2. Una Amabilidad Condicionada

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Capítulo 2: Una Amabilidad Condicionada

Habían pasado unos días desde la última vez que Angel sintió el ardor de un golpe en su mejilla o el dolor sordo en su pecho. Su padre, en un giro inusual, parecía haber controlado su temperamento, y aunque aún tenía arranques de ira en los que lanzaba objetos o gritaba sin motivo aparente, no lo había tocado.

Una tarde, su padre incluso llegó a casa con un pequeño frasco de pomada.

—Para que te cures eso —dijo, señalando la mejilla de Angel. Su tono era casi casual, como si fuera un gesto común, pero Angel sintió una mezcla de sorpresa y confusión. No entendía ese repentino cambio, y una parte de él estaba inquieta, como si estuviera esperando que en cualquier momento su padre volviera a su habitual actitud violenta.

No tardó en confirmarse que esa amabilidad tenía un propósito. En una noche inusualmente tranquila, su padre lo llamó desde la sala.

—Angel, ven aquí. Necesito hablar contigo —dijo en un tono que Angel apenas reconoció, casi… ¿amable?

Con cautela, Angel se acercó, esperando lo peor.

—Escucha, pasado mañana vendrá un amigo a cenar. Así que vas a limpiar la casa a fondo y prepararás una buena comida. —Su padre lo miró con una expresión amable, aunque controlada—. Y te comprarás ropa decente, algo que te haga lucir presentable.

Angel asintió, tratando de no demostrar la inquietud que sentía. Aunque su padre estaba actuando amable, su instinto le decía que algo no estaba bien. Entonces, sin poder evitarlo, comentó en voz baja:

—P-pero p-padre… Tal vez podríamos usar ese dinero para pagar algo de la deuda…

Un silencio gélido cayó en la habitación. Su padre lo miró, y en sus ojos apareció una chispa de ira contenida. Angel supo en ese instante que había cruzado una línea.

—¿Y tú qué sabes sobre dinero? —su voz, aunque baja, estaba cargada de peligro—. Si no fuera porque el vendrá mañana, ya te habría dado una lección por hablar de más.

Angel bajó la cabeza, apretando los labios para no responder. Sabía que había tenido suerte de que su padre se contuviera, pero el miedo permanecía, latiendo en su pecho como una advertencia silenciosa.

—Muévete. No te quedes ahí parado molestando —su padre agregó, mientras volvía a su silla, dándole la espalda.

Esa misma noche, Angel se dedicó a limpiar cada rincón de la casa con esmero. Frotó las superficies, barrió los suelos y limpió las ventanas hasta dejarlas relucientes. La presión de agradar a su padre lo mantenía en un estado constante de alerta, y aunque estaba exhausto, no se permitió descansar hasta que la casa estuvo impecable.

A la mañana siguiente, se dirigió al mercado a comprar los ingredientes para la cena. Había ahorrado algo del dinero que le dio su padre para elegir lo mejor sin gastar de más. Mientras caminaba por las calles llenas de gente, su mirada se desvió hacia una tienda de ropa. En el escaparate, una camisa simple, de tela suave y en un tono claro, captó su atención. Era una prenda sencilla, pero tenía un corte delicado que resaltaría su figura de una forma sutil.

Se quedó mirándola, indeciso. Sabía que su padre esperaba que se comprara algo para verse "presentable", pero el dinero no sobraba, y él había sido lo suficientemente prudente como para gastar poco en la comida. Sin embargo, un extraño impulso lo hizo quedarse observando la camisa, como si pudiera ver una versión de sí mismo que apenas reconocía, una que no estaba cubierta de golpes o insultos.

—Es bonita, ¿verdad? —Una voz masculina sonó a su lado, rompiendo su ensoñación.

Angel giró la cabeza y se encontró con un hombre desconocido que lo miraba con una sonrisa en el rostro. Era alto y tenía una presencia imponente, sus ojos lo examinaban con una mezcla de curiosidad y algo que Angel no pudo identificar.

—Ah… sí… —Angel respondió, sintiéndose repentinamente avergonzado. No estaba acostumbrado a hablar con extraños, y menos aún a recibir atención de alguien así.

El hombre observó la camisa en el escaparate y luego miró a Angel, evaluándolo.

—Creo que te quedaría perfecta —dijo con tono suave—. Te haría ver… ¿cómo decirlo? Como alguien que merece ser visto. Perfecto.

Angel sintió un leve sonrojo en las mejillas, y, sin saber qué responder, se limitó a agradecerle con una inclinación de cabeza.

—Gracias… —dijo, intentando sonar educado.

— No deberías hacerlo, una rosa como tú mereces todos los elogios que ya fueron dados.

El hombre lo miró por un momento más antes de sonreír de nuevo y alejarse, dejando a Angel con una sensación extraña en el pecho. Ese hombre le daba miedo, una sensación que no podía quitar, pero solo era una superstición después de todo aquel hombre fue amable.

Finalmente, decidió comprar la camisa y regresó a casa, apretando la bolsa de papel en la que venía. Sabía que su padre seguramente se fijaría en el dinero que había gastado, pero intentó no pensar en ello.

Al llegar, su padre ya estaba en la sala, esperándolo. Lo miró de arriba abajo, y sus ojos se posaron en la bolsa con una expresión de desaprobación.

—Espero que hayas elegido algo decente —gruñó—. Aunque probablemente ni eso has hecho bien.

Angel tragó en seco y sacó la camisa, mostrándosela con cuidado. Su padre la miró en silencio y, tras unos segundos, soltó un suspiro lleno de disgusto.

—¿Eso es lo mejor que pudiste encontrar? Es demasiado modesto, casi parece ropa de luto. Deberías haber elegido algo que te hiciera ver menos… insípido. —Lo miró con desdén—. Aunque, supongo que tu rostro compensa un poco.

Angel sintió el dolor de las palabras de su padre, pero no se atrevió a responder. Entonces, su padre dio un paso hacia él y, por un momento, Angel creyó que lo golpearía de nuevo. Su cuerpo se tensó, preparándose para el impacto, pero el golpe no llegó.

En cambio, su padre lo miró con una mezcla de desprecio y algo más que Angel no podía identificar, una chispa en sus ojos que lo hacía sentir como un objeto valioso, pero que no tenía voz ni valor propio.

—Asegúrate de no arruinar nada mañana —dijo finalmente, con voz fría, antes de girarse y salir de la habitación.

Angel soltó un suspiro contenido, sintiendo el alivio mezclado con un miedo latente que nunca desaparecía del todo. Se dirigió a su habitación, sosteniendo la camisa entre las manos. El roce suave de la tela era casi un recordatorio de que, en algún lugar dentro de él, existía algo de la dulzura que su madre siempre le había dicho que poseía. Pero en esa casa, esa dulzura era solo una debilidad que su padre despreciaba.

Se sentó en la cama y miró la camisa por unos segundos antes de dejarla cuidadosamente doblada sobre la silla. El día siguiente sería una prueba más de su paciencia y resistencia.

Sangre bajo el Crepúsculo (omegaverse Bl)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora