—Samantha Montemayor, preparándose para el próximo torneo de natación... —leyó en voz alta el padre de Samantha, su voz llena de orgullo, como si el artículo pudiera aliviar la tensión en casa. —A pesar de los recientes contratiempos, la joven nadadora está lista para demostrar su talento en la competencia regional.Mientras él seguía leyendo, Samantha bajó las escaleras, decidida a tomar su bolso. Al escuchar su nombre en el artículo, una punzada de incomodidad la atravesó; sabía que no le había ido bien en las últimas semanas.
—¿Te vas? —preguntó su papá, sin apartar la vista del periódico.
—Aja, voy a salir —respondió Samantha, rápida y con un tono cortante.
—Viste que ya te activé de nuevo la tarjeta —dijo él, levantando la vista con una mezcla de esperanza y autoridad.
—La verdad es que no, te dije que no la necesitaba —replicó ella, cruzando los brazos, su mirada fija en la puerta.
—Bueno... ya te levantamos el castigo, puedes volver a usarla. Además, ya salió la nota y dicen que vas bien. No desperdicies tu tiempo, Samantha, acuérdate —su voz se endureció, un recordatorio de lo que esperaba de ella.
La tensión se sentía en el aire. Samantha lo miró, tragó saliva y salió de la casa, dejando a su padre mirando el periódico, la decepción escrita en su rostro.
Memo estaba sentado en el sillón, nervioso. No podía dejar de mover las manos, frotándose las palmas sudorosas contra los muslos de sus pantalones. Era la primera vez que lo invitaban a salir, y más aún, la primera vez que una chica lo hacía. Su mente corría a mil por hora, tratando de recordar cada consejo que alguna vez le dieron sobre citas.
—Ya llegaron por ti, Memo —anunció Pascual, asomándose por la puerta.
—Ah... sí... —respondió Memo, con un hilo de voz nervioso. Se levantó rápidamente del sofá, pero antes de salir, intentó calmarse limpiando las manos de nuevo en sus pantalones.
Cuando llegó a la entrada, sintió la mano de Pascual sobre su hombro, lo que lo hizo detenerse por un segundo.
—Te va a ir bien con esa muchacha, tú tranquilo, disfruta —le dijo Pascual con una sonrisa que intentaba transmitirle confianza.
Memo asintió, tragó saliva, y salió por la puerta con pasos vacilantes, dirigiéndose hacia el coche de Samantha. Ella estaba al volante, con una sonrisa grande y un aire relajado que contrastaba con los nervios de Memo. Mientras él se acercaba, Samantha bajó la ventana y, con una risa juguetona, le gritó:
—¡Memo! ¡Súbete!
Él le devolvió una sonrisa tímida, esperando a que ella le quitara el seguro de la puerta. Cuando lo hizo, se subió con cuidado, aún sintiendo sus manos húmedas. El coche arrancó y, al principio, todo fue un poco incómodo. Samantha conducía con cierta despreocupación, lo que hacía que el coche diera pequeños brincos y frenazos inesperados. Memo se agarraba del asiento cada vez que el coche tambaleaba un poco.