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Ochako quería imaginar que el comportamiento bipolar de Himiko se debía a algo personal o simplemente porque estaba en sus días, pero eso sería algo feo de insinuar.

Sin embargo, no había otra forma de explicar que Himiko le sonriera a todo el mundo cuando estaban juntas, tratándola con cariño y ternura, diciéndole osito y sacaba su lado más meloso, para que apenas quedarán a solas, soltará su mano y no dijera más.

Al parecer, la rubia se estaba tomando su papel de ser su novia falsa enserio, y eso le hería. Se justificaba diciendo que era porque creía tener una relación de amistad con la muchacha, no era porque la estuviera empezando a querer, por supuesto no.

Así que cuando Himiko entró en la cocina, la miró con un puchero mal disimulado, sin saber por qué.

Pero Himiko la ignoró, y Ochako quería protestar porque no podía ignorar sus pucheros. ¡Sus pucheros eran adorables!

Ay, ¿qué estaba pensando?

—Hola Himiko, ¿cómo estás? —saludó su mamá entrando a la cocina—. Oh, ¿trajiste mochis?

—Hola suegrita —la rubia dejó la caja sobre la mesa—. Los hice especialmente para usted.

—¿Y para mí? —Ochako extendió una mano para agarrar uno, pero su mamá le dió un manotazo.

—¡Son míos, Ochako Uraraka! —se quejó ella.

—¡Pero eres mi madre! —protestó la castaña.

—¡Te lo eh dado todo, pero no te daré de mis mochis!

—¡Pero mamá!

—¡¿QUIERES LA CHANCLA, OCHAKO?!

Ochako se volvió a sentar, enfurruñada, murmurando por lo bajó. Sin embargo, de pronto Himiko se sentó en sus piernas, sonriendo.

—No te preocupes, osito, hice un mochi especial para ti —Ochako, sin pensarlo, pasó sus brazos por la cintura de Toga, mirándola a los ojos.

—¿De verdad lo hiciste, gatita? —Uraraka miró la forma en que mordía su labio inferior, y algo pareció calentarse en su interior.

—Sí —Himiko se inclinó, dándole un beso en los labios, y Ochako parpadeó por la sorpresa.

Desde ese primer beso que compartieron habían pasado dos semanas, y Himiko actuó como si no ocurrió nada, así que el hecho de que la besara ahora tan repentinamente la hizo sentir extraña.

Pero sólo fue un beso suave, un simple roce entre ambos labios.

—Te quiero, osito —murmuró la rubia.

A Ochako no le importaba si lo decía enserio o no. De cualquier forma, la hacía sentir cálida, enternecida, calmada.

—Aaaaaaaaaaay, ¡son tan lindas!

Ambas salieron de su burbuja cuendo el flash del celular de la mamá de Ochako las dejó medio ciegas.

Himiko se puso de pie, con las mejillas repentinamente ruborizadas, en tanto Ochako frunció el ceño mirando a su progenitora con desaprobación, quien las ignoraba mientras chillaba al ver la fotografía que saco.

—¡Se la enviaré a todas mis amigas! —estaba diciendo mientras salía de la cocina.

Ochako suspiró, sin comprender un poco a su mamá, y se puso de pie, tomando su mochila.

Luego, arrugó los labios percantándose de algo.

—Himi —la aludida la miró, todavía ruborizada—. ¿Cuándo me mostrarás tu casa?

Haerin se tensó.

Luego, trató de relajar sus hombros.

—No es necesario —hizo un gesto despreocupado—. Después de todo, nos quedan cuatro meses juntas.

¿Por qué cuando Himiko decía eso algo parecía doler en su interior?

Novia de alquiler - TogaochakoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora