"El agua era su escape, pero ni la piscina podía hundir el peso de una vida que no quería."
Samantha caminaba de un lado a otro, sus ojos fijos en el agua de la piscina. Cada paso pequeño, medido, con los brazos sobre su cintura, como si así pudiera contener el nerviosismo que la carcomía.—Parece que hoy no quieres entrar al agua, ¿verdad? —Damián, su compañero de natación, apareció a su lado con una sonrisa, intentando tranquilizarla.
—No me siento preparada. —Su voz temblaba. —¿Qué crees que me diga Hugo si no cumplo con el tiempo que me pide? —Sus palabras salieron rápidas, casi entrecortadas, como si decirlo en voz alta hiciera más real el miedo que la ahogaba.
Damián la miró de reojo y soltó una pequeña risa, tratando de inyectarle ánimos. —Puede que te pida entrenar el doble, pero, vamos, si te encanta estar bajo el agua, lo vas a lograr. —Le rodeó los hombros con un brazo, atrayéndola hacia él en un intento de transmitirle confianza, pero ella apenas lo sintió.
El entrenamiento terminó, y Samantha salió del agua más frustrada que nunca. Ese no había sido su día. Sentía el fracaso pegado a su piel, más pesado que las gotas que caían de su cabello, resbalando silenciosas por el piso frío. Caminó hacia los vestidores con la mirada baja, con el peso de la derrota colgando de sus hombros. Al llegar a los casilleros, vio a Álvaro, que la miraba con una sonrisa torcida mientras se metía una pastilla en la boca.
—Hoy no viniste por la tuya —le dijo, sacudiendo un sobre de pastillas entre los dedos.
Samantha dejó caer su toalla en una de las bancas y comenzó a sacar su ropa del locker sin prisa, con movimientos casi automáticos.
—Quería ver si funcionaba sin ellas —dijo, seca, como si estuviera hablando consigo misma más que con Álvaro.
Él dejó escapar una carcajada baja, casi burlona. —Y ya viste que no —respondió, su tono suave pero cortante, como si la derrota de Samantha fuera algo obvio. Se acercó, guardando el sobre en el bolsillo de su sudadera. —Mira, Sam... No creas que no vi cómo Hugo te dijo que, si no alcanzabas el tiempo, no ibas a competir. Si sabes que esto te ayuda, ¿por qué lo dejas? —Su voz tenía una mezcla de cinismo y falsa preocupación que la irritaba.
Samantha apretó los dientes, sintiendo cómo la frustración y el enojo subían por su garganta. —¿Que por qué? Me gasto todo lo que tengo en esta mierda —murmuró, tirando la cabeza hacia atrás, casi al borde de explotar—. Ya dependo de esto.
Álvaro se encogió de hombros, como si lo que acababa de decir no fuera gran cosa. —Es para tu bien, además... —hizo una pausa, su tono más suave, pero en el fondo igual de calculador—. No le quites a tus papás el gusto de verte sobresalir en algo.
Las palabras cayeron como una losa sobre ella. Claro, sus padres. La única razón por la que seguían prestando atención era porque su nombre aparecía en los periódicos, porque ganaba competencias. Eso calmaba las tensiones sobre su futuro. Y, de alguna manera, mantenerlos contentos la mantenía a ella en una especie de equilibrio frágil.
Álvaro sonrió, viendo cómo sus palabras habían tocado el nervio. —Anda, toma una. Va por mi cuenta. —Sacó una pastilla del bolsillo y, con esa familiaridad inquietante, la deslizó por los labios de Samantha hasta que ella abrió la boca, aceptándola sin más.
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En el videoclub, la luz tenue iluminaba a los chicos mientras se agrupaban alrededor de Tenoch, que les entregaba los sobres con el dinero. El murmullo de las conversaciones se mezclaba con el suave sonido de las películas en la pantalla.
—El tuyo, Dani, Alex, Marifer... y el de Samantha —dijo Tenoch, mirando el reloj con impaciencia—. Ya son las 7, yo creo que no va a venir.
—Dijo que llegaría tarde —respondió Alex, acomodando unas botellas de agua sobre la mesa.
—Bueno, y yo tengo 20 pesos más por mis labores administrativas —añadió Tenoch, con un tono de orgullo.
—Tenoch, no seas miserable, todos por igual —lo interrumpió Daniela, un poco molesta por la actitud de su amigo.
—Tranqui, él lleva las cuentas —replicó Alex, intentando suavizar el ambiente.
—Además, ahora ganaremos más porque tenemos la computadora de Memo —agregó Tenoch, con una sonrisa optimista.
—¿Y a Memo? —preguntó Daniela, levantando una ceja.
—Bueno, es lo mismo —concedió Tenoch, encogiéndose de hombros, mientras los demás intercambiaban miradas de complicidad.
{Al día siguiente}
—Samantha estaba sentada en su asiento, al fondo del salón de clases, con la mirada perdida en el suelo. Mantenía el puño cerrado, apoyado en su mejilla, como si esa pequeña presión fuera lo único que la mantenía en pie. El murmullo de sus compañeros, el sonido de las hojas y los bolígrafos, todo se sentía distante, como si estuviera atrapada en su propio mundo, ajena a lo que ocurría a su alrededor.
—Hola, Sam... —saludó con un tono suave pero alegre—. ¿Te... te molesta si me siento aquí? No ocupo mucho espacio, lo prometo —dijo, casi susurrando, mientras señalaba el asiento vacío junto a ella y le sonreía de manera juguetona.
Samantha apenas asintió, sin decir mucho, y quitó su mochila del banco.
—Perdón por preguntar, pero... ¿estás bien? —Se atrevió a decir finalmente, rompiendo el hielo.
Samantha, sin saber bien cómo explicar lo que sentía, simplemente respondió: —Sí, estoy bien —aunque ni ella misma se lo creía. Volvió a quedarse callada por unos segundos, hasta que decidió abrirse un poco más. —Lo siento... es que tuve un día difícil. Ya sabes, esos días en los que parece que todo te sale mal.
Memo la miró con empatía. —Sí, sé lo que dices. A veces parece que por más que intentas, nada se alinea. Pero al final, las cosas mejoran, ¿no? -hizo una pausa, tomando aire como si se preparara para decir algo más—. Y si... si necesitas un poco de apoyo... yo, eh, siempre estoy aquí. No sé si tengo todas las respuestas, pero, um... tengo algunas historias que contar, si te sirven.
Samantha sonrió apenas, agradeciendo su esfuerzo por levantarle el ánimo. —Supongo que sí —murmuró, dejando que las palabras de Memo flotaran en el aire. Luego, decidió hablar de nuevo. —¿Mañana haces algo?
—No, no, mañana tengo día libre —respondió Memo, mirando a Samantha con curiosidad.
—Te parece si salimos, a tomar algo o a caminar al parque. Yo paso por ti —sugirió ella, sintiéndose un poco más valiente.
Memo sonrió, sintiéndose emocionado pero nervioso al mismo tiempo. No quería desanimarla, pero sabía que Samantha no manejaba bien. —Está bien —dijo finalmente, tratando de ocultar su nerviosismo—. Solo espero que no terminemos en algún lugar raro, como en medio de un campo, rodeados de vacas o algo así.
Samantha arqueó una ceja. —No te preocupes, si vamos a un campo, solo será para conseguir algo de aire fresco. No planeo hacerme amiga de las vacas.