Una Sencilla Operación, Parte 3

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Para mitigar aquella repentina angustia y ansiedad, apreté el transmisor de mi cuello y abrí un canal con ellos, esperando que nada les sucediera.

A través de la radio, todos en el tanque podíamos oír la travesía de los muchachos. La nieve crujía y las ramas se rompían a medida que avanzaban; aunque por momentos había algo de estática, se podían distinguir sus voces susurrando y dando órdenes. Parecía que todo iba bien por ahora...

— Capi... —me llamó Ana, sosteniendo el gran auricular de la radio contra su oído—. No estoy captando señales imperiales; parece estar todo calmado —afirmó con una calmada y apacible sonrisa.

— ¿No es eso demasiado tranquilo? —preguntó Ludmilla, aún con su tic en el pie—. Aunque no nos hayan descubierto, deberían tener algunas comunicaciones...

— ¡Quizás estén durmiendo! —propuso Lu con su habitual sobra de energía—. Es de noche; todos duermen cuando cae la noche.

No era raro que no captáramos señales imperiales. Lo más probable es que usaran otra frecuencia y que la radio del Henrik no pudiera captarlas. De todas formas, estando todos tan tensos, cualquier cosa fuera de lo común solo acrecentaba nuestros miedos.

Y eso no me venía nada bien. Los nervios pueden hacerme dudar, y la duda puede llevar a la muerte de alguien...

— ¡No es momento de especular! —afirmé en un intento vano de despejar mi cabeza—. Vuelvan a sus posiciones y prepárense para movernos de nuevo. No nos quedaremos sin hacer nada.

Sin decir más, Amaia fue la primera en actuar, acelerando el Henrik. Entre todos, ella parecía la más "lúcida" en este momento. Quizás ser ciega tiene sus beneficios...

— ¿Hacia dónde dirijo el Henrik, Lawrence? —preguntó ella, mientras jalaba de una pequeña palanca y apretaba uno de los pedales con gran habilidad.

— Sigue avanzando en segunda sin pisar a fondo y en línea recta; buscaré un camino para entrar —ordené, volviendo rápidamente a mi posición en la cúpula y asomándome por la escotilla.

— ¿Y nosotras...? —preguntó Ludmilla con algo de irritación, seguramente por mi tono anterior.

— Tú y Lu en la torreta. La quiero recta y el cañón preparado con munición explosiva. Ana, mantente en la radio; aún no es necesaria tu ametralladora... Y que la Diosa... —suspiré—. Que la Diosa nos tenga en su gloria...

El Henrik avanzó un centenar de metros más, cruzando las vías de un lado a otro, zigzagueando y rebotando levemente cada vez que las orugas se posaban sobre los raíles, haciéndonos mecer dentro del tanque.

Estaba seguro de que esta era nuestra calma antes de la tormenta. Los truenos y relámpagos eran más visibles a nuestra espalda, y los primeros copos de nieve comenzaban a caer.
Cada minuto que pasaba asomado por la escotilla como guía, me hacía tiritar más de frío; las chicas también...

— ¿Cuánto...? ¿Cuánto... falta...? —preguntó Lu, castañeando a unos centímetros de mí, abrazando con fuerza un proyectil amarillo.

— Falta poco... ¡Cofff-Cofff... Thduu! —respondí, escupiendo otro manchón de sangre—. Amaia, gira a nuestra derecha noventa grados y acelera; veo un pequeño camino más adelante en el que cabemos. Ludmilla, corrige la posición del cañón a cero grados y prepárate; una vez tengamos a la vista una fortificación, abrimos fuego.

— Entendido... —afirmó a tientas, girando una de las manivelas del cañón y activando la rotación hidráulica.

Con un agudo sonido y algunas nubes de vapor presurizado, el cañón quedó apuntando hacia adelante mientras Amaia maniobraba hábilmente, encaminando el Henrik hacia el camino que le mencioné.

Crónicas del Escuadrón Queens Victoria: Bajo la Sombra del Invasor y la BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora