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Un ruido sordo me despierta, rompiendo la quietud de la habitación. Parpadeo, intentando adaptarme a la penumbra, y veo a Nimble tambaleándose al borde de la cama. Apenas logro enfocar mi vista cuando lo escucho soltar un leve gemido de dolor.

—¿Nimble? —mi voz suena ronca, todavía atrapada entre el sueño y la vigilia—. ¿Se puede saber qué estás haciendo?

Nimble se queda congelado, con una mano apoyada en la cadera y los ojos grandes como platos, como si lo hubiera pillado haciendo algo que no debería estar haciendo.

—Ay, Ayla... Yo... No quería despertarte —responde en voz baja, casi como si tratara de esconder su vergüenza—. Estaba intentando irme sin hacer ruido, pero... —mira la cama y luego a mí, encogiéndose de hombros—. Esta cosa es ridículamente alta. ¿Cómo haces para no romperte algo cada vez que te subes aquí?

Intento reprimir una sonrisa mientras me incorporo y me siento en la cama.

—Lo normal es que te bajes con cuidado, no que te lances de cabeza al suelo. Ya te lo dije. Primero tenías que sentarte en el borde y después bajar poco a poco sujetándote de las sábanas para bajar poco a poco.

—Ah, claro, dame lecciones de cómo moverme —responde como si fuera una ofensa para él explicarle cómo hacer algo—. Porque, claro, tu seguro te caes de la cama cada dos por tres.
Mientras intercambiamos esas pequeñas bromas, mi mirada se desvía hacia la ventana. El cielo sigue oscuro, pero una tenue línea de luz comienza a dibujarse en el horizonte, como si el amanecer estuviera intentando abrirse paso tímidamente entre la oscuridad de la noche. Es en ese momento cuando me doy cuenta de las horas que son. Dirijo mi mirada a Nimble y veo que ya está completamente vestido y arreglado para ir a no sé donde.
—Pero, ¿a dónde vas tan temprano? —pregunto un poco sobresaltada.
Él suspira y se gira hacia mí, mirándome fijamente a los ojos. Su expresión se torna un poco seria, lo cual es raro en él teniendo en cuenta que siempre está haciendo bromas.

—Tengo que ir al bosque, Ayla. Nos vamos a reunir allí todos los duendes para planear cómo protegernos después de... ya sabes, lo que pasó en el baile —dice en voz baja, y un leve rastro de tristeza oscurece su rostro.

Mis pensamientos comienzan a arremolinarse en mi interior, y sin darme cuenta empiezo a lanzarle una serie de preguntas sin darle un respiro para procesarlas.

—¿Cuánto tiempo estarás fuera? ¿Es seguro? ¿Cuándo vas a volver? ¿Y si...?

Nimble levanta una mano, interrumpiendo mi torrente de preguntas, y su mirada se suaviza. Se acerca a mí un poco con la intención de calmarme un poco más.

—Ayla, cálmate. No te preocupes tanto, ¿vale? En cuanto menos te lo esperes, ya estaré de vuelta. —Sonríe, intentando devolverle ligereza a la conversación—. Aunque sé que me vas a echar de menos. ¿Quién te hará reír el tiempo que yo no esté?

Pese a la inquietud que siento en el pecho, no puedo evitar sonreír un poco ante su pregunta. Aunque estemos en una situación complicada parece que provoque un rayito de luz cada vez que hace sus bromas y me hace reír.

—Bueno, tal vez estaré más tranquila sin que estés vigilándome todo el tiempo —bromeo, pero en realidad siento una punzada al pensar en la idea de no tenerlo cerca.

Me lanza una mirada intensa, como si supiera exactamente lo que estoy pensando. Pero en unos instantes su tono se vuelve un poco más serio, aunque conserva su característico toque burlón.

—Y cambiando de tema, hay algo que quiero que te quede muy claro —dice, poniéndose lo más recto posible a la vez que alza un dedo dramáticamente.

—¿Y ahora qué pasa? —pregunto, levantando una ceja expectante. Con Nimble de compañía nunca se sabe lo que va a decir o cómo va a reaccionar.

Nimble se inclina hacia mí, y me mira con una seriedad inesperada, aunque en sus ojos brilla una chispa de humor.

Las crónicas del legadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora