CAPITULO 3

0 0 0
                                    

Eran alrededor de las tres de la madrugada cuando un escalofrío helado comenzó a recorrer mis piernas, extendiéndose por todo mí ser como si la temperatura hubiera descendido a un congelante -1°C. El temblor incontrolable se apoderaba de mí, y en medio de esa fría noche, una voz quebradiza y rasposa comenzó a pronunciar mi nombre verdadero, el cual había guardado en el olvido. Mi mente intentó visualizar aquella presencia etérea, pero de repente, el estridente sonido de mi alarma interrumpió el instante, marcando el inicio de un nuevo día.

Al salir de mi habitación en busca de un vaso de agua, me encontré con mi amiga en el pasillo. Su rostro iluminado por una sonrisa cálida contrastaba con la penumbra que aún envolvía la casa.

—Buenos días, Andreita —exclamó, con una sonrisa amplia.

—Buenos días, niña —respondí, devolviendo la sonrisa.

— ¿Cómo amaneció la bebita más hermosa del mundo?

— ¿Qué onda contigo? Dime —pregunté, intrigada.

— ¿Acaso no dijo la psicóloga que te trate como si fueras mi hija? —dijo, con un tono juguetón.

—Pues sí, eso dijo —admití, sintiendo un rubor en mis mejillas.

—Entonces, así te voy a tratar, mi bebita hermosa —declaró con ternura.

—Dime, ¿qué haré contigo? —pregunté, entre risas.

—Amarme mucho como yo te amo a ti, mi Andreita hermosa —respondió con un brillo en los ojos.

—Ven y dame un beso —exclamé, sonriendo.

—Mejor ven, te daré tete —dijo con picardía, acercándose con una sonrisa traviesa.

Me acerque a ella le saqué la blusa y el sostén, dejé a descubierto sus hermosos senos empecé a besarlos lentamente con mi mano los empiezo a apretar suavemente para ir subiendo poco a poco la intensidad.

- Amor, eso no hacen las bebitas – exclamó entre gemidos- ¿Tu me amas?

-Claro que te amo, eres mi amiga casi hermana ¿Porque me lo preguntas?

- Yo me refería a un amor de algo mas – respondió ella.

- ¿A que te refieres con algo más?- exclame – no te entiendo

-Nada olvídalo- respondió ella- vamos a dormir que ya es tarde.

Nos dirigimos a nuestra habitación con el cansancio pesando en nuestros cuerpos, la noche había sido larga y ambos necesitábamos descansar. Ella se cambió rápidamente a su pijama, sus movimientos rápidos y fluidos eran casi automáticos. Hice lo mismo, sintiendo la suavidad de la tela contra mi piel mientras nos metíamos en la cama. Yo me acomodé en el lado derecho, como siempre, y ella en el izquierdo.

Apagamos las luces, sumergidos en el abrazo oscuro de la noche. El silencio, en un principio relajante, pronto se volvió inquietante. Sentí cómo el mismo escalofrío helado de la noche anterior regresaba, pero esta vez era mucho más intenso, recorriendo mi espalda como afiladas agujas de hielo. El temblor era incontrolable, y supe que no podía quedarme en la cama. Me levanté de un salto, mis pies descalzos chocando con el frío suelo, y encendí la luz.

La habitación se había transformado de una manera sutil pero desconcertante. La luz, que normalmente bañaba el espacio en calidez, apenas lograba romper la opresiva oscuridad. El silencio se sentía como una presencia en sí misma, pesada, aplastante. Un frío sobrenatural se filtraba en mis huesos, congelando mi sangre en sus venas. Fue entonces cuando lo escuché, una voz rasposa que rompió el vacío.

—Hola —dijo, susurrando en el aire, como si las paredes mismas estuvieran conspirando en su origen.

El pánico se apoderó de mí al recordar las advertencias de Sylphy: "Nunca respondas a las voces de mis hermanas." Pero esta vez, la voz parecía no tener intención de marcharse. Sentí cómo se acercaba más y más, como si fuera una sombra tangible, hasta que la presión de su presencia rozó mi oído, dejándome petrificado.

—Mauricio —susurró con una familiaridad que me heló—. Soy Duda. Estoy segura de que mi hermanita Sylphy te ha hablado de mí.

Un escalofrío distinto recorrió mi cuerpo, esta vez no por el frío, sino por la curiosidad que comenzaba a formarse, pero recordé la advertencia y permanecí en silencio. Sylphy me había hablado de sus hermanas, pero ninguna emoción que describió se parecía a la que ahora me invadía: una mezcla de incertidumbre y miedo.

—Eres muy astuto, Mauricio —continuó Duda, casi con un deje de admiración—. Pero no me iré. Esta vez aprenderás que hay cosas mucho peores que mis otras tres hermanas.

Justo cuando estaba a punto de sucumbir a la tentación de responder, un débil rayo de luz se filtró a través de las cortinas. El amanecer rompió el hechizo que pesaba en la habitación. El frío comenzó a desvanecerse y la luz del día disipó cualquier rastro de la presencia de Duda.

—¡Buenos días, Andreita! —exclamó ella al despertar, sonriendo con una mueca que intentaba disfrazar el cansancio—. ¿Dormiste bien?

—Buenos días, niña —respondí con una sonrisa que intentaba imitar la calidez de los primeros rayos de sol—. Más o menos, dormí bien. ¿Y tú?

—Tuve una pesadilla horrible —dijo, sus ojos enrojecidos y su voz temblando ligeramente—. Pero bueno, solo fue un mal sueño, nada más.

—¿Tan mal que te dejó los ojos así? —pregunté, preocupado—. Estoy aquí para ti. Cuéntame lo que pasó si lo necesitas.

—No quiero que pienses que estoy loca o algo así —murmuró, vacilante—, pero soñé que estaba en un lago oscuro, rodeada de sombras. El frío era insoportable, como si estuviera perdida en el Ártico.

—Solo fue un mal sueño —la tranquilicé, aunque las palabras sabían a mentira en mi boca. Sabía que algo más oscuro acechaba en la habitación—. Vamos a la ducha para despertarnos bien, y además tengo una sorpresa para ti.

—¿Una sorpresa? —sus ojos brillaron con una mezcla de sorpresa e ilusión—. ¿Qué tipo de sorpresa?

—Si te lo dijera, ya no sería sorpresa, ¿no crees? —le respondí con una sonrisa traviesa—. Prepárate, te prometo que te va a encantar.

—No puedo ahora, tengo que dar clases en la universidad, ¿lo has olvidado? —dijo, con un aire de responsabilidad que me arrancó una sonrisa.

—Cierto, se me había olvidado —respondí, divertido—. Entonces te llevo a tus clases, y después nos vamos de viaje el fin de semana. ¿Qué te parece?

—¡Me encanta! —respondió, su rostro iluminado con una sonrisa radiante que despejaba cualquier sombra de duda.

Nos preparamos con entusiasmo, entre risas y el sonido del agua caliente en la ducha. El día prometía emociones, y la promesa de la escapada de fin de semana nos llenaba de energía. Sin embargo, al agarrar mis llaves para salir, un soplo de aire helado salió de mi boca, tan frío que parecía estar congelando mis propios pensamientos.

Duda seguía allí, acechando, y sentí cómo su presencia intentaba arrastrarme de nuevo hacia la oscuridad. El mundo comenzó a desvanecerse a mi alrededor, pero me aferré al umbral de la puerta, resistiendo. No podía dejarme vencer, no esta vez. Sabía que Duda no se detendría, pero yo tampoco lo haría.

GUARDIÁN VOL. 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora