Habían pasado ya unas semanas, y, con la ayuda de los reinos vecinos, Gaddor comenzaba a levantarse de sus cenizas. Las calles, antes sombrías y apagadas, resonaban ahora con el sonido de martillos y voces animadas de quienes trabajaban en su reconstrucción. El castillo, que había sido un lugar oscuro y húmedo, aparecía ahora transformado; sus ventanas estaban destapadas y los tapices colgaban en sus paredes, llenando de color aquellos muros fríos. El reino de Nemorat parecía otro muy distinto: la espesa neblina que lo envolvía había desaparecido, y el sol brillaba, a pesar del frío invierno.
La primera de las tres celebraciones se llevó a cabo en el castillo fue el coronamiento de Lyra como reina de Nemorat. Las antorchas colgaban de las paredes recién restauradas del gran salón, mientras largas cortinas caían desde el techo hasta el suelo, con sus colores vivos reflejándose en las hileras de velas dispuestas sobre las mesas. Los reyes de los cuatro reinos ocuparon sus asientos junto a nobles y dignatarios, todos con sus mejores galas, y el salón se llenó de voces y aplausos cuando Lyra recibió la corona que ahora la vinculaba al destino de Nemorat.
Habían pasado días discutiendo quién sería el gobernante adecuado para Nemorat. Las largas conversaciones entre los monarcas y sus consejeros resonaban en las cámaras del castillo, y cada detalle del futuro del reino se discutía con intensidad. Tras muchas deliberaciones, la mayoría estuvo de acuerdo en que la princesa Lyra era la mejor opción para tomar el trono. Las gentes de Nemorat, agradecidas por la alianza con Taloria y conscientes del nuevo rumbo que esta unión podía traer, aceptaron con entusiasmo el nombramiento. Además, se decretó que su consejo de gobierno fuera una asamblea de hombres y mujeres provenientes de los cuatro reinos, para garantizar la diversidad y la justicia en las decisiones.
El primer evento que Lyra organizó como monarca fue el nombramiento de Osai y Erland como caballeros de la reina. Esta fue una ceremonia mucho más íntima, que tuvo lugar en el patio central del castillo, bajo la luz suave de la mañana. Llevábamos todos vestimentas blancas en señal de un nuevo comienzo. La camisa de Osai, que contrastaba con su piel morena, caía ligeramente hacia un lado, dejando entrever la cicatriz que surcaba su hombro. A su lado, Erland, parecía contener una sonrisa mientras escuchaba las palabras de Lyra, quien les otorgaba oficialmente el título de caballeros.
Desde su coronación, los pasillos del castillo se llenaron de pretendientes que deseaban la mano de Lyra, hombres de distintas casas nobles de Nemorat y hasta de otros reinos del Continente, ansiosos por unir sus destinos con el suyo. Sin embargo, Lyra, en su habitual calma, los rechazó a todos, uno tras otro.
El casamiento de Lyra y Erland fue la tercera y última celebración de aquellos días en el castillo, pero sin duda la más emotiva. Su vientre, que fue difícil ocultar bajo las suaves telas color marfil de su vestido, acabaría siendo un símbolo de renovación para todos los presentes.
Las columnas del gran salón se cubrieron de flores frescas, recién traídas desde Éldora. Sus aromas llenaban el aire con una fragancia suave y delicada, y la luz de los candelabros, junto con los reflejos de las ventanas abiertas al cielo invernal, iluminaban a los novios de un modo casi irreal. Erland, vestido en tonos claros que contrastaban con su habitual sencillez, se encontraba al lado de Lyra con una mezcla de modestia y asombro en su expresión. Su postura era recta, su rostro sereno, pero en sus ojos había una chispa de emoción. Al mirarse, ambos parecían ajenos a las decenas de miradas que los rodeaban, como si el reino entero desapareciera para ellos.
Osai partió poco después del casamiento. Viajó con un grupo de guardias reales y voluntarios leales, llevando consigo un saco de monedas destinado a reconstruir los pueblos que Faron Narezor había dejado sumidos en la pobreza y el dolor. Recorría caminos conocidos y otros olvidados, siempre con el mismo propósito: ayudar a quienes habían sufrido bajo el yugo de Faron y de su mano derecha. Tras semanas de travesía, decidió establecerse temporalmente en Valdera, el pueblo de su viuda hermana Ker. Cada pocos días recibía noticias de él a través de cartas que detallaban sus esfuerzos... y sus anhelos de volver a reunirse conmigo.
Cuando mi madre y otras sanadoras de Éldora, conocidas por ser las más hábiles de todo el Continente, hubieron atendido a los heridos en batalla, se prepararon para regresar a su tierra, yo lo tuve claro. Sabía que mi destino estaba en aquel reino de bosques verdes y antiguas leyendas, el hogar de mis raíces. Me despedí de Lyra, Sera, Beric y Erland con tristeza en el corazón, y les prometí que les visitaría con frecuencia.
Estaba ya cruzando el umbral del castillo cuando escuché el eco de unas pisadas apresuradas detrás de mí. Me giré, y allí estaba Lyra.
- Sabes que aquí siempre habrá un hueco importante para ti. Como se merece la hermana de la reina...
Mi corazón dio un vuelco al escuchar aquellas palabras, llenas de una verdad que nunca antes habíamos dicho en voz alta. Sonreí, notando cómo me brillaban los ojos.
- Gracias, Lyra.
Ella sonrió, y, sin decir nada más, asintió despacio, permitiéndome seguir mi camino.
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El destino de Dyla
AvventuraDyla forma parte de las doncellas de la princesa Lyra de Taloria, custodiada en un pequeño castillo en una isla en medio del mar. Sus días son monótonos, hasta que un buen día, los reyes de Taloria llegan con una amarga noticia: el rey Faron Nazenor...