Bajo la luz dorada del atardecer, el Gran Jardín del palacio de Solaris parecía un escenario sacado de un cuento de hadas. Flores de todos los colores decoraban los caminos de piedra, y el aire estaba impregnado del dulce aroma de jazmines y rosas. Ian caminaba lentamente, buscando refugio en la tranquilidad del lugar después de los eventos caóticos de los días anteriores. Sin embargo, incluso en este rincón apartado del palacio, no lograba sacudirse la sensación de estar bajo una constante vigilancia.
Había escuchado rumores. Las miradas furtivas de los sirvientes y las palabras susurradas entre los nobles confirmaban que seguía siendo el centro de atención, pero no por las razones que deseaba. Los eventos del banquete y las acusaciones veladas aún pesaban sobre él.
Se detuvo junto a una fuente, contemplando el agua cristalina. Sus dedos rozaron la superficie, creando pequeñas ondas que rompieron el reflejo de su rostro.
—¿Huyendo otra vez?
La voz detrás de él lo hizo girarse de inmediato. Navier estaba ahí, vestida con un elegante traje de equitación, su cabello recogido en una trenza que caía sobre su hombro. Había un destello de burla en sus ojos, pero también algo más: curiosidad, quizás.
—No estoy huyendo —respondió Ian con un tono tranquilo, aunque su postura se tensó ligeramente.
Navier se acercó, deteniéndose a pocos pasos de él.
—Si lo estás. Cada vez que la corte te enfrenta, desapareces.
Ian sostuvo su mirada, negándose a dejarse intimidar.
—Disculpa si no disfruto ser el centro de acusaciones sin fundamento.
Navier arqueó una ceja.
—En Solaris, huir no es una opción. Si quieres sobrevivir aquí, tendrás que enfrentarlo todo, incluso si duele pero, no te preocupes tienes el respaldo de la corona.
Ian se cruzó de brazos, su expresión endurecida.
—No todos nacemos con el privilegio de ser intocables, princesa.
Navier dio un paso más cerca, acortando la distancia entre ellos. Había algo desafiante en su postura, como si intentara provocar una reacción de él.
—Y tú tampoco eres tan frágil como pretendes ser, Ian. ¿Por qué no lo demuestras de una vez?
El aire entre ellos se volvió más denso, cargado de tensión. Ian abrió la boca para responder, pero las palabras murieron en sus labios cuando Navier dio otro paso hacia adelante, acortando la distancia entre ellos.
Fue un movimiento impulsivo, inesperado. Quizás era el calor del momento, o tal vez el fuego latente de las emociones reprimidas. Navier lo tomó por sorpresa, inclinándose ligeramente hacia él. Los labios de Navier tocaron su cuello dejando un pequeño beso que fue tanto un desafío como una declaración.
Ian se quedó inmóvil al principio, su mente una tormenta de pensamientos contradictorios. Pero el contacto suave de sus labios, la intensidad en los ojos de Navier cuando se apartó, lo dejaron sin palabras.
—A veces, la mejor defensa es un ataque —dijo ella con una sonrisa enigmática antes de darse la vuelta y marcharse, dejándolo solo junto a la fuente.
Ian llevó una mano a su cuello, todavía sintiendo el calor del momento. Su corazón latía con fuerza, y aunque no estaba seguro de lo que significaba ese beso, algo dentro de él había cambiado.
Esa noche, el beso no fue el único tema que rondó su mente. De regreso en sus aposentos, encontró a Emily esperándolo, su rostro más preocupado de lo habitual.
—Ian, escuché algo. Hay rumores en la corte, y no son buenos —dijo ella, cerrando la puerta detrás de ella.
—¿Qué clase de rumores? —preguntó Ian, dejando caer su capa sobre una silla.
Emily dudó un momento antes de responder.
—Dicen que alguien planea exponer algo sobre tu pasado en Nocturna. No sé qué es, pero si es cierto, intentarán usarlo para desacreditarte.
Ian sintió un escalofrío recorrer su espalda. No era la primera vez que alguien intentaba usar su pasado contra él, pero en Solaris, cada movimiento en falso podía ser fatal.
—Gracias por decírmelo, Emily. Tendré cuidado.
Emily asintió, pero la preocupación no abandonó su rostro.
Cuando se quedó solo, Ian caminó hacia la ventana, observando las luces del palacio en la distancia. Sabía que el beso de Navier complicaría aún más las cosas, pero no tenía tiempo para analizar lo que significaba.
Un nuevo día traería nuevos desafíos, y en Solaris, cada momento era una batalla por sobrevivir.
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Aprendiendo a Amar
RandomLa guerra entre Solaris y Nocturna había devastado ambos reinos durante años, pero el poder luminoso del emperador Claude finalmente inclinó la balanza. Mientras Solaris prosperaba, Nocturna, sumida en la oscuridad, no tuvo más opción que ofrecer un...