo, seguro la entiendes.
— Eso haré... —murmuró, comenzando a subir las escaleras, tanteando los escalones con su bastón mientras se agarraba de la fina barandilla de madera y metal.
Realmente esperaba que, si algo le sucedía a Ludmilla, Amaia pudiera ayudarla. Quizás no fuera nada, pero si Amaia lo percibía, algo debía pasarle. Mientras seguía en silencio a Amaia desaparecer escaleras arriba, los golpeteos de su bastón se desvanecían, pero el caos seguía reinando.
Las puertas de los pequeños dormitorios se abrían y cerraban de golpe, los muchachos vestidos de negro cargaban mantas y frazadas de un lado a otro. Los más fuertes desplegaban con habilidad los rígidos catres de metal y tela en las áreas comunes, armando camas improvisadas y acostándose en ellas.
— Supongo que también tendré que hacer lo mismo... —murmuré para mí mismo, comenzando a subir el resto de las escaleras con las mochilas.
Cuando llegué al tercer piso, me acerqué a una de las habitaciones individuales y golpeé la puerta, comprobando que no hubiera nadie. No habiendo respuesta, entré y reclamé esa habitación como mía.
Dejé todas las cosas al lado de la puerta y comencé a desempacar algunas de las pertenencias que traía en mi bolso y mochila, la mayoría de ellas proporcionadas por el Principado de Eichernberg, ya que nuestras pertenencias se habían quedado en la academia. Nos habían dado prendas de abrigo para el invierno, productos básicos de higiene y algunas barras de chocolate barato. Aunque muchos no tardaron en apostar ese chocolate en partidas de cartas o dados, yo preferí conservarlo; nunca se sabe cuándo se necesitará.
Mientras terminaba de colocar mis pocas pertenencias en un pequeño armario de madera desgastada, me di cuenta de que aún no le había devuelto a Ludmilla sus mochilas y bolsos. Allí seguían, recostados junto a la puerta, aguardando ser llevados con su dueña. Aunque no eran muchas mochilas para ser de una princesa, sí eran bastante grandes.
— ¿Qué demonios guardará ahí dentro? —me pregunté en voz alta, acercándome curioso—. No creo que sea maquillaje, apenas lo usa... ¿Quizás ropa?
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Crónicas del Escuadrón Queens Victoria: Bajo la Sombra del Invasor y la Bestia
Ficção GeralLa Academia Queens Victoria había quedado atrás, convertida ahora en un cementerio de miles de jóvenes inocentes. Pero el mundo no se detienen, ni ahora, ni nunca. Todos deben seguir adelante, obligados ahora, por las ordenes de la Princesa Astrid;...