CAPITULO 7

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Susana se movía con rapidez, sus pasos resonando suavemente detrás de mi amiga, mientras trataba de cumplir la orden que le di. A medida que avanzaba, notó que Patricia, distraída, sacaba su celular del bolso. La expresión de su rostro cambió al instante. Sus cejas, antes fruncidas, se relajaron, y una sonrisa apenas perceptible apareció en sus labios. Patricia, como siempre, contestaba el teléfono con ese tono dulce y cargado de coquetería, reservando su verdadera voz para quien estaba al otro lado de la línea.

Al contestar, subió el volumen del celular al máximo, una costumbre habitual que le permitía escuchar mejor a la persona con la que hablaba, sin preocuparse por quién más pudiera estar oyendo. Sus ojos brillaban con una emoción que solo mostraba cuando hablaba con él.

*Llamada entrante*

—Hola, amor —dijo, dejando que cada palabra se deslizará lentamente.

—Hola, mi príncipe hermoso —contestó, su voz cargada de esa dulzura que la transformaba, como si el mundo se detuviera al escucharlo.

La conversación comenzó a tomar otro rumbo rápidamente, cambiando de un tono afectuoso a uno más tenso, casi posesivo.

—¿Hasta cuándo te vas a quedar con esa tipa? —la voz en el otro lado de la línea se tornó más demandante.

—Me dijo que hoy nos íbamos a la ciudad —respondió Patricia, tratando de mantener un tono casual, pero sus ojos traicionaban cierta incomodidad.

Hubo una pausa, y entonces él lanzó el comentario que parecía haber estado rumiando desde hacía tiempo:

—Patricia, no sé qué le ves a ese adefesio de Andrea —espetó, con un tono que mezclaba desprecio y frustración.

Patricia suspiró suavemente, casi como si ya hubiera tenido esta conversación mil veces antes.

—Es buena persona —dijo, pero su voz sonaba algo débil, como si no estuviera del todo convencida o como si esas palabras ya no tuvieran tanto peso.

Él no dejó pasar la oportunidad para atacar nuevamente, con un sarcasmo afilado:

—Seguro tiene dinero, por eso estás con ese enfermo de la cabeza.

Patricia cerró los ojos por un momento, intentando no perder la compostura.

—Andrea no tiene ni dónde caerse muerta —contestó, con una mezcla de tristeza y resignación.

La respuesta no hizo más que encender la rabia del otro.

—Entonces no entiendo por qué estás con esa cosa, Patricia —las palabras salieron casi como un escupitajo, llenas de repulsión.

Patricia, intentando mantenerse firme, se apresuró a justificar su relación con Andrea.

—Es como una hermana para mí —dijo, añadiendo un poco de calidez a su tono, como si eso pudiera desactivar la situación.

Pero él no iba a ceder tan fácilmente.

—Ajá, claro —soltó con desdén—. No me digas que a tus hermanas te las comes.

Patricia soltó una risa forzada, casi mecánica, intentando suavizar el golpe.

—Ja, ja, ja, obvio que no.

Él no se dejó engañar por la falsa risa, y su tono se volvió aún más serio, casi interrogante.

—Entonces, sé sincera: dime por qué carajos estás con Andrea.

Patricia sintió un nudo en el estómago. Sabía que este momento llegaría, pero aún así, no estaba preparada para decirlo en voz alta. Tomó aire y, finalmente, confesó, su voz bajando a un susurro:

—Porque me siento culpable por su "accidente".

Un silencio pesado se apoderó de la conversación. La voz al otro lado tardó unos segundos en responder, como si estuviera asimilando las palabras.

—¿Y eso por qué? —preguntó finalmente, con incredulidad—. No me digas que tú tuviste algo que ver con eso.

Patricia se mordió el labio, sus manos temblaban ligeramente mientras sostenía el celular.

—Yo fui la causante de su accidente —admitió con una mezcla de culpa y liberación—. La verdad... yo quería librarme de Andrea.

El silencio al otro lado era ensordecedor, hasta que él rompió la tensión.

—¿A qué te refieres con eso? —preguntó, su voz más baja pero cargada de desconfianza.

Patricia, casi sin poder mirar a su alrededor, reveló el oscuro secreto que la había estado consumiendo.

—Pues, ¿acaso no es obvio? —dijo en un tono frío y calculador— Quería que estirara la pata para poder librarme de ella.

—Pero, ¿no sería más sensato que se lo dijeras de una vez? Así te ahorrarías terminar en prisión por intento de homicidio, mi querida Patricia —dijo, con una sonrisa tensa, como quien intenta traer algo de razón al caos.

—El problema es que ella tiene un seguro de vida... por 10 trillones de dólares —respondió, bajando la voz, como si mencionar la cifra pudiera invocar algún tipo de maldición.

—¿Perdona? —la incredulidad en su voz era palpable—. ¿No acabas de decirme que ese adefesio no tiene ni dónde caerse muerto? Y ahora me vienes con que tiene un seguro de vida por esa cantidad astronómica. No tiene sentido.

—Pues, créeme, yo tampoco lo entiendo —admitió, frunciendo el ceño—, pero entre sus cosas vi el contrato de su seguro de vida. Allí, en letras grandes y claras, estaba la cifra que acabo de decirte. Es surrealista.

—Aquí hay algo que no cuadra, mi Patricia. Esto huele a gato encerrado. ¿Tienes el número de la aseguradora? —preguntó con una mezcla de intriga y desconfianza en la voz.

—Por supuesto, anota: 4277546. Está a nombre de Andrea Zambrana Peña —respondió Patricia, entregando la información con precisión, pero con un leve temblor en las manos que no pudo ocultar.

—Vamos a ver qué tan profundo está este misterio. Te llamaré en cuanto tenga algo —dijo con una mirada afilada, cortando la conversación con un tono definitivo.

*Llamada finalizada*

Justo después, Susana se acercó a Patricia con paso lento y silencioso. Se inclinó hacia ella, susurrándole algo al oído. El efecto fue inmediato. Patricia se quedó inmóvil, como si todo el color se le hubiera escapado del rostro. Temblaba ligeramente, el aire a su alrededor se volvió denso y frío, como si hubiera sentido la presencia de algo más allá de lo visible, algo aterrador.

—No entiendo nada —exclamó Patricia, con los ojos muy abiertos, su voz temblando de miedo.

—Pronto lo entenderás, Patricia Acevedo Liarte —respondió Susana con una sonrisa fría, sus palabras pesadas como el plomo.

—¿Cómo sabes mi nombre completo? —preguntó Patricia, dando un paso hacia atrás, sintiendo una opresión en el pecho.

—Aquí todo se sabe —dijo Susana, su mirada fija y penetrante—. Tú lo tenías todo con la señora Andrea, pero ahora, después de lo que he oído... no te quedará nada.

GUARDIÁN VOL. 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora