El Sol Imparable vs El Padre del cosmos.

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En los silenciosos pasillos de un majestuoso palacio celestial, las paredes brillan con un resplandor dorado y el aire parece cargado de una energía divina. A través de estos corredores camina un anciano frágil y de baja estatura, sus movimientos suaves y pausados, pero con una energía que su apariencia no logra ocultar.

Su piel está arrugada, los ojos hundidos y astutos observan cada detalle con fascinación. Su aspecto es peculiar, con un pequeño mechón de cabello gris que se eleva puntiagudo en la parte superior de su cabeza. Cejas espesas enmarcan sus ojos y una perilla gris le da un aire de sabiduría, aunque su expresión revela un espíritu inquieto y vivaz.

Viste una sencilla túnica griega, con una faja blanca atada a la cintura y un trozo de tela que cubre su mitad inferior; un atuendo simple, pero imponente en su simbolismo. No es otro que Zeus, el Dios padre del cosmos.

A su lado, caminando con gracia y porte, va su hijo Hermes. En contraste con la sencillez de su padre, Hermes viste un elegante esmoquin negro, diseñado con precisión para resaltar su figura esbelta. Su cabello negro está peinado hacia atrás, y sus ojos rojos observan con astucia y calma los eventos que suceden ante ellos. Él es la encarnación de la elegancia y la velocidad, su presencia impecable a la par de su personalidad perspicaz.

Ambos observan a la distancia, sus miradas dirigidas a los enfrentamientos que tienen lugar. Zeus sonríe emocionado, los ojos chispeando con entusiasmo. Cada golpe y cada movimiento en el campo de batalla le generan una alegría infantil, una pasión que muy pocos conocen. La mano del anciano se mueve en gestos sutiles, como si él mismo estuviera participando en la pelea, sintiendo en carne propia cada choque de poder.

Zeus: —"¡Oh, qué espectáculo! ¡Qué fuerza y destreza!" exclama Zeus, su voz temblorosa, pero llena de vigor. La emoción en su tono es inconfundible, y una chispa de deseo se asoma en su expresión.

Hermes, siempre calmado y sereno, observa a su padre de reojo, esbozando una leve sonrisa

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Hermes, siempre calmado y sereno, observa a su padre de reojo, esbozando una leve sonrisa.

Hermes: —"Padre, tu espíritu guerrero sigue intacto," comenta con una ligera inclinación de cabeza, una mezcla de respeto y complicidad. Sabe bien que Zeus no es solo el dios de los cielos y los rayos, sino también un guerrero innato que vive por el fragor de la batalla.

 Sabe bien que Zeus no es solo el dios de los cielos y los rayos, sino también un guerrero innato que vive por el fragor de la batalla

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Guerreros Eternos: La Última Batalla en el Reino de los CielosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora