El amanecer comenzaba a colarse entre las hojas de los árboles, pero Valeria no había dormido. Se había quedado en el borde del campamento indígena, sintiendo la energía de la selva como si fuera una extensión de su propio cuerpo. Cada susurro del viento, cada crujido de las ramas bajo los pasos de algún animal, todo resonaba dentro de ella, como si la selva hablara en un idioma antiguo y olvidado que ahora podía comprender.
Los indígenas la observaban desde la distancia, especialmente Akari, quien mantenía una mezcla de distancia y preocupación en su mirada. Desde el encuentro con los guardianes, algo había cambiado en Valeria, y no solo era su cicatriz negra. Había un aura a su alrededor, algo que los indígenas respetaban y temían al mismo tiempo.
"Debes descansar," le dijo Akari, acercándose con cautela. "Has pasado por demasiado."
Valeria lo miró, pero no respondió de inmediato. Había tanto que quería decirle, pero las palabras parecían inadecuadas para describir lo que sentía. Finalmente, suspiró. "No puedo dormir. La selva... está viva dentro de mí, Akari. No puedo escapar de ella."
Akari asintió lentamente, como si ya lo supiera. "Los guardianes no son seres que puedan ser ignorados. Ellos te han elegido por una razón."
Pero Valeria no estaba segura de si aquello era un "regalo" o una condena. Sentía cómo algo oscuro se retorcía en su interior, como si el poder que le habían dado fuera una llama demasiado fuerte para contenerla sin quemarse.
De repente, un sonido irrumpió en el silencio de la mañana: gritos, un caos que provenía del otro lado del campamento. Los forasteros habían vuelto.
Los indígenas se movilizaron rápidamente, tratando de proteger a sus familias y alejarse del peligro. Pero Valeria no se movió. Algo en su interior se agitó al oír los gritos de los forasteros, algo que la atraía hacia ellos. No eran solo amenazas humanas. Había algo más, algo que ahora sentía de manera aguda, como si pudiera percibir la oscuridad que emanaba de ellos.
"Valeria, ¡tenemos que irnos!" gritó Akari, jalándola del brazo. "¡No podemos enfrentarlos!"
Pero Valeria estaba inmóvil. El vínculo que había formado con la selva la llamaba, empujándola hacia ese conflicto. Y en el fondo, lo sabía: esta vez no podía simplemente huir.
"No," dijo finalmente, apartando la mano de Akari. "Debo ir. Algo en ellos... algo está mal. No solo son hombres comunes, hay algo podrido dentro de ellos."
Akari frunció el ceño, sin comprender del todo, pero no podía dejarla sola. "Si vas, yo también voy," declaró.
Ambos avanzaron en silencio, escondiéndose entre los árboles mientras se acercaban a la fuente de los gritos. Lo que encontraron fue peor de lo que esperaban. Los forasteros no estaban simplemente cazando o saqueando; habían capturado a uno de los indígenas más jóvenes y lo estaban torturando brutalmente, usando herramientas oxidadas y grotescas. Se reían mientras lo hacían, sus rostros iluminados con una crueldad que no parecía del todo humana.
Valeria sintió su cuerpo tensarse, su visión comenzó a nublarse mientras algo en su interior despertaba. El odio, el dolor, el deseo de proteger a los suyos... todo se fusionó en una tormenta dentro de ella.
"Valeria, no podemos hacer nada," dijo Akari, desesperado por detenerla, pero algo en ella había cambiado. La cicatriz negra en su hombro comenzó a brillar levemente, un calor familiar y aterrador recorrió su piel. El poder que los guardianes le habían dado se agitaba con furia.
Uno de los forasteros levantó su cuchillo, listo para terminar con la vida del joven indígena, pero antes de que pudiera dar el golpe, Valeria avanzó.
No lo hizo con las manos desnudas. La selva se movió con ella. Las raíces de los árboles respondieron a su llamado, emergiendo del suelo y rodeando a los hombres con una velocidad asombrosa. Los forasteros comenzaron a gritar, confundidos y aterrados, mientras las raíces se enroscaban alrededor de sus cuerpos, aplastando sus extremidades con una precisión letal.
Akari la miraba con asombro y miedo. "¿Qué estás haciendo?" murmuró, pero Valeria apenas lo escuchaba.
El calor en su cuerpo aumentaba, su respiración se aceleraba, y mientras los forasteros caían uno por uno, algo más dentro de ella despertaba, algo que no podía controlar. La selva la había tomado por completo.
Cuando el último forastero cayó al suelo, destrozado por las raíces, Valeria finalmente se detuvo. Su cuerpo temblaba, el sudor cubría su frente y su cicatriz brillaba intensamente. Pero en lugar de sentirse victoriosa, solo sentía vacío.
"Esto no es... lo que quería," susurró, mirando las manos ensangrentadas de los forasteros. No era solo la selva lo que la había controlado, sino algo más oscuro, algo que había crecido dentro de ella desde el encuentro con los guardianes.
Akari, pálido, se acercó a ella lentamente. "Valeria... lo que hiciste... no está bien."
Valeria lo miró, incapaz de encontrar las palabras para explicar lo que sentía. Todo lo que sabía era que, aunque había salvado una vida, algo en ella se había perdido para siempre.
ESTÁS LEYENDO
Aislamiento: La Selva de los Susurros
AdventureValeria, una veterinaria en busca de su lugar en el mundo, se adentra en la Selva de los Susurros. Allí, descubre un entorno salvaje y misterioso que desafía su comprensión de la vida y la naturaleza. A medida que se enfrenta a desafíos inesperados...