El viaje hacia el castillo fue breve, pero cada instante me pareció eterno. Mientras los caballos nos llevaban por un camino que seguía la línea costera sobre los acantilados, el aire salado del mar llenaba mis pulmones, pero no lograba calmarme.
El sendero descendió lentamente hacia un puerto mucho más grande que el que acabábamos de dejar atrás. A medida que nos acercábamos, los barcos enormes balanceándose suavemente en el agua y el bullicio de la gente yendo y viniendo por los muelles me envolvieron en una sensación de asombro. Mercaderes de todas partes descargaban sus bienes: seda, especias, telas y frutas que jamás había visto en la isla. Sabía que el puerto de Marvalis era un puerto clave en la red de comercio de todo el Continente, especialmente porque conectaba directamente con las rutas marítimas hacia los archipiélagos exóticos del sur y los reinos prósperos de otros continentes. Este puerto permitía el intercambio de esos bienes, enriqueciendo no solo a Taloria, sino también a los reinos vecinos... excepto Nemorat.
Desde allí, pude divisar las murallas de la capital de Taloria, un imponente anillo de piedra gris que protegía el corazón de ese reino costero. Dentro de esas murallas se alzaba el castillo de los reyes. Sus torres eran altas e imponentes, y las banderas ondeaban con fuerza bajo el viento del mar. Al acercarnos, los guardias que custodiaban las puertas se inclinaban profundamente al paso de los reyes, y de mí... creyéndome Lyra.
El puente levadizo crujió bajo los cascos de los caballos. El castillo de Taloria era mucho más grande de lo que jamás hubiera imaginado. Sus paredes, cubiertas de enredaderas y con intrincados grabados en piedra, brillaban con un resplandor dorado bajo el sol de la tarde. Grandes ventanas estaban adornadas con vitrales que proyectaban luces de colores en el suelo, y las puertas, enormes y macizas, se abrían lentamente para dejarnos pasar.
Al bajar del carruaje seguí a los reyes, más abrumada de lo que nunca me había sentido. Dentro, el castillo era aún más majestuoso. Los techos eran altos, y los corredores estaban adornados con tapices que contaban historias de conquistas y alianzas, de héroes y dioses. Los candelabros colgaban como estrellas del techo, iluminando cada rincón con una luz suave y cálida. Los suelos relucientes reflejaban todo a nuestro alrededor, y sentí que el eco de mis pasos era más fuerte que nunca, como si cada movimiento mío resonara en las paredes, delatándome.
- Es... increíble - susurré sin darme cuenta.
Osai, que caminaba a mi lado, observaba todo con una expresión grave, pero no dejaba de estar alerta.
- Impresionante, sí - murmuró -, pero o olvides lo que los reyes dijeron. Disimula un poco tu asombro.
Me mordí el labio. Ya no era una simple doncella. Ahora, bajo estos techos dorados, debía ser la princesa. Debía mantener el disfraz intacto, y rezar para que nadie descubriera la verdad antes de que pudiéramos llevar a cabo el plan.
Mientras nos dirigíamos hacia las habitaciones, noté que varios sirvientes nos observaban de reojo, y cada vez que me veían pasar, inclinaban la cabeza con respeto. Se mostraban curiosos ante una princesa cuya existencia conocían, pero que rara vez habían visto en carne y hueso. Aunque en realidad esa princesa no fuese yo, nadie lo sabía. Mi corazón latía con fuerza.
Finalmente, llegamos a los que serían mis aposentos.
- Descansa - me dijo la reina, con una sonrisa tensa - Estarás hambrienta, los sirvientes llegarán pronto con comida para ti y luego mandaré a unas doncellas para que te preparen un baño caliente, esta noche habrá un banquete de bienvenida.
- Sí, majestad - respondí, forzando una sonrisa, mientras hacía una reverencia.
Cuando la puerta se cerró tras la reina, la habitación quedó en un silencio extraño, solo interrumpido por los pasos lejanos en los pasillos y los ruidos de la ciudad que llegaban amortiguados a través de la ventana. Miré hacia el mar desde la ventana, donde las olas rompían suavemente contra la costa, lejos, recordándome la isla que acababa de dejar atrás, aquel lugar seguro que tantas veces había deseado abandonar.
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El destino de Dyla
MaceraDyla forma parte de las doncellas de la princesa Lyra de Taloria, custodiada en un pequeño castillo en una isla en medio del mar. Sus días son monótonos, hasta que un buen día, los reyes de Taloria llegan con una amarga noticia: el rey Faron Nazenor...