1

87 14 0
                                    

El Caldero Vacío

Hace poco más de un milenio, el destino de cada joven del reino de Saint cambió para siempre. Fue en ese tiempo cuando se descubrió el Caldero Mágico, un artefacto antiguo que transformó la forma en que los matrimonios eran forjados. Atrás quedaron los tiempos en que las jóvenes debían participar en elaborados bailes de presentación, desfilando frente a hombres que evaluaban su elegancia y porte. Ya no era necesario esperar a que un pretendiente hiciera su elección. Ahora, todo lo que se necesitaba era una sola gota de sangre, derramada en el Caldero bajo la supervisión de la Iglesia. A través de la magia, el Caldero revelaba la imagen de tu alma gemela y dónde encontrarla. Tu destino quedaba sellado en ese preciso momento.

Recuerdo cómo mi madre hablaba sobre este día con fervor. Para ella, el Caldero era la manifestación divina de que cada persona en el reino tenía un propósito. "Tu esposo será aquel con quien tu alma está entrelazada", solía decir, "y ese lazo será tan fuerte como la sangre que corre por tus venas". Mi madre, siempre perfeccionista, había esperado este momento con ansias desde que nací. Ya había vivido esta experiencia con mis dos hermanas mayores, ambas casadas con hombres fuertes y bien posicionados que el Caldero había señalado para ellas. El día en que el Caldero revelaría a mi esposo sería igual de glorioso, o al menos eso pensábamos.

El día en que cumplí la mayoría de edad, el reino entero parecía brillar bajo un sol esplendoroso. Mi madre había cuidado cada detalle con precisión impecable. "Todo debe ser perfecto, Saori", me había repetido hasta el cansancio esa mañana mientras las sirvientas ajustaban el corsé de mi vestido. "La perfección es una virtud, y tú no puedes fallar". Sentía la presión en cada palabra que pronunciaba, en cada mirada que me dirigía.

Cuando llegamos a la iglesia, el lugar estaba abarrotado. Las personas se reunían no solo para celebrar, sino también para presenciar lo que el Caldero revelaría. Mis hermanas estaban sentadas junto a mi madre, ambas sonrientes y orgullosas, sus maridos a su lado. Ellas ya habían pasado por esto, ya sabían lo que era ver el rostro de su futuro esposo reflejado en las aguas mágicas. Mi corazón latía con fuerza, y no pude evitar preguntarme quién aparecería en las aguas del Caldero para mí. ¿Sería alguien de una familia noble? ¿Un hombre con el que pudiera compartir mi vida y mis sueños?

El padre Thomas, un hombre de avanzada edad, caminó hacia el centro de la iglesia con pasos firmes, deteniéndose frente al altar donde el Caldero estaba colocado. Su túnica ceremonial ondeaba ligeramente con la brisa que se colaba por las ventanas. En sus manos, llevaba el cuchillo ritual que tantas veces había visto utilizar.

—Saori Moonsilver, por favor, acércate al altar —dijo con una voz serena, pero imponente.

Sentí las miradas de todos los presentes sobre mí mientras avanzaba hacia el centro. Mis manos temblaban un poco, pero traté de mantener la compostura. Al llegar frente al Caldero, el padre Thomas me miró con una leve sonrisa, pero había algo en sus ojos que parecía ocultar un conocimiento que yo no compartía. Me entregó el cuchillo.

—Es momento de dar una ofrenda de tu sangre —me dijo.

Con cuidado, deslicé la afilada hoja sobre la yema de mi dedo. Un pequeño corte apareció, y una fina gota de sangre se formó antes de caer en el agua del Caldero. Todas las miradas estaban fijas en las aguas cristalinas que comenzaban a moverse, como si una fuerza invisible las agitara desde el fondo. Los murmullos de la multitud se desvanecieron mientras todos contenían la respiración.

—El Caldero no miente —susurró mi madre, con una mezcla de nervios y expectación.

Pero, en lugar de una figura que se formara lentamente en las aguas, como había sucedido con mis hermanas, las aguas seguían agitadas, pero sin revelar nada. Me incliné un poco, tratando de distinguir alguna sombra, algún indicio de quién sería mi pareja, pero no había nada. El agua se fue calmando, hasta volverse cristalina de nuevo. Vacía.

La sala permaneció en silencio por unos segundos que se sintieron eternos. Podía escuchar mi respiración acelerarse, y el sudor comenzó a formar gotitas en mi frente. Miré al padre Thomas, esperando alguna explicación, pero su rostro mostraba una mezcla de sorpresa y desconcierto.

—No... no puede ser... —murmuró, casi para sí mismo.

Mi madre, desde su asiento, se levantó de inmediato, con una expresión de incredulidad y horror en su rostro.

—¿Qué significa esto? —preguntó, alzando la voz—. ¿Por qué el Caldero no muestra nada?

El padre Thomas parpadeó varias veces antes de aclararse la garganta.

—Saori... parece que el Caldero no ha encontrado a tu alma gemela.

Mi corazón se detuvo. ¿Qué? Las palabras resonaban en mi mente como un eco interminable.

—¿Qué... qué quieres decir con que no ha encontrado a mi alma gemela? —logré preguntar, aunque mi voz sonaba débil.

El padre Thomas parecía tan perdido como yo. Dio un paso atrás, sus manos temblando levemente. Esto nunca había ocurrido antes. Todos los que llegaban al Caldero encontraban a su alma gemela. No existía un caso como el mío. No había nadie sin pareja.

—No... no hay una pareja para ti, Saori —dijo finalmente, tratando de mantener la compostura—. Al menos... no aquí, no en este momento.

Un susurro se propagó por la multitud, como un viento frío que atravesaba la iglesia. Podía sentir las miradas de los presentes clavadas en mí, como si estuvieran viendo algo impensable. Era la única persona en todo el reino que no tenía una pareja. Nadie lo había visto venir. Nadie sabía cómo reaccionar. Incluso mi madre, que siempre había tenido control sobre cada situación, parecía completamente desorientada. Su rostro se torció en una mueca de rabia y decepción.

—¡Esto es una desgracia! —exclamó, dirigiéndose al padre Thomas—. ¡Debe haber algún error! ¡El Caldero no puede fallar!

Pero el Caldero no fallaba. Lo sabíamos. Y esa certeza hizo que el pánico empezara a asentarse en mi interior. ¿Qué significaba esto para mí? Sabía lo que significaba para los demás: la gente me evitaría. Sería una paria.

Los días siguientes fueron un borrón de miedo y silencio. Me encerré en mi cuarto, incapaz de enfrentar la realidad. Mi madre no dejó de insistir que debía haber algún error, que quizás debíamos intentar de nuevo. Pero yo sabía la verdad. Lo había sentido en lo más profundo de mi ser. No había nadie para mí.

Me convertí en el centro de rumores y cuchicheos. La gente murmuraba que estaba maldita, que no tener un alma gemela era una señal de desgracia. Y quizás tenían razón.

𝐓𝐇𝐄 𝐂𝐀𝐒𝐓𝐋𝐄 𝐍𝐄𝐕𝐄𝐑 𝐅𝐀𝐋𝐋𝐒 | ꜱʏʟᴜꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora