Capítulo 17: La Carnicería

0 0 0
                                    

La noche se cernía sobre la selva como un manto asfixiante. No quedaba rastro de la calma que una vez envolvía aquel rincón de la jungla. Los cuerpos de los forasteros se mezclaban con la tierra, devorados lentamente por la vegetación. El hedor a sangre y carne quemada impregnaba el aire, y las llamas aún danzaban en los restos de las chozas destruidas.

Valeria avanzaba entre los escombros, sus pasos eran ligeros pero seguros, casi inhumanos. Sus manos estaban cubiertas de una capa espesa de sangre seca, y sus ojos, oscurecidos por la furia, recorrían el paisaje como un depredador en busca de su próxima presa. A cada paso, sentía el pulso de la selva, como si la misma tierra latiera al ritmo de su respiración.

Akari la seguía en silencio, manteniendo su distancia, demasiado temeroso para acercarse más de la cuenta. Los indígenas observaban desde las sombras, incapaces de apartar la vista de Valeria. Algo había cambiado en ella; algo profundo, visceral. La selva misma parecía haberla reclamado como su hija.

De repente, el crujido de ramas quebradas llamó la atención de Valeria. Al otro lado del claro, un forastero se retorcía en el suelo, con el rostro cubierto de sangre. A pesar de estar gravemente herido, intentaba arrastrarse hacia la maleza para escapar. Valeria lo observó por unos segundos, su expresión inmutable, pero sus ojos brillaban con una intensidad oscura.

"¿Crees que puedes huir?" murmuró para sí misma, su voz apenas un susurro. Avanzó hacia él, lenta, deliberadamente, como un depredador jugando con su presa. Los indígenas no dijeron nada, sabían que intervenir sería inútil.

Cuando Valeria llegó hasta él, el hombre intentó suplicar. "Por favor... no... no me mates." Su voz era débil, quebrada por el miedo y el dolor. Pero Valeria no lo escuchaba. Había algo en su interior, un hambre insaciable que la impulsaba a seguir adelante.

Con un movimiento rápido, lo levantó por el cuello, sus dedos apretando con fuerza. El forastero jadeó, sus ojos llenos de terror. Valeria lo miró fijamente, disfrutando del miedo que se reflejaba en su rostro.

"¿Por qué suplicas por tu vida? ¿Dónde estaba tu piedad cuando llegaste aquí?" Valeria apretó con más fuerza, y el hombre comenzó a ahogarse, su cuerpo retorciéndose en sus manos.

De repente, las raíces de los árboles cercanos comenzaron a moverse nuevamente, respondiendo a Valeria, como si fueran una extensión de su voluntad. Las enredaderas se alzaron del suelo y se aferraron al cuerpo del hombre, envolviéndolo con una brutalidad despiadada. Tiraron de él hacia el suelo, desgarrando su carne con sus espinas afiladas. El hombre gritaba, pero Valeria solo observaba con frialdad, sus ojos brillando con una luz oscura mientras las raíces lo aplastaban, triturando sus huesos hasta convertirlos en polvo.

Pero no se detuvo ahí. Las raíces, como si estuvieran hambrientas, arrancaron sus extremidades, una por una, hasta que lo que quedaba del hombre no era más que un torso mutilado y sangrante. Su agonía se prolongó durante largos minutos, cada segundo un recordatorio del sadismo de Valeria y del poder oscuro que ahora fluía a través de ella.

Finalmente, cuando el último grito se apagó, Valeria dejó que el cuerpo inerte cayera al suelo, las raíces retrocediendo de nuevo al interior de la tierra. Respiró hondo, pero no sintió alivio. El hambre en su interior seguía ahí, latiendo con fuerza.

"No queda mucho tiempo," dijo Akari con voz temblorosa. "Vendrán más, Valeria."

Ella asintió, pero no respondió. Algo la llamaba, una voz silenciosa que susurraba en lo más profundo de su mente. No sabía qué era, pero lo sentía más fuerte que nunca.

Mientras se dirigían al centro del campamento, algo se movió entre las sombras. Valeria se detuvo de golpe, sus sentidos alerta. Y entonces los vio: tres figuras cubiertas por capas hechas de hojas y huesos, sus rostros ocultos por máscaras talladas de manera grotesca. Eran los guardianes de la selva, o al menos lo que quedaba de ellos. No eran humanos, no del todo. Sus cuerpos estaban deformados, como si la selva misma los hubiese devorado y transformado en algo que no debería existir.

Los guardianes no se movieron, pero sus ojos, brillando con un destello antinatural, se clavaron en Valeria. Ella sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no retrocedió.

"Ustedes..." susurró Valeria, sus palabras llenas de un odio que no comprendía. "¿Por qué no hicieron nada? ¿Por qué me dejaron luchar sola?"

Los guardianes no respondieron con palabras, pero las sombras a su alrededor comenzaron a moverse, como si la selva misma estuviera viva. Los árboles crujieron, las raíces temblaron, y Valeria sintió que el suelo bajo sus pies comenzaba a moverse.

De repente, uno de los guardianes levantó una mano y señaló hacia el horizonte. Valeria no necesitaba más explicaciones. Los forasteros estaban cerca, más cerca de lo que ella había imaginado.

Pero esta vez, no serían los guardianes quienes lucharían.

Valeria miró a sus manos, aún cubiertas de sangre. Sentía el poder corriendo por sus venas, un poder que ya no podía controlar. Y esta vez, no tenía intención de detenerse.

"Déjenmelos a mí."

Con esas palabras, Valeria se adentró en la oscuridad, dispuesta a enfrentar lo que fuera necesario. Los gritos de los forasteros resonaron en la distancia, pero esta vez, eran ellos quienes sentían el miedo.

Aislamiento: La Selva de los SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora