4. La despedida del inocente

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Capítulo 4: La Despedida del Inocente

La casa estaba en completo silencio, solo interrumpido por los murmullos bajos de la conversación que Angel podía escuchar desde el pasillo. Cada palabra se sentía como un puñal, una sentencia que lo separaba del mundo que conocía. Trató de ignorar los fragmentos, pero su cuerpo, estremecido y paralizado, parecía saber lo que estaba por ocurrir.

Finalmente, las voces se acercaron, y Kalen apareció en el umbral de la puerta de su habitación. Su figura se perfilaba como una sombra amenazante, y en sus ojos brillaba una mezcla de posesión y satisfacción cruel. Tras él, su padre miraba a Angel, con una expresión tan fría y vacía que le helaba la sangre.

Angel se irguió, forzándose a mantener la compostura aunque sus piernas temblaban. No sabía qué decir, cómo detener lo inevitable, pero el pánico lo impulsó a murmurar, casi en un susurro:

—P-por favor… no me lleven. —Las palabras se le escaparon sin querer, su voz temblando con cada sílaba. Buscaba en los ojos de su padre algún rastro de humanidad, alguna señal de que todo esto era un malentendido.

Pero su padre simplemente soltó una risa amarga, cruzando los brazos y observándolo con un desprecio que Angel jamás había visto.

—¿Y por qué no debería? —respondió, su voz cargada de sarcasmo—. La verdad es que no tengo razón alguna para mantenerte aquí. No sirves para nada, Angel. Ni siquiera para eso.

Las palabras de su padre lo golpearon como una bofetada. Angel sintió cómo la desesperanza lo envolvía, haciendo imposible respirar. Su pecho subía y bajaba de forma agitada, y un mareo comenzaba a apoderarse de él. Sin embargo, Kalen no le dio tiempo para reaccionar. Avanzó un paso y lo sujetó del brazo con una fuerza que dolía.

—Tu padre ya tomó su decisión. Yo me encargaré de que no seas una carga para nadie —dijo, con un tono gélido y burlón. Luego, con un movimiento brusco, lo jaló hacia él, obligándolo a inclinar la cabeza.

—No… por favor… —Angel intentó resistirse, intentando en vano liberarse del agarre de Kalen, pero su cuerpo se sentía débil y sus fuerzas eran insuficientes.

Kalen se rió de su desesperación, acercando su rostro hasta que sus bocas casi se tocaban.

—¿Qué esperabas, Angel? ¿Que alguien como tú tuviera otra opción? —murmuró, cada palabra cargada de cinismo—. Los omegas solo sirven para cumplir una función, y créeme, harás bien en entenderlo rápido.

Los ojos de Angel se llenaron de lágrimas, incapaz de soportar la crudeza con la que Kalen hablaba de él como si fuera un simple objeto. En un último intento desesperado, miró a su padre, esperando que dijera algo, que lo defendiera… pero él solo observaba la escena con una sonrisa de satisfacción.

—Al fin podrás pagarme por los años que has vivido bajo mi techo —dijo su padre, con una crueldad que nunca había mostrado antes—. Honestamente, no sé cómo no lo hice antes. Tendría que haberme deshecho de ti desde hace mucho.

Cada palabra se hundía en el alma de Angel, desgarrándola. Sintió que algo dentro de él se rompía, como si el suelo se desmoronara y lo dejara caer en un vacío oscuro. Las lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas sin control.

—P-podría… trabajar —logró balbucear entre sollozos, mirando a Kalen, quien lo miraba como si su súplica fuera el más patético intento de salvación—. Podría hacer lo que sea…

Kalen lo miró con una mueca de burla, apretando su agarre hasta que Angel sintió que su brazo se entumecía.

—¿Trabajar? —repitió, soltando una carcajada seca—. No seas ridículo. Los omegas como tú solo sirven para una cosa… y tú la cumplirás.

Angel sintió que la humillación lo embargaba, y cada risa de Kalen retumbaba en sus oídos como una sentencia. Justo cuando pensó que no podría ser peor, Kalen lo arrastró hacia la puerta sin más preámbulos, forzándolo a seguirlo. Angel trató de resistirse, sus piernas tambaleándose mientras el agarre de Kalen se hacía cada vez más doloroso, pero no podía hacer nada para detenerlo.

Justo antes de salir, sus ojos se posaron en una fotografía pequeña en la mesa. Era la imagen de su madre, su único consuelo, el único recuerdo de un tiempo en el que la vida parecía menos cruel. Extendió su mano temblorosa y logró aferrarse a la foto.

Kalen notó el movimiento, pero simplemente levantó una ceja con una mueca despectiva.

—Aférrate a eso todo lo que quieras. No cambiará nada —escupió, mientras lo empujaba hacia la puerta de la casa.

El mundo a su alrededor se volvió un borrón. Angel sentía que sus piernas apenas podían sostenerlo, pero Kalen no le dio tregua; lo empujó sin piedad hacia el coche que esperaba en la entrada, abriendo la puerta de un tirón y prácticamente arrojándolo dentro. Angel cayó sobre el asiento, y antes de poder incorporarse, Kalen se sentó a su lado y cerró la puerta con un golpe.

El viaje fue un tormento. Angel no dejaba de mirar por la ventana, su mente en blanco, sin poder procesar del todo la situación. Su cuerpo aún temblaba y apenas podía contener los sollozos que querían escapar. Kalen lo ignoraba completamente, como si él no fuera más que una carga que debía transportar.

Finalmente, llegaron a una mansión imponente. La estructura era fría, intimidante, con altos muros de piedra que parecían cerrarse a su alrededor. Cuando Kalen lo bajó del coche y lo empujó hacia la entrada, Angel sintió que el aire le faltaba y el miedo comenzaba a tomar el control.

Al cruzar las puertas, un grupo de hombres lo recibió, observándolo con miradas curiosas y despectivas. Uno de ellos se acercó, esbozando una sonrisa retorcida.

—Así que este es el omega que nuestro señor ha conseguido —dijo, evaluando a Angel con un gesto de burla—. Una adquisición hermosa, Jefe.

Otro de los hombres soltó una carcajada y le dio una palmada a Kalen en el hombro.

—Tendrá unos hijos hermosos. Apuesto a que sus características son… excepcionales. Buen gusto.

Angel sintió que la sangre se le helaba al escuchar esas palabras, y un estremecimiento recorrió su cuerpo. Se aferró con más fuerza a la fotografía de su madre, su único consuelo, y bajó la mirada, tratando de ignorar las risas y las miradas invasivas de aquellos hombres.

Kalen, disfrutando de la situación, lo sujetó del mentón y obligó a Angel a levantar la vista, haciendo que lo mirara directamente a los ojos.

—Escúchame bien, Angel —dijo en un tono firme, sin rastro de compasión—. Ya no eres más que mi omega, ¿entiendes? Harás lo que te diga, sin objeciones. Y si intentas resistirte… —se inclinó hacia él, sonriendo de forma cruel—, será peor para ti.

Angel sintió que el pánico lo embargaba completamente. Sus lágrimas comenzaron a fluir con más fuerza, y cada palabra de Kalen parecía un eco que se repetía en su mente, sofocándolo, destruyéndolo. No había escapatoria; estaba atrapado en un destino que lo llenaba de terror y desesperación.

Mientras las puertas de la mansión se cerraban, Angel comprendió que el nuevo infierno lo esperaba con ansias.

Sangre bajo el Crepúsculo (omegaverse Bl)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora