Vida y Muerte
A la mañana siguiente, el temor todavía me envolvía, como una sombra persistente que se negaba a desaparecer. El aire frío que se colaba por las ventanas rotas de la casa me despertó antes del amanecer, y por un momento, no quise moverme. Mi cuerpo estaba rígido por la incomodidad del suelo de madera, y el frío había calado hasta mis huesos. A pesar de todo, el silencio del pueblo me dio una falsa sensación de seguridad, como si el peligro que sentía la noche anterior hubiera desaparecido con la llegada del día.
Tomé una respiración profunda y me armé de valor para salir. El paisaje era tan desolado como lo recordaba. El suelo marchito y marrón se extendía hasta el horizonte, y no había señales de vida en ningún rincón de Taoris. Sin embargo, la necesidad de comer y beber se imponía sobre mi miedo. Mi estómago gruñía de hambre, y mi boca estaba seca. Sabía que no podía quedarme escondida para siempre.
Me aseguré de que no hubiera movimiento alguno alrededor antes de dirigirme a las afueras del reino. Mientras caminaba, mis pensamientos iban y venían, cada vez más inquietantes. ¿Qué habrá pasado con Sylus? Esa pregunta no dejaba de rondar en mi mente. Era un peligro latente, como una tormenta al acecho, y la incertidumbre de no saber qué había sido de él era lo que más me perturbaba. Todo estaba demasiado silencioso.
Tras un par de horas de caminata, el paisaje empezó a cambiar abruptamente. De repente, la tierra marchita y los árboles muertos dieron paso a una vista completamente distinta. No sabía a qué territorio había llegado, pero frente a mí se extendía un bosque lleno de flores de colores vibrantes y un río cristalino que corría suavemente. Era como si hubiera cruzado una frontera invisible, un límite entre la desolación y la vida. Me arrodillé junto al río, agradeciendo el agua fresca que tanto necesitaba. La bebí directamente, sin pensarlo dos veces, y sentí cómo mi cuerpo se rehidrataba, dándome un alivio temporal.
Mientras bebía, vi pequeños peces nadando en el agua. Fue entonces cuando supe que debía aprender a cazarlos para sobrevivir. No era algo que supiera hacer, pero estaba decidida. En ese momento, la supervivencia era mi prioridad, y no podía depender únicamente de los frutos que recogía. Las flores en el bosque también parecían comestibles, pero no me atreví a probarlas. Prefería no arriesgarme a envenenarme accidentalmente.
Me senté al lado del río, recogiendo algunas frutas de los árboles cercanos. No eran muchas, pero al menos me mantendrían alimentada por el resto del día. Mientras comía, comencé a idear un plan. Sabía que no podía seguir viviendo en esa transición constante entre dos mundos: el desolado Taoris y este bosque lleno de vida. ¿Cómo podría mantenerme a salvo? ¿Debía buscar otro pueblo, tal vez uno donde nadie conociera mi historia?
El camino de regreso a Taoris duró unas tres horas, y mientras caminaba, mis pensamientos volvían una y otra vez a Sylus. ¿Dónde estaba? No podía creer que simplemente se hubiera esfumado. Esa noche, después de que rompiera la espada y me aterrorizara con su presencia imponente, no lo vi más. Pero algo dentro de mí me decía que no había terminado con él. Sylus no era el tipo de ser que desaparecía sin dejar rastro. La calma inquietante de Taoris no era más que un preludio a algo mucho más oscuro.
Los siguientes días se convirtieron en una extraña rutina de vida y muerte. De día, viajaba entre Taoris y ese lugar desconocido. Recogía agua del río y cazaba algunos peces, aunque mi inexperiencia en esa tarea hacía que mi estómago se quejara la mayor parte del tiempo. Las noches, sin embargo, eran otra historia. Regresaba a Taoris con el corazón latiendo rápido, con la mente llena de incertidumbre y terror. Me refugiaba en la misma casa cada noche, cubriéndome con la manta y la poca ropa que traía conmigo para protegerme del frío estremecedor. La oscuridad en Taoris era impenetrable, y la soledad me carcomía el alma. Los sonidos nocturnos eran casi inexistentes, lo que hacía que todo fuera aún más aterrador. El silencio absoluto era mucho más desconcertante que el bullicio de una ciudad en ruinas.
Cada crujido, cada golpe de viento me hacía pensar en Sylus. Imaginaba su figura alta y sombría acechando en la oscuridad, observándome desde las sombras, esperando el momento perfecto para hacer su próximo movimiento. Pero cada mañana, cuando despertaba, no había señal de él. La calma persistía, lo que solo aumentaba mi nerviosismo. Sabía que esto no podía durar para siempre. La pregunta no era si Sylus aparecería de nuevo, sino cuándo lo haría. Y, más importante aún, qué querría de mí.
Mientras tanto, los días seguían pasando, y yo intentaba sobrevivir como podía. Cada vez que cruzaba el límite entre el bosque y Taoris, sentía que estaba caminando entre dos mundos distintos, como si el paso de la vida a la muerte se hubiera manifestado de forma física. Durante el día, podía sentir el calor del sol en mi piel, el agua fresca en mis manos, pero por la noche, en Taoris, la muerte se hacía palpable. Era como si el aire estuviera impregnado de una maldición invisible, una que esperaba el momento exacto para devorarme.
El paso del tiempo no me trajo consuelo, sino más preguntas. ¿Por qué Sylus permanecía en silencio? ¿Acaso planeaba algo? Sentía que estaba siendo vigilada, aunque nunca lo veía. Incluso el bosque, aunque lleno de vida, me parecía un espejismo temporal. Sabía que no podía quedarme allí para siempre. Eventualmente, tendría que enfrentar lo que había despertado en el castillo.
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𝐓𝐇𝐄 𝐂𝐀𝐒𝐓𝐋𝐄 𝐍𝐄𝐕𝐄𝐑 𝐅𝐀𝐋𝐋𝐒 | ꜱʏʟᴜꜱ
FanfictionEn el reino de Saint, el destino de cada persona estaba sellado por un antiguo ritual. Al cumplir la mayoría de edad, cada joven era llevada ante el Caldero Mágico, un artefacto sagrado que, con una simple gota de sangre, revelaba el rostro de su al...