Nadie va a sospechar

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—Oye, ¿estás segura de que Sam entrena aquí? —preguntó Memo, mientras caminaba junto a Marifer por los pasillos del club de natación. Habían decidido ir a buscar a Samantha porque no le habían dado la lista de las historias que tenía que escribir para el proyecto.

—Sí, ella lo ha dicho un montón de veces. Vamos, entra. —Marifer empujó la puerta y el aire húmedo mezclado con el aire acondicionado los golpeó. A su alrededor, chicos en trajes de baño caminaban por el lugar, y las piscinas, enormes y brillantes bajo la luz artificial, estaban llenas de nadadores entrenando. —Este lugar es gigantesco...

El sonido del agua golpeando contra el borde de la piscina retumbaba en los oídos de Samantha mientras nadaba con fuerza. Sus brazos cortaban el agua una y otra vez, pero sus músculos empezaban a quemar, y su respiración se volvía más pesada. Desde la orilla, Hugo, su entrenador, no dejaba de gritarle.

—¡Más rápido, Samantha! —su voz resonaba en todo el recinto, fuerte, implacable—. ¡Si sigues así, ni siquiera vas a clasificar!

Samantha cerró los ojos un segundo, apretando los dientes mientras el dolor muscular se intensificaba. No podía fallar, no después de todo lo que estaba en juego.

Memo y Marifer se detuvieron de golpe, sus ojos fijos en la escena. La voz de Hugo era ensordecedora, retumbando en las paredes del club con un eco que hacía todo más intenso.

—¡¿Quieres rendirte ya?! —gritó de nuevo Hugo, con el rostro encendido de frustración—. ¡Si no subes el ritmo, te quedarás fuera del equipo! ¡Eres una inútil si no puedes dar más de ti!

Memo frunció el ceño, su incomodidad palpable. —¿Es siempre así? —preguntó en voz baja a Marifer, que también estaba sorprendida.

—No lo sé, nunca he venido a verla entrenar —respondió Marifer, mirando a su alrededor, incómoda por el ambiente tenso.

En ese momento, Damián, que estaba descansando cerca, notó la presencia de los dos extraños y se acercó a ellos con una sonrisa amigable.

—¿Buscan a alguien? —preguntó, intentando ser amable.

Memo, todavía nervioso por la escena que acababan de presenciar, trató de contestar—. Eh, sí... estamos buscando a Samantha. No sabíamos que su entrenamiento era tan... —se detuvo, buscando las palabras correctas—. Tan intenso.

Romina, que estaba sentada cerca de Damián, soltó una pequeña risa, como si lo que acababan de ver fuera lo más normal del mundo. —Así es siempre. Hugo es duro, pero Samantha sabe lo que hace. Aguanta más de lo que parece. —Su tono despreocupado solo hacía que la escena pareciera aún más irreal.

—¡¿Vas a rendirte?! —Hugo volvió a gritar, su voz quebrando cualquier otro sonido en el lugar—. ¡Si esto es todo lo que tienes, entonces mejor quédate en casa el fin de semana! ¡No quiero ver a una perdedora en mi equipo!

A donde va el viento Donde viven las historias. Descúbrelo ahora