Corazón Valiente

• Capítulo 9 •

[¿aún hay odio?]

El viento helado recorría las calles del reino mientras la pequeña ____ deambulaba entre los puestos y tabernas. A pesar de su corta edad, la soledad ya le pesaba en los hombros como una carga imposible de ignorar. Había perdido a sus padres siendo muy niña, y desde entonces vivía bajo el cuidado de la bruja del bosque, aunque nunca se sintió parte de su mundo. La magia no despertaba en ella ninguna fascinación, por lo que se dedicaba a otras tareas simples como recolectar hierbas o limpiar la cabaña. Sin embargo, cada vez que bajaba al reino para intentar comprar algo, la sombra del desprecio la seguía como un mal presagio.

⸻¡Fuera de aquí, aprendiz de bruja! ⸻le gritó el tendero cuando intentó entrar en una tienda para comprar pan.

Intentó acercarse a otro lugar, pero las respuestas siempre eran las mismas: miradas de desprecio, palabras duras y puertas cerradas en su cara. Era como si llevara un estigma grabado en la piel, uno que no podía quitarse.

Frustrada y con el corazón hecho pedazos, vio a lo lejos un grupo de clanes reunidos en la plaza central. Pensó que tal vez ellos podrían ayudarla.

La pequeña ____ corrió hacia el círculo de clanes con la esperanza desesperada de encontrar refugio. Sus piernas temblaban y el viento frío secaba las lágrimas en sus mejillas, pero nada de eso importaba mientras sus pasos la llevaban hacia Fergus, el rey.

⸻¡Por favor! Necesito ayuda, nadie quiere atenderme ⸻dijo, con la voz rota y la mirada suplicante.

Por un breve instante, Fergus la observó con una expresión impasible, como si su presencia no fuera más que una molestia pasajera. Luego, sin decir palabra, giró sobre sus talones y le dio la espalda.

Ese gesto fue como una sentencia. Inmediatamente, las voces de los guerreros estallaron en un grito unísono, un coro cruel que aplastaba cualquier esperanza.

⸻¡Bruja, vete de aquí!

⸻¡No eres bienvenida!

⸻¡Fuera del reino!

La pequeña ____ retrocedió, con los ojos desorbitados por el miedo y la angustia. Los gritos resonaban en su mente como martillazos, aplastándola por completo.

Los sollozos la ahogaban mientras se daba la vuelta y huía del lugar, tropezando con sus propios pies en su carrera desesperada hacia el bosque. Cada grito, cada risa burlona, cada insulto quedaba grabado en su memoria como una cicatriz.

Las ramas rasguñaban su piel, pero no sentía dolor; todo su ser estaba atrapado en un torbellino de emociones. Los árboles la recibieron con la indiferencia que el mundo le había mostrado. A medida que caminaba de regreso a la cabaña, su respiración se entrecortaba y su cuerpo temblaba, pero algo más crecía en su interior.