Parte 5

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El verano llegó a su fin, y con él, el tiempo que habían pasado juntos se convirtió en recuerdos atesorados. Pero había algo en el aire, una sensación de urgencia que ninguno de los dos podía ignorar. Una tarde, mientras el sol se ponía detrás de las colinas, Leonardo se detuvo frente a ella y la miró a los ojos.

—Vera, ¿me acompañarías esta noche? —preguntó, con su voz temblando ligeramente—. Quiero mostrarte algo.

Ella asintió, sin preguntar a dónde iban. Lo siguió hasta un campo abierto, dónde la noche empezaba a envolver todo en un manto de oscuridad. Entonces, de repente, como por arte de magia, el campo se llenó de luces centelleantes. Eran luciérnagas, cientos, tal vez miles, que danzaban en el aire como pequeñas estrellas atrapadas en la tierra.

—Es... es hermoso —murmuró Vera, sin poder apartar la vista de aquel espectáculo.

—Lo es —respondió Leonardo, pero sus ojos estaban fijos en ella, no en las luciérnagas—. Vera, desde que llegaste, algo en mí cambió. No sé cómo explicarlo, pero cuando estoy contigo siento que las cosas pueden mejorar, siento que tal vez... tal vez puedo ser feliz de nuevo.


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BAJO EL CIELO DE LUCIÉRNAGASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora