Cuando vi a Nivara descender del cielo, una oleada de poder y conexión me atravesó. La dragona, despierta y feroz. Su mirada era intensa y llena de determinación. Inmediatamente noté cómo se formaba una bola de fuego en sus entrañas, pero, en lugar de dirigirse hacia el rey, Nivara, sabia y astuta, centró su atención en Malakar. Con un movimiento de su cola, un torrente de llamas se liberó de su garganta, envolviendo al mago en un fuego voraz. El grito del nigromante, más allá de lo humano, resonó en el aire, un eco de terror y desesperación, mientras las sombras oscuras que lo habían sostenido se desvanecían en el cielo.
Fue entonces cuando noté un cambio en los hombres del ejército de Faron. Como si se hubieran despertado de un largo sueño, comenzaron a luchar de manera torpe, desconcertados y confusos. Entendí de inmediato que la magia que los había dominado estaba desapareciendo, y ya no eran las máquinas de guerra que habían sido instantes antes.
Faron, consciente de que el rumbo de la batalla estaba cambiado, miró hacia atrás con miedo en sus ojos. Sin su nigromante, su aire de invulnerabilidad se desmoronaba. La dragona se posó en el borde de la torre, mientras la determinación burbujeó dentro de mí cuando vi retroceder al rey que tanto había visto en pesadillas. La batalla estaba lejos de terminar, sin embargo, en ese momento, supe que la victoria estaba cerca. Asustado por la imponente presencia de Nivara, giró sobre sus talones y comenzó a correr; ya no era el rey feroz que había desatado el caos en el reino. El miedo le devolvía su humanidad, y me dio el coraje que necesitaba para seguirlo. Con la daga en mano, avancé rápidamente tras él, sintiendo cómo la adrenalina me impulsaba.
Al salir al patio del castillo, la luz del amanecer comenzaba a asomarse entre las nubes grises, filtrándose en tonos cálidos que contrastaban con la frialdad del lugar. Allí mismo, Vareia se interpuso entre Faron y yo, empuñando una espada con firmeza.
- ¡Detente, Faron! - gritó ella, con su voz resonando entre los muros del patio.
El rey se detuvo y sacó su arma. En ese instante, Nivara descendió de la torre, aterrizando con gracia sobre el manto de nieve del patio, con las alas extendidas como sombras gigantes. El tamaño del animal era más imponente de lo que recordaba. Faron retrocedió unos pasos y Vareia, sin dudar, se abalanzó sobre el rey, aprovechando su distracción. La doncella, con la falda de su vestido rajado y hollín en las mejillas, que revelaba que no había permanecido al margen del combate; seguramente había estado protegiendo a sus hijos durante toda la noche, hundió la hoja de su espada en la carne del rey, y un grito desgarrador resonó en el patio, llenando el aire de agonía. A pesar del dolor, Faron se mantenía en pie, su corpulencia le otorgaba una resistencia formidable, y levantó su espada con rabia, listo para contraatacar.
Sin pensarlo, me apresuré hacia Vareia, gritando su nombre para alertarla del peligro inminente. Pero en ese instante, vi a Nivara elevarse nuevamente, sus alas extendiéndose como un manto sobre nuestras cabezas. Noté que la dragona estaba a punto de descargar una llamarada devastadora, y, con un impulso casi instintivo, agarré a Vareia y la tiré hacia un lado, intentando sacarla del alcance del fuego. Ambas caímos al suelo, y el estruendo de la llamarada resonó fuerte a nuestro alrededor. El calor nos envolvió, y antes de que pudiera procesar lo que sucedía, la luz y el sonido se desvanecieron, dejando todo en una oscuridad profunda.
Abrí los ojos lentamente, parpadeando contra la luz del sol que se filtraba entre las nubes grises, que contrastaba con las sombras de la lucha. Los ecos de gritos y el estruendo del metal aún resonaban en mi mente, como un recuerdo distante de lo que habíamos enfrentado. Miré a mi alrededor, observando los restos de la batalla: cuerpos de soldados caídos, y el olor a humo impregnando el aire.
Me senté, fue entonces cuando distinguí la figura de Erland junto a mí, con expresión preocupada.
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El destino de Dyla
AventuraDyla forma parte de las doncellas de la princesa Lyra de Taloria, custodiada en un pequeño castillo en una isla en medio del mar. Sus días son monótonos, hasta que un buen día, los reyes de Taloria llegan con una amarga noticia: el rey Faron Nazenor...