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†Capitulo IX
Perspectiva Chimo||Todo
PII

Y en ese preciso momento fue donde comenzó mi tormenta y odio hacia la familia Villavicencio, conocía esa familia, todos sabían que eran groseros, cretinos y despiadado, que no tenían ni una pizca de empatía hacia la gente de clase baja. Eso decían todos de esa familia, sin embargo, en el momento que te conocí, no me diste en absoluto esa sensación.

Tu mirada era fría, tu vestimenta demostraba el poder que poseías, pero aún así...

—¿Chimo? ¿Así es como te llamas?

Incluso tu voz era serena, calmada y sólida. No podía dejar de mirarte, estaba claro que eras la chica de mis sueños a pesar de que nunca pude ver tu rostro en ellos. Pero lo demás era idéntico a ti, la altura, el cabello, el cuerpo.
Mi corazón dió una punzada que dolió hasta el alma, lo cual se me hizo raro, se suponía que no nos conocíamos, está era la primera vez en la que te veía y me sentí horriblemente atraído por tu belleza.

Sentía muchas emociones en ese momento, al inicio fue una mezcla de miedo, nostalgia, esperanza y tristeza, pero cuando mencionaste tu nombre fue una mezcla de odio y rencor.

¿Cómo una chica de aspecto amable y noble, podía ser quien me alejo de mi hermana menor?

Me mirabas con curiosidad e inseguridad, como si tú sintieras esa misma punzada que yo sentí cuando te vi. Vernos a los ojos era como viéramos en ambos algo que ya habíamos vivido, algo que ya había sucedido entre nosotros, o al menos así lo sentí yo.
Por el momento estaba cegado por el odio y rencor hacia tu familia por a verme alejado de mi hermana, ni siquiera entendía porque eras amable conmigo.
Eras tan sencilla y linda con todos los trabajadores que llegue a preguntarme, de dónde empezaron a salir los rumores de que eran despiadados y antipáticos.

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—Eres joven, no entiendo porque decidiste trabajar como criado—menciono Carlos, el único mayordomo de la casa, la mayoría eran mujeres—No es como que le paguen bien a los chicos como tú.

No dije nada, solo voltee a verlo de reojo.

—Te daré un consejo, obedece siempre a la Señorita Villavicencio, sobretodo a su Nana, quien es una señora cascarrabias—le dió un mordisco a su manzana que traia en la mano—Eres mi remplazo, yo renuncie. No soporto estar aquí.

—¿Tratan mal a los empleados?—me atreví a preguntar.

Carlos negó con la cabeza;
—La Señorita Villavicencio es una niña linda y amable, desde niña siempre ha sido alguien a quien respetar y valorar, no solo por el hecho de ser nuestra señora—explico—Cuando sea toda una Señorita hecha y derecha no me sorprendería que tenga una fila larga de pretendientes—solto un chiflido.

—¿Eso que tiene que ver con lo que pregunte?—dije incrédulo.

—Nada, solo quería mencionarlo.

Acto seguido tomo otra manzana y se marcho sin decirme porque renunció.

Después de que Carlos se fue de la casa yo me hice cargo de todo, ahora el mayordomo de la familia era yo, aunque todo el tiempo que estuve ahí solo estabas tu, nunca ví a tus padres o supe si es que tenías a un hermano lo cual me hizo tener aun mas curiosidad en ti. Estaba dispuesto a saber todo de ti, pero sentía como algo me apartaba, me alejaba... Era como si me hubieran controlado todas esas veces que quería acercarme a ti, por más que tú te acercabas a mi, algo se apoderaba de mi cuerpo y pensamientos que hacían que a cada rato discutiera contigo.
Siempre discutíamos por cualquier cosa, no importaba si fuera mínima o no, había algo que me hacía discutir contigo; al inicio pensé que era el odio que sentía por tu familia, pero solo me estaba engañando a mi mismo, ni siquiera sabía porque decía cosas que no debía solo para discutir.

Te hice daño en varias ocasiones y aún así tu querías estar cerca de mí. ¿Por qué?

—Estan creciendo muy bonitas las rosas—tu voz cálida me causaba escalofríos. Me asustaba el hecho de las cosas que me hacías sentir, me daba miedo encariñarme contigo y aún así me encariñé sin darme cuenta.

—Crecen junto la belleza de la dueña—dije sin siquiera mirarte.

Podía hablar con tranquilidad si no te miraba a los ojos, porque sabía que si te miraba a los ojos iba a ponerme nervioso e iba decir algo estúpido, algo que puede incomodarte o algo que empiece una discusión.
Cada vez que te halagaba no decías nada, te mantengas callada y eso me causó siempre nerviosismo.

—No soy tan bonita como las rosas.

—Para mí sí lo eres.

Cruzamos miradas, tus ojos castaños, tu piel morena y suave, tu cabello largo y ondulado, tus labios rosados. ¿Porque eras tan jodidamente hermosa?

—Señorita Villavicencio, su Nana la espera en el despacho de la casa—informo una criada a TN, quien se sobre salto y nerviosamente asintió con la cabeza.

—Chimo, puedes... puedes regar las rosas por favor—ordeno con amabilidad. Sin reproche hice caso a su petición pensando en lo que había dicho.

Era alguien descarado, decirle directamente linda a tu patrona era mal visto. Siempre me maldecí por ser a veces descarado contigo, pero ver cómo formabas una sonrisa tierna por cualquier mínimo halago que te hacia me hacía latir el corazón, saber que yo era el causante de esa sonrisa linda, tímida y nerviosa me causaba satisfacción. Estube al rededor de medio año conviviendo contigo, fueron meses complicados.

Recuerdo a la perfección los primeros meses, dónde te aferrabas a ser mi amiga y a causa de eso te lastime el tobillo, cuida de ti en varias ocasiones cuando enfermabas, cuide de tus rosas porque era lo que más amabas, siempre estuve al pendiente de ti porque me causabas curiosidad.
¿Por qué soñaba contigo desde antes de conocerte? ¿Algo me querían decir mis sueños de ti?
Cada vez que soñaba contigo, vestías ropa de distintas épocas, ocasionando más dudas, pero de algo estaba seguro y era que tú y yo teníamos algo mas que una mera amistad. Pensar en eso me aceleraba el corazón, y me llenaba de ilusión mi cabeza. Sentía que realmente podría pasar algo entre nosotros.

Hasta aquel día...

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Por ti || Secuela Donde viven las historias. Descúbrelo ahora