CAPITULO 9

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El tiempo pasaba y ni Susana ni Patricia daban señales de vida, así que Andrea, con la ansiedad carcomiéndole, decidió salir a buscarlas. La tarde caía, envolviendo el lugar en una penumbra que hacía todo aún más inquietante. Al llegar al sitio donde se suponía que estarían, lo único que encontró fue la cartera de Patricia, abandonada como si la hubieran dejado en un momento de prisa... y nada más. El aire se tornó pesado, y la sensación de que algo andaba mal se intensificó.

*Llamada saliente*

Una voz fría y mecánica resonó en la línea: Usted ha llamado al número 76524867. Este número no está activado. Después del tono, dejar mensaje tiene un costo.

*Llamada finalizada*

El eco de esa grabación perforó la mente de Andrea, y de inmediato, su corazón empezó a latir con violencia, mientras una capa de sudor frío cubría su piel. Su respiración se volvió errática, y su mente no dejaba de imaginar lo peor. Justo cuando estaba por marcar el número de emergencias, un escalofrío gélido se deslizó por su columna vertebral, haciéndole erizar la piel. Sintió un par de puntos fríos recorriéndole la nuca, como si unas manos invisibles se acercaran sigilosamente. Al darse la vuelta, la calle vacía la recibió con su oscuridad silenciosa; no había nadie, pero la sensación de ser observada desde las sombras persistía, pesada y amenazante.

El miedo la invadía, pero había algo en el fondo de su mente que le decía que lo sucedido con Patricia era algo más oscuro, algo que la policía no entendería. Era un misterio que exigía cautela y que, sin duda, iba más allá de lo ordinario.

Andrea se dirigió a su habitación a pasos apresurados, sus manos temblorosas buscaban la llave de la caja fuerte que tenía escondida debajo de un espejo antiguo, cuyos bordes dorados habían perdido su brillo con el tiempo. Al abrirla, el metal emitió un leve chasquido que resonó en la habitación. Dentro, una mochila negra esperaba. Aunque su exterior estaba gastado por el uso, los instrumentos en su interior prometían una nueva misión: rescatar a Patricia y Susana.

Justo cuando Andrea giró el picaporte de la puerta para salir, las luces comenzaron a parpadear frenéticamente, como si una sombra siniestra las estuviera apagando una a una. Las sombras se alargaban y se retorcían en las paredes, mientras un aire espeso y un olor acre a azufre llenaban la habitación. El ambiente se volvió asfixiante, como si la misma oscuridad quisiera atraparla. Andrea sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía lo que significaba.

—Hola, Andrea —una voz helada y burlona se deslizó por el aire, susurrando a su oído como un aliento gélido.

Andrea se giró de golpe, y allí estaba Duda, su silueta oscura y su sonrisa maliciosa iluminada brevemente por la luz vacilante. Sus ojos brillaban como brasas encendidas, llenos de un deleite cruel.

—Duda —exclamó Andrea, intentando ocultar el temblor en su voz—, ¿ellas están vivas?

Duda entrecerró los ojos y su sonrisa se curvó aún más, como un depredador que saborea el miedo de su presa.

—Eso va a depender de ti —respondió, su voz resonando como un eco malévolo en la habitación.

—¿A qué te refieres con eso? —preguntó Andrea, sintiendo cómo la garganta se le cerraba por el miedo que comenzaba a retorcerse en su interior.

Duda avanzó un paso, y el suelo pareció vibrar bajo el peso de su presencia, como si algo antiguo y oscuro despertara con cada movimiento.

—Me refiero a que, si cumples la tarea que te voy a dar —susurró, alargando cada palabra con un tono de diversión maliciosa—, ellas vivirán. De lo contrario, morirán. Así que, querida Andrea, todo depende de ti.

Andrea sintió un sudor frío recorrer su frente mientras el miedo le oprimía el pecho como una garra.

—¿Qué es lo que tengo que hacer? —logró preguntar, con la voz rota y entrecortada.

—Debes matar a todas mis hermanas —dijo Duda, y su tono, gélido y cortante, llenó la habitación de un silencio sepulcral.

—¿Qué cosa? —exclamó Andrea, retrocediendo un paso mientras sus ojos se abrían de par en par, reflejando la incredulidad y el horror que se apoderaban de su mente.

Duda inclinó la cabeza, como si disfrutara cada matiz de la desesperación de Andrea.

—Esa es tu tarea —continuó Duda con una serenidad perturbadora—. Debes matar a mis hermanas y así tus amigas podrán ver un día más la luz del sol. Podrán respirar... por ahora.

Andrea respiró hondo, tratando de encontrar un rastro de esperanza en las palabras de Duda.

—¿Y cómo sé que cumplirás tu palabra y no les harás daño? —replicó, tratando de infundir un tono desafiante en su voz quebrada.

Duda soltó una carcajada seca y amarga, que resonó en la habitación como si el propio espacio se burlara de ella.

—Yo nunca miento, Andreita.

—Ja, ja, ja, perdón que me ría —dijo Andrea, con una risa amarga que parecía rebotar en las paredes—, pero tú me has estado mintiendo sobre quién eres en realidad. Así que discúlpame por lo que voy a hacer.

Con un movimiento rápido, Andrea sacó de la mochila una Colt antigua, cuyo metal reflejaba la luz titilante, creando destellos que bailaban en la oscuridad. Apuntó directamente al pecho de Duda, y con la determinación de quien ya no tiene nada que perder, apretó el gatillo. El estruendo del disparo rompió el aire como un trueno.

Duda apenas tuvo tiempo de abrir los ojos con sorpresa antes de desaparecer en una llamarada violenta, que envolvió su cuerpo y lo devoró con un rugido. Las llamas iluminaron la habitación con un destello rojo, tan intenso que parecía consumir la misma oscuridad. En cuestión de segundos, el fuego se desvaneció, y lo único que quedó de Duda fueron cenizas negras, esparcidas en el suelo como sombras que se disolvían en la nada.

Andrea, con la respiración entrecortada y la Colt aún humeante en la mano, se quedó de pie, sintiendo que la adrenalina la abandonaba, dejándola exhausta. Observó las cenizas con el corazón pesado, preguntándose si realmente había acabado con Duda... o si la oscuridad apenas comenzaba.

GUARDIÁN VOL. 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora