Capítulo 15: Sangre y Raíces

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El sol había caído hacía horas, pero el aire seguía pesado, casi sofocante. Valeria caminaba tambaleándose, con las manos temblorosas, aún manchadas por la sangre de los forasteros que había matado. El campamento indígena estaba inquieto, los murmullos viajaban como fantasmas entre las sombras. Nadie se atrevía a acercarse a ella, ni siquiera Akari, que la había visto transformarse en algo que él no entendía... y que temía.

Pero Valeria no podía detenerse. A cada paso, sentía cómo las raíces de la selva palpitaban bajo sus pies, susurrándole, arrastrándola más allá de su propio entendimiento. La cicatriz en su hombro se había extendido, su negrura alcanzando su cuello, ardiendo como fuego helado. Con cada latido, una parte de su humanidad se desmoronaba.

De repente, un grito desgarrador rompió el silencio de la noche. Era un sonido grotesco, que rasgaba la oscuridad como un cuchillo oxidado. Valeria se detuvo en seco, el cuerpo tenso. Un grupo de forasteros había entrado al campamento, armados y sedientos de sangre. Pero esta vez, no buscaban solo robar o saquear, esta vez buscaban venganza.

Valeria los vio desde las sombras, ocultándose entre los árboles, pero algo dentro de ella la impulsaba a actuar, a no dejar que la violencia pasara sin castigo. Los forasteros se movían como hienas, golpeando a los indígenas que no podían escapar a tiempo, destrozando las chozas, incendiando todo a su paso. Uno de ellos se acercó a una mujer indígena que intentaba defender a su hijo con desesperación. El hombre sonrió con sadismo antes de arrojarla al suelo, clavando su machete en el pecho de la mujer sin remordimiento.

La furia se desató en Valeria.

Sin pensarlo dos veces, dio un paso adelante, pero esta vez no fue la selva la que respondió. Fue su propia carne, su propio cuerpo, el que reaccionó con una brutalidad inhumana. Valeria levantó las manos y las raíces estallaron desde el suelo, enredando al forastero antes de que pudiera alzar su machete de nuevo. Las raíces se deslizaron dentro de su boca, atravesaron sus ojos, y lo levantaron del suelo como si fuera un muñeco de trapo. Los gritos de dolor del hombre se ahogaron cuando su cuerpo fue lentamente partido en dos, la sangre chorreando en una cascada oscura sobre la tierra.

El olor a muerte impregnó el aire, pero Valeria apenas lo notó. Algo en ella había cambiado. Ya no había culpa, ni siquiera miedo. Solo un hambre feroz.

Otro forastero la vio y trató de escapar, pero las raíces lo alcanzaron antes de que pudiera dar dos pasos. Esta vez, Valeria no fue misericordiosa. Las raíces atravesaron su abdomen, saliendo por su espalda con un sonido húmedo y desgarrador. El hombre cayó al suelo, su mirada vacía mientras sus intestinos se desparramaban por la tierra como serpientes. Valeria lo observó morir, inmóvil, sintiendo una satisfacción oscura en lo profundo de su pecho.

Akari llegó corriendo desde el otro lado del campamento, deteniéndose al ver la carnicería. Sus ojos se llenaron de horror al ver a Valeria de pie en medio de los cuerpos mutilados, con el rostro manchado de sangre y las manos temblando de rabia. Los gritos de los demás forasteros huyendo resonaban a lo lejos, pero todo lo que Akari podía ver era a Valeria, una sombra de lo que alguna vez fue.

"¡Valeria!" gritó, acercándose con cautela. "¡Detente! ¡Ya es suficiente!"

Pero Valeria apenas lo escuchaba. Su respiración era pesada, su cuerpo ardiendo con el poder que corría por sus venas. No podía detenerse, no después de lo que habían hecho, no después de lo que habían provocado en ella.

Akari corrió hacia ella y la sujetó por los hombros, sacudiéndola con fuerza. "¡Mírame! ¡No eres así! ¡Detente!" gritó, desesperado.

Por un instante, sus ojos se cruzaron, y algo en Valeria pareció romperse. Los gritos de los indígenas heridos, el olor a carne quemada, la sangre que aún goteaba de sus manos... todo volvió a ella con una brutal claridad. Soltó las raíces, dejándolas caer al suelo, mientras sus piernas cedían bajo su propio peso.

"¿Qué... qué he hecho?" susurró, con la voz rota. El poder que había usado, la furia que la había consumido, era algo que nunca había sentido antes. Era más que la selva, más que la cicatriz. Algo en ella había despertado, algo que no podía controlar.

Akari la sostuvo mientras caía de rodillas, pero no podía decir nada. No había palabras para lo que había presenciado, ni para lo que ella había hecho.

Aislamiento: La Selva de los SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora