Nueva Base, Nuevos Desafíos, Parte 3

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Tenía la intención de reunirme con la Mayor Grant para obtener información sobre la situación. Hasta ahora, lo único relevante que sabía era que el Imperio había realizado pequeñas escaramuzas y ataques cerca de la fortaleza, pero ni siquiera conocía los resultados de las mismas.

Presumiblemente, dado el ambiente tranquilo que reinaba en la fortaleza, habíamos ganado cada una de ellas, pero la suerte no dura para siempre, y las estrategias mejoran. Solo necesitaban superarnos en algo dentro de esas escaramuzas para obtener una ventaja: terreno, posición, armamento, número de soldados... cualquier cosa.

Después de recorrer la empedrada calle, rodeado por edificios y almacenes, llegué a la zona central de la fortaleza, donde se encontraban los andenes donde nos habíamos bajado el día anterior. Incluso el tren seguía allí, esperando a que alguien decidiera su próximo destino.

Ayer no le había prestado atención, pero el área central de la fortaleza parecía una inmensa avenida empedrada que recorría desde el gran portón de metal por el que habíamos entrado, hasta otro portón al otro lado de la fortaleza, este último el más resguardado, pues más allá de él, el Imperio podía campar a sus anchas. Tanques y soldados se reunían alrededor, protegiendo la entrada junto a dos enormes torres que flanqueaban la puerta, con una altura de unos cuarenta o cincuenta metros, imponentes frente a los vientos que recorrían el valle.

En el portón por el que entramos, se alzaban dos torres iguales.

— Son enormes... —murmuré, casi tropezando al ver semejantes estructuras—. Bueno, los muros tampoco se quedan atrás... —comenté al observar lo imponentes que eran junto a las robustas torres.

La sola idea de tener que atacar una fortaleza de este calibre me abrumaba. ¿Cuántos soldados tendrían que morir solo para tomar uno de los muros? ¿Y cuántos más para conquistar el resto?

Un escalofrío recorrió mi espalda al pensarlo.

Mientras caminaba por la "avenida", me crucé con infinidad de soldados, todos vestidos de blanco. A pesar de sus caras de indiferencia, me saludaban con una mezcla de respeto y burla, probablemente por ser un joven Comandante al mando de un batallón de mestizos. Parecía que ni siquiera en el frente desaparecía ese estigma, pero al menos no lo percibía tan agresivo como en la academia.

Eran burlas vanas, sin malicia, lo cual me tranquilizaba.

Ignorando los comentarios, continué caminando hasta llegar a un edificio decorado con detalles de madera y algunos tallados en las paredes. En la entrada, un carruaje acababa de llegar, y uno de los guardias se acercaba para abrir la puerta. Bajó, con su habitual porte excéntrico, la Mayor Grant, quien al verme acercarme, me hizo un gesto con la mano para que la acompañara.

Asentí sin problema, y ella me esperó en la entrada.

— Justo quería hablar con usted, Comandante... —confesó, algo preocupada—. Acompáñeme a mi oficina, por favor.

— ¿Sucedió algo?

— Sí, pero es pertinente que no salga de aquí —hizo un gesto señalando a nuestro alrededor—. Sígame... —me pidió, entrando al edificio.

Una vez dentro, la Mayor me guió por varios pasillos llenos de pequeñas oficinas atareadas, con el sonido constante de las máquinas de escribir. Finalmente, tras subir una angosta escalera de caracol de piedra, llegamos a lo que supuse era su oficina. Afuera, un guardia lupino custodiaba la puerta. Al vernos, se corrió hacia un lado y nos saludó con una venia militar, abriéndonos la puerta.

La oficina de la Mayor, dentro de lo que cabía, era bastante amplia, con un escritorio de madera en el centro, una lujosa silla de cuero, varias estanterías llenas de libros y mapas, y algunas sillas más sencillas.

Crónicas del Escuadrón Queens Victoria: Bajo la Sombra del Invasor y la BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora