Nadie Entiende Mis Sueños

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Samantha desayunaba en la mesa con sus padres y hermanos, pero la atmósfera era densa, casi insoportable

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Samantha desayunaba en la mesa con sus padres y hermanos, pero la atmósfera era densa, casi insoportable.

—Samantha, tienes que entender que el futuro de la familia depende de ti —dijo su padre, sin apartar la vista del periódico.

Ella sintió cómo la frustración empezaba a hervir.

—¿Y mis sueños? —replicó, la voz temblando.

—Tus sueños son importantes, pero no son realistas. El negocio necesita tu compromiso —intervino su madre, cruzando los brazos.

—No quiero seguir en el negocio de hoteles. Quiero estudiar teatro en Nueva York —explotó, sintiéndose atrapada.

—Eso es un capricho —dijo Nicolás, mirando su plato—. Necesitas ser más responsable.

—¡Capricho! —gritó, sintiendo el pulso acelerarse—. Estoy haciendo algo por mí, algo que ustedes no entienden.

La discusión continuó, y Samantha sintió que su voz se perdía entre las exigencias de su familia. Finalmente, se levantó de la mesa y salió corriendo. Se dirigió a su coche, encendió el motor y se quedó allí un momento, respirando hondo, tratando de calmarse antes de enfrentar la escuela.


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Memo

Acomodándose en el asiento trasero del coche, sentía un cosquilleo de ansiedad en el estómago mientras su chofer lo llevaba a su primer día en la nueva escuela.

—Vas a ver que te irá muy bien, Memo. Si te molestan, te agarras con el más grandote —dijo Pascual, optimista.

—Ehh, sí —respondió Memo, intentando sonreír.

De repente, Pascual giró el volante de forma brusca, y Memo se movió en su asiento.

—Estos niños creen que son corredores de Fórmula 1 solo porque tienen coche —murmuró Pascual, escaneando las calles.

Memo se asomó por la ventana justo cuando el coche de Samantha pasó junto a ellos. Su corazón latía más rápido, anticipando lo que le esperaba.






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—Te dije a las siete en punto —dijo Tenoch, mirando a Alex con el ceño fruncido.

—Son las 7:15, no es para tanto —respondió Alex, despreocupado.

—La puntualidad es la base del negocio. Faltan dos tareas de historia por entregar; espero que Samantha las traiga. Si no, le voy a descontar parte de su paga.

—Debería traerlas. Relájate —replicó Alex, pero Tenoch seguía inquieto.

—Sí, bueno, pero a saber cuándo llega... —Tenoch miró el reloj, ansioso.



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—Mientras tanto, Samantha se quedó en su coche, sin darse cuenta de que la clase ya había comenzado. Al fin, corrió hacia el salón, solo para escuchar al profesor Salatiel decir: "examen sorpresa, y agradézcanle a su compañero Palacios".

—Y Montemayor, tiene retardo —dijo Salatiel, sonando molesto.

Samantha se giró, indignada.

—¡Pero si ya había llegado!

—Una cosa es que llegues y otra que entres al salón. No crea que no me doy cuenta de que se hace mensa en su carro durante veinte minutos.

—Las risas de sus compañeros la hicieron sentir arder. Se sentó detrás del nuevo, quien la miraba apenado, consciente de que ella tendría que presentar un examen por su culpa.

—Les quedan cinco minutos, jóvenes —anunció Salatiel con tono severo.

—Pinche Saltiel, no sé nada —murmuró Samantha a Marifer, que estaba a su lado.

—Yo tampoco —respondió Marifer, ambas miraron a Daniela en el extremo.

—Daniela, pásanos las respuestas —susurró Samantha, angustiada.

—No puedo —contestó ella.

La voz de Salatiel interrumpió de nuevo: era el momento de entregar el examen. Samantha solo había respondido tres preguntas y la ansiedad la invadía. Sabía que no podría soportar la rabia del profesor.

Mientras sus compañeros comenzaban a levantarse, Samantha dudó. En ese instante, Memo se puso de pie y se quedó frente a ella, como un escudo.

Aprovechando la situación, vio su oportunidad. Rápidamente, Daniela le pasó su examen, y, ocultando su acción tras la figura de Memo, comenzó a copiar las respuestas. En menos de dos minutos, terminó y, sintiéndose aliviada, entregó el examen justo a tiempo.

Al salir del salón, respiró profundo, sintiendo un peso menos. Se dirigía hacia el área de descanso cuando vio a Memo, nervioso, apoyado en la pared.

—Oye —dijo, captando su atención—. Gracias por lo que hiciste antes. Me salvaste; Salatiel se pasó con las preguntas.

Memo la miró, su sonrisa era reconfortante.

—No es nada —respondió con modestia.

Samantha sintió una chispa de conexión.

—Soy Samantha, Sam, Montemayor, como prefieras —dijo, extendiendo la mano.

—Yo soy Memo. Mucho gusto —dijo él, estrechando su mano, sonando un poco tímido.

—Si alguna vez necesitas algo, no dudes en pedírmelo. Los favores que me hacen, no se me olvidan —añadió, sintiéndose más segura.

Con una mirada rápida y un ligero asentimiento, se despidió y se unió a sus compañeros, mientras Memo se quedaba sonriendo, sintiendo que tal vez este nuevo día no había sido tan malo después de todo.

A donde va el viento Donde viven las historias. Descúbrelo ahora