Una Sencilla Operación, Parte 1

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Ya en la tarde, todos estábamos terminando de prepararnos a pocos metros del andén, esperando que llegara el tren que nos llevaría hasta el puesto avanzado. Revisando mi reloj de bolsillo, vi que ya eran casi las cuatro en punto de la tarde y aquel supuesto tren aún no había llegado. La Mayor Grant nos había comunicado cerca del mediodía que la salida sería a las cinco y cuarto de la tarde, y que llegaríamos pasadas las seis al punto de despliegue. Que el tren no estuviera en el andén ya era todo un misterio.

— ¿Por qué se tardará tanto...? —preguntó Lars, sentado sobre el chasis del Henrik, revisando su rifle por décima cuarta vez.

— Todavía hay tiempo —respondí, luego de revisar también mi reloj de bolsillo por décima cuarta vez.

Ambos estábamos más que ansiosos, y no éramos los únicos. Muchos de los muchachos también lo estaban al ser esta su primera misión real. Dado el contexto de la operación y como aconsejó la Mayor, tuve que dejar a gran parte del Batallón en la fortaleza, llevándome solo a cien de ellos, en su mayoría novatos para que adquirieran experiencia. Para equilibrar las cosas, veinte de los soldados eran veteranos que habían estado conmigo en la academia y se encargaban de tranquilizar a los más nerviosos.

Una buena idea sería darles un discurso como he hecho antes, pero ahora mismo no me sentía con la capacidad de hacerlo. Seguía algo conmocionado por la actitud de Ludmilla y no podía canalizar mis pensamientos en nada más que en su mera presencia, hablando y bromeando con Amaia a unos metros de distancia.

— "Yo soy de ella y ella es mía"... —murmuré, pensando en aquellas palabras que, ahora en frío, parecían más una súplica.

— Ella se encuentra mal, ¿no? —comentó de la nada Lars, probablemente habiendo oído mis palabras con su aguda audición—. Amaia me dijo que le parecía que Ludmilla estaba algo distante con todos.

— Sí... —asentí con desgana—. Ella no deja de ser una Princesa del Principado, una noble acostumbrada a obtener y apropiarse de lo que desea, pero... —suspiré— ahora que Amaia pasa más tiempo contigo, Ludmilla siente que la está perdiendo, y, de alguna forma, quiere paliar esa nueva sensación de soledad conmigo. A veces pienso que le gusto...

— Y otras piensas que solo te ve como otra posesión más... —completó Lars, terminando mi frase—. No te voy a mentir, a mí me gusta Amaia, me encanta pasar tiempo con ella y adoro su inocencia en todo. Pero soy consciente de que forma parte de la vida de Ludmilla, y no me gusta la idea de "alejarla" de ella, porque, en retrospectiva, daño a Amaia.

— Te entiendo, pero, en comparación, yo no sé bien qué siento por Ludmilla. No sé si me gusta, la odio, o si simplemente me aprovecho de ella. Tenemos esa conexión por ser personas "superiores" y por ese mismo sentimiento de soledad ante los demás. No sé si te lo mencioné alguna vez, pero en la academia me sentía solo al no poder conectar del todo con ustedes. Tú y Ana lo dijeron una vez, soy su superior y hay límites que no podemos cruzar. Con Ludmilla era diferente; podía bromear, sentirme identificado con ella. Sí, discutíamos, pero en el fondo era un juego para divertirnos...

Olvidarnos, aunque fuera por un momento, de nuestros roles y ser nosotros mismos. He sido consciente de eso desde el comienzo, pero mientras más repetíamos aquel "show" de pareja, más cerca estábamos el uno del otro. En el Palacio, en algunas ocasiones, cruzamos ese umbral más allá de la amistad, pero nunca fue serio, incluso cuando mi madre vino a entregarnos el tanque...

Mientras divagaba en mis pensamientos sobre Ludmilla y nuestra relación, una ligera brisa empujó una nube de nieve sobre nosotros, cegándonos a ambos por un instante.

— ¿Problemas con mujeres? —dijo una voz familiar desde arriba de la torreta del Henrik.

Nuevamente, había aparecido de la nada. Para mí no fue sorpresa, pero para Lars fue un susto peor que ver a la muerte en persona.

Crónicas del Escuadrón Queens Victoria: Bajo la Sombra del Invasor y la BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora