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Una Visita

Perdí la cuenta de cuántos días había pasado atrapada en la agotadora rutina de ir y venir entre Taoris y aquel lugar desconocido. Los días transcurrían con una monotonía que comenzaba a desgastar mi mente y mi cuerpo. Me refugiaba cada noche en la misma casa destartalada, intentando sobrellevar el frío y el miedo que me acompañaban en cada rincón de Taoris. Mis pensamientos, aunque constantemente volvían a Sylus, se adormecían con el paso del tiempo. Había comenzado a creer que tal vez él no volvería, que su aparición aquella noche en el castillo había sido solo una terrible excepción. Pero estaba equivocada.

El sol comenzaba a ponerse cuando un crujido proveniente de la puerta me sacó de mi letargo. El sonido resonó como una campanada de advertencia en mis oídos, helándome la sangre. Me quedé inmóvil, incapaz de moverme siquiera para respirar. Todo mi cuerpo se tensó, y el miedo se apoderó de cada fibra de mi ser. No estoy sola.

La puerta se abrió lentamente, y la figura alta y oscura de Sylus apareció ante mí. Sus ojos rojos brillaban con intensidad a pesar de la tenue luz que se filtraba por las ventanas rotas. Su mera presencia llenaba el aire de una energía imponente y, al mismo tiempo, desconcertante. Mis manos comenzaron a temblar sin control, y mi cuerpo se quedó paralizado ante su llegada.

Sylus me observó durante lo que parecieron siglos, como si evaluara cada uno de mis movimientos, aunque yo no podía hacer ninguno. Luego, rompió el silencio con su voz grave y firme, que me atravesó como un cuchillo.
—¿Sabes curar una herida?

Su pregunta me sacudió, rompiendo momentáneamente el terror que me tenía inmovilizada. Titubeé, apenas pudiendo articular una respuesta.
—S... sí.

No dijo nada más. Su mirada recorrió la estancia, y finalmente se decidió a sentarse en una vieja silla de madera que crujió bajo su peso. Me miró con esa expresión enigmática, esperando que hiciera algo, pero no me atreví a moverme. El aire estaba pesado, cargado de una tensión invisible, y cada segundo a su lado me hacía sentir más vulnerable.

Finalmente, reuní el valor suficiente para acercarme lentamente. Cada paso que daba hacia él parecía retumbar en el suelo, y mi corazón latía con fuerza en mis oídos. Cuando llegué a su lado, me quedé de pie, sin saber exactamente qué hacer.
—¿Dónde está la herida? —pregunté, mi voz apenas un susurro.

Sin decir una palabra, Sylus comenzó a desabotonar su camisa, revelando su torso. Mi respiración se detuvo al ver la herida que dejaba al descubierto. Era la misma que había causado la espada aquella noche, la misma que lo había dejado en ese estado... y lo peor de todo, seguía abierta, fresca, como si el tiempo no hubiera pasado desde aquel momento. Lo más extraño de todo era que, aunque la herida estaba claramente visible, no había sangre. Ninguna gota salía de ella, como si su cuerpo hubiera dejado de funcionar por completo.

—Esta herida no se cierra —dijo él con una voz extrañamente calmada, como si lo que estaba ocurriendo no le sorprendiera en absoluto—. No siento hambre ni sed. Mi pulso... es inexistente. ¿Sigo muerto?

Sus palabras me desconcertaron profundamente. ¿Muerto? Quise decir algo, pero las palabras se atoraron en mi garganta. Lo que estaba viendo no tenía sentido, y sin embargo, ahí estaba, frente a mí, tangible, real. Él seguía moviéndose, hablando, consciente de su estado, pero claramente no era como antes.

—L... lo siento —murmuré, sin saber qué más decir.

Sylus me miró con una mezcla de confusión y molestia.
—¿Por qué te disculpas? —preguntó, su tono frío, pero no agresivo.

Me encogí ligeramente bajo su mirada penetrante.
—Es mi culpa que estés en ese estado.

Un destello cruzó sus ojos.
—Estaría muerto de no haber quitado la espada —replicó, como si eso lo explicara todo. Pero no me calmó.

—Pero... —traté de protestar, sintiéndome culpable por todo lo que había sucedido aquella noche.

Sylus me interrumpió, su voz sonaba más segura esta vez, como si estuviera hablando de una verdad incuestionable.
—Estoy vivo... o lo que sea esto. Estoy consciente al menos. Puedo moverme, aunque esté en un limbo entre la vida y la muerte. No tienes que disculparte.

Quise decir algo más, pero no pude evitar repetir lo único que parecía tener sentido en mi mente en ese momento.
—Lo siento...

Sylus se levantó abruptamente, y su voz se alzó, lo suficiente para hacerme retroceder.
—¡Basta! —gritó, su tono lleno de frustración.

El sonido de su voz me sobresaltó tanto que casi caí hacia atrás. Pero luego, algo cambió en su expresión. Sylus cerró los ojos por un momento, como si estuviera luchando con algo dentro de sí mismo. Y cuando los abrió de nuevo, su tono había bajado, volviéndose más suave.
—Lo siento —dijo, esta vez con un matiz de cansancio en su voz—. No lograrías entender lo que sucedió.

No hubo tiempo para más explicaciones. Sylus se levantó de la silla, su figura imponente se desplazó hacia la puerta. Me quedé allí, paralizada por la confusión, el miedo y la extraña sensación de vacío que sus palabras me habían dejado. No supe qué decirle, ni siquiera supe si debía intentarlo. Simplemente lo vi salir, como un espectro que se desvanecía en la penumbra de la casa, dejándome sola de nuevo, pero esta vez con muchas más preguntas que antes.

𝐓𝐇𝐄 𝐂𝐀𝐒𝐓𝐋𝐄 𝐍𝐄𝐕𝐄𝐑 𝐅𝐀𝐋𝐋𝐒 | ꜱʏʟᴜꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora