Ian se despertó antes del amanecer, el aire frío de Solaris colándose por las ventanas abiertas de su habitación. En su nueva rutina, todo seguía siendo incómodo: los pasillos interminables del palacio, las miradas de la servidumbre y, sobre todo, la presencia constante de Navier. Liana, su dama de compañía, estaba junto a la puerta esperándolo. Era una joven eficiente, con un aire sereno y distante. Aunque al principio parecía que su lealtad pertenecía más a Navier, ahora Ian sentía que, en su manera discreta, Liana comenzaba a preocuparse por él.
—¿Listo para el día, su alteza? —preguntó con calma.
Ian asintió, aunque sabía que le esperaba un día complicado. El primer enfrentamiento serio con Navier no tardó en ocurrir. Todo comenzó en el comedor privado, donde ambos coincidieron por casualidad. Ian, intentando adaptarse, había llegado con puntualidad y esperaba pacientemente su desayuno. Navier, sin embargo, parecía haberse propuesto ponerlo a prueba.
—¿Todavía no aprendes que aquí nadie va a mimarte, Nocturno? —dijo Navier, sentándose con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Su tono era deliberadamente desdeñoso, intentando medir las reacciones de Ian.
Ian levantó la mirada sin titubear, controlando la ira que comenzaba a burbujear en su pecho.
—No espero que nadie me mime, pero esperaría al menos cortesía —replicó con calma, mientras su mirada chocaba directamente con la de Navier.
Navier se inclinó un poco hacia él, con una expresión casi depredadora. —Cortesía la tendrán cuando te la ganes, no todo es tan fácil, principito, ganate el respeto de la gente, sé más respetuoso y cumple el protocolo.
Liana, que permanecía cerca, dejó escapar un leve carraspeo para advertirles de la presencia del personal del palacio. La tensión se mantenía flotando en el aire cuando Sir Marcus apareció, interrumpiendo la conversación con su energía jovial.
—¡Qué manera de empezar la mañana! —dijo con una sonrisa, intentando disolver el ambiente incómodo. Navier lo miró con una mezcla de molestia y diversión, mientras Ian aprovechaba la interrupción para dar por terminada la conversación.
Más tarde, durante un paseo obligado por los jardines, Ian encontró un respiro inesperado. Fue aquí donde se cruzó por primera vez con Celestina, una joven noble con un carácter alegre y despreocupado. A diferencia de la mayoría de la corte, Celestina no parecía interesada en juzgarlo.
—¿Entonces eres el famoso príncipe de Nocturna? —dijo ella con una sonrisa abierta, mientras tomaba asiento en un banco junto a Ian. —Pensé que serías más intimidante.
Ian soltó una leve risa, la primera en días. —Lo siento por decepcionarte.
Celestina le dedicó una mirada cómplice. —Creo que vas a encajar aquí mejor de lo que crees. Solo necesitas saber a quién evitar y a quién mantener cerca y controla más tus modales; acá lo más importante son los modales.
Aquellas palabras fueron más útiles de lo que Ian esperaba. Desde ese momento, Celestina se convirtió en una aliada inesperada o más bien su primera amiga en Solaris, brindándole orientación sobre la complicada red de etiquetas y traiciones del palacio.
Ian también comenzó a notar los obstáculos que se le presentaban en el entorno del palacio. La servidumbre, acostumbrada a la estricta jerarquía solariana, no parecía dispuesta a facilitarle las cosas. Los pequeños inconvenientes eran constantes: el agua que llegaba fría, la ropa entregada tarde, o los sirvientes que lo ignoraban sutilmente.
Liana, siempre atenta, intentaba suavizar las tensiones.
—Es un proceso, su alteza. La servidumbre necesita tiempo para aceptarlo; estaban tan acostumbradas a solo servir a la princesa y su familia que ahora que usted llegó es algo difícil para ellos—le dijo una tarde, mientras lo ayudaba a colocarse un nuevo atuendo para un evento formal.
Ian asintió, aunque la frustración comenzaba a pesarle. Había esperado dificultades, pero no las pequeñas humillaciones diarias que lo seguían a cada paso. Sin embargo, se prometió a sí mismo que no les daría el gusto de verlo caer.
Con el pasar de los días, Ian comenzó a aprender las reglas no escritas del palacio. Descubrió en Celestina una guía valiosa, en Sir Marcus un aliado y amigo, y en Liana una ayuda constante, aunque silenciosa. Pero también entendió que su mayor reto sería Navier: su futura esposa y la persona que parecía disfrutar más verlo luchar por cada pequeño avance.
A pesar de todo, Ian no estaba dispuesto a rendirse. El camino por delante era largo, pero con cada obstáculo vencido, daba un paso más hacia su lugar en Solaris. Y, de alguna manera, sabía que ese lugar no sería exactamente el que los demás esperaban.
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Aprendiendo a Amar
RandomLa guerra entre Solaris y Nocturna había devastado ambos reinos durante años, pero el poder luminoso del emperador Claude finalmente inclinó la balanza. Mientras Solaris prosperaba, Nocturna, sumida en la oscuridad, no tuvo más opción que ofrecer un...