Capítulo 8

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Amelia.

El sol apenas entra por las cortinas cuando abro los ojos, la espalda rígida por haber dormido en el sofá junto a la cama. Mi primer pensamiento, molesto, es que esto es una completa estupidez. ¿Qué demonios estoy haciendo aquí?

Pero cuando me giro, la veo.

Amelia, enredada en las sábanas, su rostro sereno, como si el mundo no estuviera a punto de desplomarse sobre ella.

Me levanto con cuidado, intentando no hacer ruido, aunque una parte de mí casi desea que se despierte y me lance uno de sus comentarios sarcásticos. Desde que llegué a su vida, me he acostumbrado a ellos, como a un mal hábito.

Pero entonces escucho un movimiento detrás de mí, y cuando me giro, la veo entreabriendo los ojos. Me cruzo de brazos, preparándome para lo que sea que venga, aunque mi expresión debe delatar lo fastidioso que me parece todo esto.

—¿Te has quedado toda la noche? —pregunta con voz ronca, su mirada aún algo perdida.

— Toda la noche. —confirmo secamente, señalando el sofá con un gesto de la mano.

Odio dormir con las chicas, me parece que no aporta nada.

Amelia se sienta lentamente, pasando una mano por su cabello enredado. Su rostro no tiene ni rastro de la borrachera de anoche, pero sé que la resaca la está matando por dentro. Y francamente, se lo merece.

¿Quién hizo el ridículo ayer, Calloway?

—No hacía falta que te quedaras —dice, con ese tono de siempre, como si no importara nada.

—Oh, lo sé —contesto—. Pero después de que prácticamente me suplicaras que no me fuera, no me pareció buena idea dejarte sola.

Ella se queda callada por un momento, frotándose las sienes, intentando ahogar lo que claramente es un terrible dolor de cabeza. No puedo evitar sonreír internamente al verla así, es una de las pocas veces que Amelia Calloway no tiene la situación bajo control.

—Lo de anoche... —comienza, pero yo ya sé por dónde va la conversación.

—No te preocupes, Calloway —interrumpo, poniendo una mano en el aire—. No voy a mencionar lo de los cactus, ni lo de que soy un grano en el culo, puedes fingir que nunca pasó.

Ella me lanza una mirada asesina.

—Mejor. —replica, con un tono gélido que podría cortar el aire.

Me río por dentro, pero mantengo la expresión neutral. Siempre tan predecible. Sin embargo, el humor no dura mucho. La amenaza de anoche sigue colgando sobre nosotros, y no puedo sacarme de la cabeza el hecho de que alguien está intentando hacerle daño. A mi juguete. A lo que ahora es, de alguna manera, mío, aunque ni siquiera ella lo reconozca.

No sabía que la rubia estaba tan solicitada.

—Lo que sí pasó —continúo, poniéndome serio—, es que alguien te está amenazando, y no puedes simplemente ignorarlo.

Ella se queda quieta, el rostro endurecido, pero no por miedo, sino por rabia. Una rabia que, por alguna razón, parece más dirigida hacia mí que hacia quien debería estar recibiéndola.

—No es tu problema, Nicholas, ya lo hablaré con mi novio y buscaremos una solución —me suelta, cruzándose de brazos, como si eso fuera a acabar con la conversación.

—¿Ah, no? —respondo, dando un paso hacia la cama, desafiándola—. ¿Qué va ha hacerle tu novio a ese tío? ¿Mediar con él para llegar a un acuerdo? Porque no quieres que tus padres se enteren, y estoy seguro de que Jesse irá corriendo a contárselo.

 Appearances ; Nicholas Alexander ChavezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora