"Tenía el don de manipular con cualquier miradita"
{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{—Pablo conducía con calma mientras Samantha miraba por la ventana, distraída, esperando llegar rápido. Su carro se había descompuesto y no le quedó de otra que pedirle el favor a su hermano.
—No sabía que hoy querías llegar tan temprano —comentó Pablo, con una media sonrisa.
—Tengo examen —respondió ella, sin mucho ánimo—. Bájame aquí, me están esperando mis amigos.
Pablo se inclinó un poco para ver por la ventana. Al ver al grupo, su expresión cambió a una mezcla de incomodidad y sorpresa.
—¿De verdad con esos te juntas? Alex está bien, pero... una gorda, una gótica y un pobre... ¿Qué es esto? —dijo con un tono burlón, casi incrédulo—. ¿Dónde quedaron Diego y Paulina?
—Samantha resopló, harta del comentario. Giró los ojos, ignorando las palabras de su hermano. La paciencia se le agotaba.
—¿Cuántas neuronas te quedan para soltar semejante idiotez? —le lanzó, sarcástica.
—Pablo se encogió de hombros, sin molestarse en disimular su desdén. —Las suficientes para ver lo que tienes delante. ¿De dónde sacaste a estos extraterrestres?
—Samantha soltó un largo suspiro. —Ahora entiendo por qué nadie te toma en serio.
—Sin decir más, salió del coche y azotó la puerta con fuerza, dejando a su hermano boquiabierto por un segundo. —Lindo día —dijo con ironía, mientras caminaba hacia su grupo de amigos.
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La clase de inglés iba lenta, insoportable. Hasta que Diego se paró frente al salón y soltó su "gran" presentación.
—My father, my mother, yo... went Acapulco, Acapulco, the sun, the beach, oh yes the beach... ehh the fish... many, many fish, pretty fish, many Luis Miguel, my family, vacation, Acapulco, the end.
Todo el salón estalló en carcajadas. La profe siempre los hacía pasar al frente para que hablaran en inglés, pero la mayoría apenas balbuceaba algo. Diego, claramente no estaba hecho para esto. Solo Samantha y Memo solían sobrevivir esas sesiones, pero hoy... hoy Diego hizo el ridículo.
—Okey, people, that's enough —dijo la maestra, pero ni ella podía esconder la sonrisa.
Diego, rojo de la vergüenza, se dejó caer en su asiento con los brazos cruzados, furioso, mientras las risas seguían. Luego, la maestra decidió rematar.
—Quiero que para el viernes hagan una historia sobre algo que les pasó en su infancia. En inglés, claro.
Los quejidos y abucheos del salón fueron inmediatos. Parecía que la tortura no tenía fin.