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Capítulo 1: La Jaula de Cristal

Angel nunca había conocido un hogar que se sintiera seguro. Desde la muerte de su madre, la casa se había convertido en una prisión donde cada rincón parecía mirarlo con frialdad, y donde el silencio era su único refugio. Apenas tenía recuerdos de su madre, pero lo poco que quedaba de ella en su memoria era cálido, como una manta suave en una noche fría. Ella había sido su protección y su consuelo, el único punto de luz en su vida. Pero cuando ella murió, su padre cambió.

Para él, Angel se convirtió en un recordatorio doloroso de lo que había perdido. Tenía la misma mirada dulce, la misma piel clara, la misma belleza que parecía frágil y pura, algo que no encajaba en un mundo tan áspero y cruel. Su padre, sumido en deudas y frustración, no veía en Angel a un hijo, sino a una carga y, en sus peores días, a una posible solución para sus problemas económicos.

Una noche, Angel estaba en la cocina, tratando de cocinar algo simple, cuando su padre llegó a casa tambaleándose. Angel ya conocía esa mirada, los ojos rojos y llenos de rabia, el paso torpe y el olor a alcohol que se esparcía por la sala como una advertencia.

-¿Dónde estás, inútil? -gruñó su padre, golpeando la mesa.

Angel se tensó y bajó la mirada, sosteniendo el cuchillo con fuerza para evitar que sus manos temblaran. No contestar era lo mejor; cualquier cosa que dijera podía empeorar la situación.

-¿No oíste? -insistió su padre, acercándose. Angel sintió su aliento, cálido y apestoso, junto a su oído. ¿Qué haces aquí? ¿No tienes nada mejor que hacer que desperdiciar mi dinero en comida?

-Lo siento, padre... Solo estaba preparando algo para la cena, pensé que...

El golpe fue repentino. La mano de su padre lo alcanzó en la mejilla, enviando un dolor agudo por todo su rostro. Angel tambaleó y casi dejó caer el cuchillo, pero se obligó a mantenerlo firme en la mano.

-Pensaste. Claro, pensaste. Pero ¿de qué sirve? -Su padre se burló con una sonrisa amarga-. No eres más que un inútil Omega, igual de inútil que lo fue tu madre.

Angel agachó la cabeza, mordiéndose el labio para no contestar. Cada palabra de su padre era como un veneno que le carcomía por dentro, pero ya estaba acostumbrado a ellas. La única forma de sobrevivir era mantenerse en silencio, ser invisible.

-¿Por qué no haces algo que sirva por una vez en tu vida? -le espetó su padre, mirándolo de arriba abajo, con esa expresión de desprecio que parecía reservada solo para él. ¿O prefieres quedarte aquí, ocupando espacio y comiendo como un parásito?

Angel intentó no dejar que las palabras lo afectaran, pero cada insulto, cada golpe, lo dejaba sintiéndose más pequeño, más insignificante. Apenas podía recordar las pocas veces en las que su padre había sido amable con él. Ahora, todo se había reducido a rabia y desdén.

-Lo siento... -murmuró, tratando de evitar el contacto visual.

-¿Lo sientes? ¿Eso es todo lo que tienes para decir? -Su padre lo empujó contra la pared, presionándolo con una mano en el pecho-. Tal vez deberías disculparte por haber nacido. ¿Sabes lo que me costó tu existencia? Todo. Tu madre y tú me arruinaron.

Angel sentía que el dolor en su pecho iba más allá del golpe físico; era un dolor que lo perforaba desde adentro, que le recordaba que, para su padre, él no era más que un error. Las lágrimas amenazaban con brotar, pero se las tragó. Ya sabía que llorar solo empeoraba las cosas.

Su padre lo miró un momento más, los ojos llenos de desprecio. Finalmente, soltó una risa amarga y retrocedió, dejándolo apoyado contra la pared.

-Eres débil. Igual que tu madre. No eres más que una carga inútil -se burló, y luego se dejó caer pesadamente en el sofá, cerrando los ojos como si hubiera olvidado por completo la presencia de Angel.

Angel se permitió respirar, aunque aún sentía el ardor en la mejilla y el dolor en el pecho. Sabía que si su padre continuaba bebiendo, la situación podía empeorar. Así que se apresuró a terminar de cocinar y a dejar su porción a un lado, en silencio. Cada vez que preparaba algo para él, se aseguraba de que fuera algo que pudiera comer rápido y sin dejar rastros, para evitar la ira de su padre.

Se dirigió a su habitación, ese pequeño espacio que apenas podía Ilamar suyo. Desde la ventana podía ver las luces de las casas cercanas y oír a la gente pasar, los murmullos de las personas que se cruzaban, algunas parejas riendo, y a veces, el murmullo de conversaciones llenas de temor sobre historias oscuras. Apenas unas semanas atrás, había escuchado un rumor sobre un Alfa Ilamado "el asesino de Omegas", alguien cuya existencia parecía estar envuelta en misterio y terror. Al recordarlo, Angel sintió un escalofrío, pero el miedo que sentía hacia su padre era tan grande que esas historias parecían

insignificantes en comparación.

Se sentó en la cama, abrazándose las rodillas y respirando hondo. Recordaba que, en una época, soñaba con escapar de su hogar, con encontrar un lugar donde alguien lo mirara con cariño, como lo había hecho su madre. Pero esos sueños parecían absurdos ahora; estaban tan lejanos como las estrellas en el cielo nocturno. Intentar vivir algo más allá de esas paredes solo le traería más problemas, lo sabía.

A medianoche, mientras el alcohol hacía efecto en su padre y este caía en un sueño profundo, Angel se permitió cerrar los ojos, aunque sabía que su paz duraría poco. La vida que llevaba era como una cuerda tensa, siempre a punto de romperse, y él vivía en un constante estado de alerta, esperando el próximo golpe, el próximo insulto, el próximo recordatorio de que, en el mundo de su padre, él no era más que un peso muerto, un error.

Había noches en que el dolor físico desaparecía, pero el emocional permanecía, hiriéndolo de maneras que no podía entender del todo. Pensaba que su belleza, ese mismo rasgo que tantas personas admiraban en otros, en él era solo una maldición. Quizás, si fuera menos hermoso, su padre no lo despreciaría tanto. Quizás, si no hubiera heredado la fragilidad de su madre, su existencia tendría algún sentido para él.

Pero en la oscuridad, mientras el silencio reinaba en la casa y su padre roncaba en la sala, Angel comprendía que no tenía adónde ir. Estaba atrapado, encadenado a una vida que no había elegido y que no podía cambiar. Lo único que le quedaba era la esperanza de que le quedaba era la esperanza de que algún día, de alguna forma, las cosas cambiaran.

Sangre bajo el Crepúsculo (omegaverse Bl)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora