Capitulo 6: La vida detrás de la puerta

10 6 2
                                    

Sofía cerró la puerta con cuidado al llegar a casa, tratando de no hacer demasiado ruido. El silencio frío y solemne del lugar siempre le recordaba que estaba sola, incluso cuando su familia estaba presente. La casa era moderna y perfectamente ordenada, como si fuera más una exhibición que un hogar. Las paredes eran blancas, llenas de cuadros abstractos y fotografías en blanco y negro, pero ninguna de ellas mostraba momentos familiares. Todo parecía meticulosamente escogido para mantener una imagen.

El sonido de teclas se escuchaba desde el despacho de su padre, Ernesto, un hombre cuyo enfoque en los negocios a menudo lo mantenía al margen de la vida de sus hijos. Siempre estaba conectado a su computadora o al teléfono, atendiendo asuntos que, según él, eran importantes. Su madre, Clara, no estaba muy lejos, hablando rápidamente en una videollamada desde su oficina en la planta baja. Era una mujer de negocios exitosa, y su trabajo ocupaba cada momento de su día. Siempre iba vestida con trajes impecables, como si en cualquier instante fuera a cerrar un trato importante.

Sofía dejó su mochila junto a la entrada y pasó de largo hacia la sala, donde el aroma a comida recalentada le recordó que había sobras de la noche anterior. Se sirvió un plato de pasta fría y se sentó en la mesa vacía. Mientras comía en silencio, sus pensamientos volvían al concurso y al segundo lugar que había obtenido. Parte de ella esperaba algún tipo de felicitación o al menos un comentario por parte de sus padres, pero sabía que eso no sucedería.

Unos minutos después, Ernesto apareció en el umbral de la sala. Estaba revisando su teléfono y casi no la miró al entrar.

—¿Cómo te fue en el concurso? —preguntó sin levantar la vista de la pantalla, como si la pregunta fuera parte de una rutina que debía cumplir.

Sofía dejó el tenedor en el plato, tratando de no sonar decepcionada. —Segundo lugar. Fue en la categoría de dibujo.

—Bien. —Ernesto asintió con la cabeza y siguió tecleando, antes de levantar la mirada—. Segundo lugar no está mal, pero podrías apuntar más alto la próxima vez.

El comentario cayó como un balde de agua fría. Sofía sintió una mezcla de frustración e impotencia. Siempre era así: nada parecía ser suficiente. Antes de que pudiera decir algo, Ernesto ya había vuelto a sus asuntos, saliendo de la habitación con el teléfono pegado al oído.

Sofía suspiró y volvió a concentrarse en su comida. No debería haber esperado nada más.

Poco después, Clara terminó su videollamada y entró en la sala con un paso rápido. A pesar de que la jornada laboral había terminado oficialmente, seguía vestida con su traje de oficina y llevaba el cabello recogido en un moño perfecto.

—¿Cómo estuvo el concurso? —preguntó, tomando una botella de agua del refrigerador. La pregunta sonó más como un formalismo que como un verdadero interés.

—Segundo lugar —repitió Sofía, con la esperanza de que tal vez su madre reaccionara de manera diferente.

Clara asintió con una expresión indiferente. —Me imagino que los demás también se esforzaron. Lo importante es que sigas practicando para mejorar.

—Lo hice lo mejor que pude —dijo Sofía en voz baja, sintiendo cómo la frustración le oprimía el pecho.

—Bueno, entonces sigue haciendo eso. Si sigues poniendo esfuerzo, algún día podrías destacar más. —Clara miró el reloj y luego volvió a su despacho, hablando nuevamente por teléfono.

Sofía se quedó sentada en la mesa, con el plato a medio terminar. Sentía una punzada de vacío. Era como si siempre estuviera buscando una manera de demostrarles algo a sus padres, pero nunca sabía qué era exactamente lo que ellos esperaban. Sabía que el trabajo para ellos era lo más importante, que su madre y su padre se destacaban en el mundo de los negocios, y que ella, con sus dibujos, apenas parecía encajar en ese entorno.

De repente, la voz de su hermano, Mateo, rompió el silencio al bajar las escaleras. —¿Así que llegaste en segundo lugar? —dijo con un tono que bordeaba la burla, pero que tenía un dejo de curiosidad.

Sofía lo miró con cansancio. —Sí, segundo lugar. ¿Tienes algún comentario ingenioso?

Mateo se acercó, apoyándose en el respaldo de una silla. —Oye, no lo digo en mal plan. Es solo que… bueno, pensé que ganarías. Dibujas todo el tiempo, ¿no?

—Eso no significa que siempre voy a ser la mejor —respondió Sofía con un toque de ironía—. Pero gracias por recordármelo.

Mateo levantó las manos. —Solo decía… Lo hiciste bien. Aunque no le importe a mamá y papá.

El comentario dolió más de lo que Mateo probablemente pretendía. Ella lo miró fijamente, sin saber si estaba tratando de ser solidario o simplemente agregando sal a la herida.

—¿Y tú cómo sabes lo que les importa? —preguntó Sofía, sintiendo cómo la rabia y la tristeza se mezclaban en su voz.

Mateo se encogió de hombros. —Porque ellos son así. Nada es suficiente para ellos, y lo sabes. Pero eso no significa que tú no puedas sentirte orgullosa de lo que hiciste.

Sofía se quedó en silencio, sorprendida por la franqueza de su hermano. Mateo rara vez hablaba con tanta seriedad, y por un instante, ella se preguntó si él también se sentía tan atrapado en la indiferencia de sus padres.

—Gracias, supongo —murmuró Sofía.

Mateo asintió antes de volver a subir las escaleras. Sofía se quedó allí, mirando su plato frío y la casa perfectamente ordenada a su alrededor. Se sentía más sola que nunca, pero había algo en las palabras de su hermano que le había dado un atisbo de consuelo. Tal vez no estaba tan sola en esa búsqueda de aprobación. Y tal vez, después de todo, el segundo lugar sí tenía un valor más allá de lo que sus padres podían ver.

Subió a su habitación, donde sus dibujos la esperaban en la pared. Se dejó caer en la cama y miró las mariposas que había pintado en una esquina del techo, recordando el eco de los aplausos en el gimnasio. Podría no ser suficiente para sus padres, pero para ella, había sido un pequeño paso hacia algo más grande. Un recordatorio de que, aunque su familia fuera distante, su arte seguía siendo una forma de escapar. Y quizás, algún día, volar.

¿Por qué a mi?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora