Capítulo 8

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Lyra

La luz del sol de un nuevo día se filtraba a través de las ventanas del pequeño castillo, tiñendo las paredes de un cálido tono dorado. Pero, a pesar de la belleza de aquella mañana, una sombra de preocupación nublaba mi corazón. Dyla había partido hacia Taloria el día anterior, y ahora cada rincón del castillo parecía estar impregnado de su ausencia. La idea de que ella acabara en las manos del rey Faron en mi lugar me llenaba de inquietud, y mi mente daba vueltas, buscando una forma de ayudarla. Llevaba dos noches dormir.

Decidí buscar a Beric y Sera, sus amigos más cercanos. Encontré a Sera preparando unos adornos para mi cabello, y a Beric en la capilla. Los tres nos reunimos en la pequeña biblioteca del castillo, rodeados de libros y rincones llenos de polvo.

- No puedo dejar de pensar en ella - dije, mientras jugueteaba nerviosamente con el borde de mi vestido plateado.

Sera me miró con compasión.

- Yo tampoco. Pero tenemos que confiar en que Osai y Erland la cuidarán. Son jóvenes, pero también son valientes y leales.

-Sí, pero no puedo evitar sentir que hay algo más en juego aquí - respondí, sintiendo que una revelación importante estaba a punto de brotar de mis labios -. Dyla... Dyla es más que solo una doncella para mí. Ella es mi hermana.

El silencio que siguió fue pesado. Beric fue el primero en romperlo, sus ojos verdes estaban abiertos de par en par.

- ¿Tu hermana? - preguntó, su voz reflejaba mucho asombro.

Asentí, recordando aquel día en que escuché a mis padres hablando a escondidas, revelando un secreto que guardé durante tanto tiempo, hasta ese momento.

- Mi padre... Él dejó embarazada a una doncella de mi madre, quien dio a luz tan solo un año y medio antes de que yo naciera. Dyla es hija ilegítima del rey, pero sigue siendo mi hermana. No entiendo cómo mi padre ha tenido la sangre fría de apoyar la propuesta de mi madre, supongo que ha sido por el cargo de conciencia.

Sera se llevó las manos a la boca, pero no le salieron las palabras.

- No puedo quedarme de brazos cruzados mientras ella se arriesga. Y, si os digo la verdad, he tenido una idea... - dije, con el corazón latiendo aceleradamente mientras ambos me miraban con expectación.

Tomé un respiro profundo, sabiendo que lo que estaba a punto de proponer era arriesgado, pero la determinación me invadía.

- Me ofreceré en matrimonio al rey Zafir Mahdir. Si me acepta, podría persuadirlo para que su ejército se enfrente al de Faron Narezor.

Lo poco que sabía del rey Zafir era que gobernaba las vastas y doradas tierras de Narhadia, un reino lejano que hacía frontera con Nemorat, donde el sol era implacable y las noches ofrecían el único refugio del calor del desierto. Su historia, sus dioses y su lengua eran distintas a la nuestra. Se decía que Zafir tenía la piel oscura como la arena húmeda tras una tormenta, al igual que Sera, y unos ojos negros tan profundos y tranquilos como los oasis que salpican su tierra. Los rumores hablaban de un líder generoso y justo, alguien que valoraba la paz, aunque su ejército, según decían, era formidable.

- Sera, tu naciste en Narhadia, ¿qué más sabes de él? - pregunté.

Narhadia siempre había parecido tan lejana y exótica como un cuento, pero ahora esa tierra, y ese rey, se convirtieron en mi única esperanza.

Sera se llevó una mano al mentón, pensativa.

- Aunque llegamos a Taloria cuando yo tan solo era una niña, mi madre siempre nos contaba historias sobre Narhadia y su gente - dijo, esbozando una sonrisa -. Zafir viene de una línea de reyes sabios, y aunque es joven, se ha ganado el respeto de su gente. Es muy querido.

Reflexioné en silencio, mientras una mezcla de nervios y emoción se iba asentando en mi pecho. Beric, que había permanecido en silencio, frunció el ceño, considerando mis palabras.

- Narhadia está lejos, y el camino estará lleno de peligros, pues hay que cruzar gran parte de Nemorat para llegar hasta su frontera - dijo.

- Lo sé - respondí -. Pero tengo que intentarlo. Esta puede que sea nuestra única oportunidad de ayudar a Dyla... y también a sus acompañantes - añadí, sintiendo que la urgencia en mis palabras resonaba en el silencio.

Mi mente se desvió hacia Erland, con quien había compartido promesas silenciosas y momentos robados en los corredores vacíos del castillo. Y la idea de perderlo, de no volver a verlo, hacía que esa misión tomara un significado aún más profundo: salvar a mi hermana Dyla y también al hombre a quien amaba, aunque nuestro destino no fuera estar juntos.

 Y la idea de perderlo, de no volver a verlo, hacía que esa misión tomara un significado aún más profundo: salvar a mi hermana Dyla y también al hombre a quien amaba, aunque nuestro destino no fuera estar juntos

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El destino de DylaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora