El Berserker del Trueno vs El Señor de las moscas

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En una parte tranquila del reino celestial, una mañana normal transcurría con una calma serena, hasta que un estruendo rompió la paz.

 En el interior de un laboratorio oscuro, una grotesca criatura, envuelta en una túnica blanca, salió agresivamente de un contenedor de cristal, su cuerpo deforme goteando fluidos y su respiración pesada resonando en el silencio.

La criatura, llena de furia primigenia, lanzó un rugido desgarrador antes de abalanzarse sobre un hombre que se encontraba en el centro de la habitación.

El hombre era alto y delgado, su cabello desordenado cayendo sobre su rostro mientras sus ojos negros profundos miraban con una mezcla de indiferencia y vacío. Vestía una camisa negra ajustada, acompañada de una tela morada que colgaba como una faja desde sus hombros hasta sus muslos. Una cuerda negra atada firmemente a su cintura mantenía su atuendo en su lugar, y llevaba calcetas negras holgadas y botas con cordones que le llegaban a media pantorrilla. Su semblante era frío y su presencia, inquietante.

La criatura atacó con un grito salvaje, lanzando su brazo descomunal hacia el hombre, pero antes de que pudiera siquiera acercarse, su movimiento se detuvo de forma abrupta. Un destello rápido y certero atravesó el aire, y el brazo de la criatura fue cortado limpiamente. La grotesca figura se tambaleó hacia atrás, gimiendo de dolor mientras la sangre negra goteaba al suelo.

El hombre levantó la mirada, y en su rostro solo había una expresión vacía, como si la vida misma hubiese abandonado sus ojos. Su voz resonó fría y sin emoción.

???:—Otra abominación imperfecta. Qué desperdicio. Se reveló entonces como Beelzebub, el Señor de las Moscas, uno de los seres más temidos y oscuros del reino celestial.

Con una mirada desprovista de piedad o interés, este puso su mano apuntando a la criatura. Su presencia llenó el laboratorio de una atmósfera sofocante, y el sonido de moscas zumbando comenzó a llenar el aire, anunciando que la muerte estaba cerca para cualquiera que se cruzara en su camino.

La criatura, presa del pánico, echó a correr sin rumbo, destrozando la pared de la estancia y escapando con un salto hacia el exterior.

Beelzebub suspiró con frustración, sus ojos vacíos observando la dirección por donde la grotesca criatura se había dado a la fuga. Sin perder tiempo, comenzó a caminar lentamente, sus pasos resonando en el oscuro laboratorio.

Sin embargo, antes de poder avanzar demasiado, una explosión cercana sacudió el lugar, atrayendo su atención inmediata. El sonido retumbante hizo que el Señor de las Moscas se detuviera, y tras un momento de reflexión, decidió seguir el rastro hasta su origen.

Al entrar en una habitación cercana, lo que encontró fue el cadáver de la criatura, ahora reducido a una mancha irreconocible en el suelo, rodeada por un cráter de considerable tamaño.

Beelzebub se quedó observando en silencio por un instante, su mirada analítica registrando los restos. El responsable estaba allí, de pie en medio de la destrucción.

Era un hombre extremadamente alto, su figura imponente llena de músculos delgados y definidos. Su largo cabello rojo caía hasta su cintura, moviéndose ligeramente con cada movimiento, y sus ojos amarillos con esclerótica negra miraban con una mezcla de aburrimiento y desinterés. Numerosos patrones dorados emanaban de sus manos y ojos, un aura de poder divino que parecía vibrar con cada respiración. Un patrón dorado más prominente recorría su frente, apenas visible bajo el flequillo rojo que caía sobre su rostro.

Vestía con una faja blanca alrededor de su torso, cinturones marrones alrededor de su cintura, uno de ellos colocado en diagonal, y dos calzas que le pasaban por las rodillas. Pero lo más impresionante de su presencia eran las dos Armas Divinas que portaba:

Guerreros Eternos: La Última Batalla en el Reino de los CielosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora