4

25 6 1
                                    

Amanecer en Solarian tiene algo diferente. La luz que entra por la ventana de mi habitación no es como la que solía ver en Escocia. Es más suave, como si el sol aquí fuera más amable, o tal vez sea la magia en el aire. Me levanto, todavía un poco desorientada, y me dirijo al armario donde Nimble ha dejado mi ropa "adquirida". Me pongo unos pantalones de lino beige y un top negro, algo cómodo para el día que tengo por delante. Mi primer día completo en la academia.

Nimble ya está aquí, por supuesto. Me mira desde el borde de la ventana, con su pequeña figura encorvada mientras juega con una hoja que ha traído de quién sabe dónde. No puedo evitar sonreír al verlo.

—¿Te has despertado ya? —le pregunto, sabiendo de antemano la respuesta.

—Por supuesto —dice con una sonrisa—. Mientras tú dormías como un bebé, yo ya había dado tres vueltas alrededor del edificio y hecho mi recorrido matutino por las cocinas. —Se ajusta el pequeño gorro con un toque dramático, como si hubiera estado ocupado en tareas importantes.

Me siento en la cama, mirándolo con curiosidad.

—Cuéntame algo, Nimble. Ya que tengo tiempo hasta el desayuno... ¿Cómo es tu vida? —le pregunto, realmente interesada en saber más sobre él. Después de todo, lleva años cuidándome sin que yo lo supiera.

Nimble se sorprende por un momento, como si no esperara que alguien le preguntara sobre él. Luego, se sienta en el borde de la ventana, balanceando las piernas y pensando.

—Bueno, vengo del bosque que está más allá de las montañas de Solarian. Es el hogar de los duendes. —Hace una pausa, y una sonrisa suave aparece en sus labios—. Es un lugar increíble. Lleno de setas enormes, con colores tan brillantes que parecen sacados de un sueño. Los árboles son altos y las ramas forman arcos sobre nuestras cabezas. La luz del sol apenas se cuela entre las hojas, pero cuando lo hace, todo parece brillar.

Puedo imaginarlo. Las setas gigantes, el aire fresco del bosque, el sonido de los árboles moviéndose suavemente con el viento. Es un mundo completamente diferente al que estoy acostumbrada.

—Vaya, suena precioso —le digo, genuinamente impresionada—. ¿Y cómo es vivir allí?

Nimble se encoge de hombros, como si fuera lo más natural del mundo.

—Nosotros, los duendes, tenemos una vida sencilla. Cazamos, cultivamos, y claro, robamos de vez en cuando —me guiña un ojo con una sonrisa pícara—. Pero, en serio, el bosque es todo lo que necesitamos. Es nuestro hogar, nuestra protección, y está lleno de magia. Cada rincón esconde algo especial. Algún día te llevaré, si no es que te lleva antes el maromo de Daxen —añade con un tono claramente molesto.

Frunzo el ceño.

—¿"Maromo"? Nimble, ¿de qué estás hablando?

—Oh, ya sabes —responde, rodando los ojos—. Ese Daxen, con su mirada intensa y su actitud de "soy demasiado bueno para estar aquí". Aparece como si fuera lo mejor que le ha pasado al mundo mágico. Seguro que te lleva a dar un paseo antes de que yo lo haga.

Suelto una risa, negando con la cabeza.

—¿Es que estás celoso, Nimble?

—¿Celoso? —me mira con los ojos entrecerrados—. Para nada. Solo me molesta que tenga esa actitud de "miradme, soy perfecto". Puedo ser diez veces más interesante que él... y con más sentido del humor, claro está.

Me río, aunque no puedo evitar recordar la tensión de ayer con Daxen. Definitivamente, él no es fácil de soportar, pero algo me dice que no será tan simple quitármelo de encima.

—Entonces, ¿cómo nacen los duendes? —le pregunto, cambiando de tema para que deje de hablar mal de Daxen por un momento.

Nimble me mira como si hubiera hecho la pregunta más tonta del mundo, aunque su sonrisa traviesa no desaparece.

Las crónicas del legadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora