Capítulo 9

598 96 33
                                    


──── ∗ ⋅ÁNGELO⋅ ∗ ────

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

──── ∗ ⋅ÁNGELO⋅ ∗ ────


Bellagio. Cinco estrellas. Lujo a raudales.

Mi vecino guardaespaldas me ha traído a uno de los mejores hoteles de Las Vegas y todavía tiene la desfachatez de seguir afirmando que ese es su puesto de trabajo en la seguridad Bonaccorsi

Aquí estoy, replanteándome mi grado de locura mientras me paseo por los jardines botánicos del primer hotel al que he ido en mis veintiocho años.

Todavía es verano y todo va acorde a los colores vibrantes de la estación. Tantas flores para oler, tantos carteles informativos para leer y tantas parejas cogidas de la mano...

Sebastián me dejó durmiendo en nuestra suite de dos habitaciones. Cuando desperté, me duché y me puse guapo para bajar al buffet a desayunar —en la medida de lo que me resulta posible—, cuatro guardaespaldas gigantes me esperaban en el pasillo. Owens, otro señor igual de mayor, y dos novatos.

Ahora me persiguen a todas partes y creo que gracias a ellos nadie se me acerca.

Sebastián es alguien importante y yo su secreto. Se fue, me dejó una tarjeta negra sin límite de crédito en la mesita de noche y me puso escolta. No sé qué pensar.

¿Y si está casado?

¿Me asignó seguridad porque teme que pierda la cabeza con alguno de los múltiples borrachos que se pasean por todas las partes del hotel?

Se ve ilógico que me haya traído. No me utiliza para satisfacer sus necesidades sexuales y es evidente que las tiene. Me mira, me seduce, me desea y nunca me toca.

—Señor, ¿desea un cóctel?

—¿Qué? —Miro al guardaespaldas que acaba de hablarme y me fijo en mí mismo. Salto sobre la plataforma central de la gran fuente con cascada, en la que me he colado para sentarme a mirar al infinito tras haberme mojado las Converse con dramatismo—. Oh, hombre... Qué desastre. No se lo diga a Sebastián, por favor.

Me hace un gesto de cremallera en los labios y eso disipa gran parte de mi bochorno. El señor Owens aparece para salvar la escena y zarandea un bonito bolso mensajero en color marrón. Parece nuevo, tiene el logo de mis zapatillas empapadas y confirmo que lo es cuando me acerco.

Si, huele a nuevo.

—¡Qué bonito, señor Owens!

Lo abre y saca de dentro una caja con par de preciosas zapatillas amarillas. Y unos calcetines con calaveras siniestras. Este guardaespaldas es el mejor del mundo.

—No aceptó la ropa y pensé que podía dar en el clavo con esto.

—¡Gracias, gracias, gracias! —Le doy un abrazo que hace que el otro señor guardaespaldas suelte una carcajada. Creo que es su esposo, los dos tienen la misma alianza—. ¡Es usted un ángel de la guarda!

Mi guardián BonaccorsiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora