Me miro en el espejo, tratando de acostumbrarme a la ropa nueva que me ha dado Nimble. Llevo unos pantalones negros ajustados que se adaptan perfectamente a mi cuerpo y un top de manga corta, de color beige, que deja un pequeño espacio al descubierto entre la cintura y el inicio del pantalón. El conjunto es simple, monocromático, y bastante distinto a lo que suelo usar, pero por lo visto aquí la gente viste así. No es incómodo, pero sigue siendo extraño ponerme algo que no sé de dónde ha salido.
Nimble está sentado en el borde de la cama, con las piernas cruzadas y una sonrisa pícara en su rostro, observando mis reacciones.
—¿De dónde sacaste esto? —le pregunto, levantando una ceja mientras giro ligeramente frente al espejo.
Nimble sonríe aún más, esa sonrisa traviesa que ya empiezo a conocer.
—Bueno, lo conseguí... —se detiene un segundo para disfrutar del suspense—, lo cogí prestado.
Me doy la vuelta de golpe para mirarlo, el ceño fruncido.
—¿Prestado? —digo, incrédula—. ¡Nimble, no puedes robar!
Él levanta las manos, haciéndose el inocente, pero la sonrisa nunca desaparece de su cara.
—Oh, vamos, Ayla. Como si nunca lo hubieras hecho. —Me mira con esos ojos brillantes y añade—. ¿Quién soy yo para recibir lecciones de moral de alguien que solía "tomar prestados" libros de la biblioteca?
Lo fulmino con la mirada, pero no puedo evitar que una sonrisa se me escape. Tiene razón, pero no pienso admitirlo. Me giro de nuevo hacia el espejo, ajustándome la ropa. No es lo mismo, me repito, aunque la verdad es que me sorprende lo rápido que me lo ha devuelto.
—Está bien, lo que sea —digo finalmente, suspirando mientras me recojo el cabello en una coleta alta—. Pero no vuelvas a hacerlo. Podrías meterte en problemas.
Nimble se ríe suavemente, pero no dice nada más. Está sentado en el borde de la cama, jugueteando con uno de mis libros. Lo observo por un momento, antes de lanzar la pregunta que sé que lo va a molestar, pero en el fondo me parece divertido hacerlo enfadar.
—Nimble, ¿a los duendes no os enseñan a no robar?
Él se gira hacia mí, arqueando una ceja con una expresión exagerada de ofensa.
—Primero que nada, —comienza, levantando un dedo en señal de corrección—, técnicamente no somos solo duendes. Somos mitad duendes, mitad elfos. Tenemos la apariencia de un duende, pero la sabiduría de un elfo. Es algo así como lo mejor de ambos mundos.
No puedo evitar reírme por lo ridículamente serio que suena, como si estuviera revelando un secreto ancestral.
—¿Sabiduría de un elfo, eh? —le digo, divertida—. ¿Y esa "sabiduría" incluye robar?
Nimble me lanza una mirada herida, fingiendo escándalo.
—Que quede claro: yo no robo. —se cruza de brazos, haciéndose el digno—. Lo que hago es redistribuir la riqueza. Le quito a los ricos, como esas tiendas de lujo de donde te cojo la ropa, y se lo doy a los necesitados, como tú.
Me echo a reír, pero Nimble sigue con su tono solemne, como si de verdad creyera en lo que está diciendo.
—Oh, claro, soy una auténtica necesitada —bromeo, rodando los ojos—. ¿Qué sería de mí sin tus heroicas acciones?
—Exactamente, lo estás entendiendo —responde, inclinándose hacia adelante, sonriendo de oreja a oreja—. Yo no robo. Solo me aseguro de que los que no necesitan esas cosas dejen espacio para aquellos que sí las necesitan.
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Las crónicas del legado
FantasyAyla siempre ha sentido que no encaja en el mundo real, atrapada en una vida monótona en el pequeño pueblo donde vive. Pero todo cambia el día que, durante un paseo por el bosque, se ve atrapada en un misterioso ritual que la arrastra a un reino de...