Zeus caminaba por los pasillos del palacio celestial, su paso lento y tranquilo, recuperándose de la intensa batalla que había tenido contra Ra. Aunque sus heridas sanaban, el cansancio aún pesaba sobre él. Sin embargo, en su rostro comenzaba a aparecer un atisbo de aburrimiento; después de un combate tan estimulante, la calma se le hacía insoportable.
De repente, un estruendo musical resonó a lo lejos, una música fuerte y rítmica que rompía la quietud de los pasillos y perturbaba el ambiente solemne del palacio. Zeus frunció el ceño, claramente irritado por el sonido que se infiltraba en su momento de descanso.
Zeus:—¿Qué es esta vulgaridad? —gruñó, y sus ojos se encendieron con un destello de impaciencia.
Con pasos firmes y un creciente mal humor, Zeus comenzó a caminar en dirección al sonido, decidido a descubrir la fuente de aquella perturbación y a confrontar a quien se atreviera a perturbar la calma del palacio celestial.
Zeus llegó a una parte remota de los jardines celestiales, donde la fuerte música que había escuchado se intensificaba, y al acercarse, observó una escena que lo dejó paralizado por un instante.
Allí estaba Parvati, la diosa hindú de la fertilidad, la belleza y el amor, su presencia irradiando una gracia y sensualidad incomparables. Su figura era hermosa y voluptuosa, y el largo sari oscuro que vestía brillaba bajo la luz celestial, moviéndose en armonía con su danza alegre y despreocupada.
La expresión de Zeus cambió de inmediato. Sus ojos brillaron con un deseo intenso y, en un instante, su cuerpo comenzó a transformarse, incrementando su musculatura y liberando una energía amenazante.
Sin contenerse, avanzó hacia Parvati, tomando a la diosa de un brazo mientras una mirada de lujuria se apoderaba de su rostro.
Zeus:—Ahora serás mía, Parvati, —murmuró con voz grave, sus intenciones claras en su mirada.
Pero antes de que pudiera tocarla, dos puñetazos impactaron directamente en su rostro, enviándolo a volar hacia atrás con tal fuerza que lo alejaron varios metros. El golpe resonó como un trueno en el jardín, y Zeus se encontró cayendo pesadamente en el suelo, sorprendido e indignado por la interrupción.
Zeus, enfurecido, se levantó del suelo y fijó su mirada en el responsable del golpe. Allí estaba Shiva, el dios hindú de la destrucción, una figura imponente que irradiaba poder y determinación.
Alto y musculoso, con cuatro brazos y cinco ojos dorados, tres de los cuales permanecían abiertos en su estado tranquilo, Shiva miraba a Zeus con un desdén absoluto. Su piel índigo y su cabello negro se movían con cada respiración poderosa, y sus brazos, adornados con tatuajes azules heredados de su amigo Rudra, el dios de las tormentas, mostraban la marca de innumerables victorias.
Shiva envolvía proyectivamente a Parvati en un abrazo, dejando claro que no permitiría ninguna amenaza a su esposa. Su rostro reflejaba una ira fría y contenida, y sin apartar la vista de Zeus, hizo tronar sus nudillos y comenzó a girar sus cuatro brazos, preparándolos para el enfrentamiento mientras su energía se elevaba en un aura cargada de poder.
Zeus observó a Shiva con una sonrisa de desafío, sus ojos llenos de interés. El mal humor que sentía se desvaneció al instante, reemplazado por una emoción desenfrenada. Apretó sus puños, dejando que su propia energía se manifestara en destellos dorados alrededor de su cuerpo.
Zeus:—Bueno, parece que al fin encontré algo de diversión en estos aburridos pasillos, —dijo Zeus, con una risa baja y llena de emoción.
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Guerreros Eternos: La Última Batalla en el Reino de los Cielos
Ficción GeneralEn vida, fueron guerreros sin igual: generales invictos, espadachines legendarios y maestros de batalla que jamás hallaron un oponente digno. Sin embargo, su búsqueda no terminó con la muerte. En el Reino de los Cielos, un nuevo horizonte se abre an...