El aire otoñal sacude los mechones de pelo que se han escapado del recogido que me he hecho. El pulso de mi corazón va a mil por hora, pero no más que mis piernas que no cesan su ritmo en ningún momento. Sigo corriendo, avanzando aún más con cada zancada que hago, hasta que mi cuerpo dice "basta". Me falta el aire y mi pecho sube y baja sin parar. Una oleada de adrenalina se apodera de mí por completo y no me deja escapar de la agonía que estoy viviendo. Me paro en seco, apoyo mi espalda en el árbol centenario que me ha visto crecer y me dejo caer hasta que estoy sentada en la tierra húmeda. Intentos calmarme, pero se me hace imposible. Mis manos se posan en el suelo, como si fueran a establecer algún tipo de vínculo con la naturaleza que me ayudara a calmar el caos mental. Los segundos pasan como siglos mientras me esfuerzo por recuperar el aliento. Cada inhalación es como un puñal que se clava en mis pulmones. A mi alrededor, el bosque parece contener la respiración conmigo. La sudadera que me he puesto se me pega al cuerpo por el sudor de estar corriendo. Parece que poco a poco mi respiración se va recuperando y vuelve a su estado natural.
El peso en mi pecho ya no es solo por la falta de aire. Después de meses, siento romperse dentro de mí los muros que tanto me costó construir. Uno por uno caen, desarmándome en un instante, como si nunca hubieran estado ahí para defenderme en los momentos que más los necesité. Mi cuerpo tiembla y las lágrimas que he tratado de contener las últimas semanas caen por mi mejilla sin control. Me abrazo las rodillas con la intención de apretarlas contra mi pecho y hacerme una bola. El suelo está frío y húmedo por la tormenta de la noche pasada, pero no me importa.Desde que todo empeoró, he estado afrontando mis problemas corriendo y llevando mi cuerpo al límite, sin importar cuáles sean las consecuencias. No puedo seguir así, me siento atrapada. Atrapada en una vida que no me pertenece, en una familia desestructurada que nunca ha sido la mía, en un destino que parece estar escrito para alguien que no soy yo. Los problemas en casa se han ido incrementando en los últimos meses. Las idas y venidas de mi padre o los problemas con el alcohol de mi madre han acabado con la paciencia que había logrado mantener para no estallar.
Respiro hondo, intentando aferrarme al aire como si fuera mi único salvavidas. El olor de la tierra y de las hojas húmedas llenan mis pulmones, pero no logran acabar de calmar el nudo que sigo sintiendo en el pecho. El frío y la humedad me recuerdan donde estoy. Alzo la vista y, entre las lágrimas contemplo el bosque que me rodea. Aún caen gotas de las hojas, y las ramas de las copas de los árboles se mecen al ritmo del viento. Después de un verano completamente seco, el otoño parece que promete con las lluvias que han estado cayendo en la última semana.
Es extraño como un lugar como este, lleno de sombras y rincones oscuros, siempre me haya dado paz. Cuando apenas tenía cinco años, empecé a venir aquí con Olivia, mi hermana mayor. Nos encantaba imaginar que había criaturas mágicas escondidas detrás de los árboles que vigilaban lo que hacíamos. Es imposible no reírme al darme cuenta lo inocentes que éramos. Este bosque siempre ha sido nuestro refugio desde que tengo memoria, nuestro escape cuando el mundo se volvía insoportable. Mi rincón favorito, el árbol en el que estoy apoyada. Aquí es donde siempre vengo a leer mis libros de fantasía y leyendas, perdiéndome entre sus páginas.
Pero hoy, ni siquiera este lugar puede salvarme de mí misma. Los muros que construí no solo para defenderme de los demás, sino también para mantener mis emociones a raya, ya no existen. Con el sonido de las hojas moviéndose con el viento como única compañía, siento el vacío inmenso que me quedó cuando mi hermana se fue.
Desde aquel día, aprendí a apagar cada emoción. Su muerte fue el golpe más duro que la vida me pudo dar. En el lugar que siempre me ha dado paz, el dolor me alcanza. Nunca dejé de correr, no solo por los caminos del bosque, sino en mi interior, huyendo de un dolor que nunca desapareció por más que quisiera esconderlo y guardarlo bajo llave. El recuerdo de su risa aún resuena en mi memoria, llenando el espacio vacío de mi alma. Las imágenes pasan en mi cabeza, una detrás de otra, como si fueran una película. Las tardes leyendo bajo este mismo árbol, debatiendo qué personaje nos gustaba más, mientras creíamos en una magia que lo arreglaba todo. Pero en este mundo, no hay magia que me devuelva lo que hace un año perdí.
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Las crónicas del legado
FantasyAyla siempre ha sentido que no encaja en el mundo real, atrapada en una vida monótona en el pequeño pueblo donde vive. Pero todo cambia el día que, durante un paseo por el bosque, se ve atrapada en un misterioso ritual que la arrastra a un reino de...