El aire se calmó, y las nubes se abrieron lentamente, permitiendo que los últimos rayos del sol celestial iluminaran la arena. Lu Bu permaneció inmóvil, con su alabarda descansando sobre su hombro. Su mirada era fría y sin emoción, pero en su interior sabía que el combate que acababa de librar sería uno que recordaría por toda la eternidad.
Desde el otro extremo de la arena, las puertas se abrieron una vez más. Pero esta vez no fue un guerrero lo que emergió. Un hombre bajo y rechoncho, vestido con una fina armadura ceremonial, avanzó apresurado hacia Honda Tadakatsu. Era Tokugawa Ieyasu, el señor al que Honda había servido con devoción toda su vida. Sus pasos eran rápidos, casi desesperados, mientras corría hacia su fiel vasallo.
Leyasu:—¡Tadakatsu! —gritó Ieyasu, su voz cargada de preocupación y angustia.
Honda Tadakatsu, a pesar de la herida abierta en su pecho, mostró una sonrisa serena al ver a su señor. Se arrodilló con dificultad, bajando la cabeza en señal de respeto. La sangre aún goteaba de su cuerpo, pero no había queja ni amargura en él. Su espíritu estaba intacto, y su orgullo, indemne.
Honda:—Mi señor... —murmuró Honda, su voz rasposa pero llena de tranquilidad—. No hay mayor honor que haber luchado en su nombre.
Con un esfuerzo monumental, Honda se puso de pie, tambaleándose ligeramente, y levantó a su señor sobre sus hombros, como si ni siquiera la derrota ni la fatiga pudieran detenerlo. El peso de Ieyasu no era nada comparado con el peso de la responsabilidad y el deber que siempre había llevado consigo.
Honda:—Volvamos, mi señor —dijo Honda, con una sonrisa sincera en su rostro, sus ojos reflejando la paz que solo encuentran aquellos que han dado todo en el campo de batalla—.Tokugawa Leyasu Luchar por usted me hizo realmente feliz.
Tokugawa Ieyasu, aún impresionado por la fuerza y lealtad de su vasallo, permaneció en silencio, dejando que Honda lo llevara fuera de la arena con dignidad. El público observaba en asombro, no solo por la magnitud del combate, sino por el respeto y la lealtad que se demostraban ante sus ojos.
Lu Bu permaneció en el centro del cuadrilátero, su mirada fija en la figura de Honda, que se alejaba lentamente, cargando a su señor en los hombros como si el peso de la derrota no fuera más que un leve inconveniente. No dijo una palabra, pero en sus ojos brillaba algo que no se había visto antes: una chispa de respeto silencioso.
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Guerreros Eternos: La Última Batalla en el Reino de los Cielos
General FictionEn vida, fueron guerreros sin igual: generales invictos, espadachines legendarios y maestros de batalla que jamás hallaron un oponente digno. Sin embargo, su búsqueda no terminó con la muerte. En el Reino de los Cielos, un nuevo horizonte se abre an...