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Las “piezas” toman su propio rumbo 

Centro medico 

LA. FABRICA 
11:00 AM

Frank despertó de manera agitada. Las luces tenues del techo parpadeaban, y el lugar era tan blanco que parecía iluminarse y reflejarse en todos lados. Sus manos, pies y cintura estaban atados a una camilla, lo que le impedía moverse. Miró a su alrededor y solo vio cuerpos inertes, casi esqueléticos, en camillas cercanas. En el centro del salón, había otra camilla con alguien cubierto por una sábana blanca que contrastaba con el ambiente. Además de los cadáveres, la sala estaba llena de miles de aparatos médicos, algunos emitiendo sonidos espeluznantes, mientras que otros parecían hacer juego con el gran espacio hospitalario. Al parecer, no había nadie más allí; solo él y su herida de bala, que ya había sido tratada. ¿En qué momento? ¿Acaso había perdido la conciencia? Pensó, sumido en un mar de dudas.

De repente, la puerta a su izquierda se abrió de par en par. Frank no dijo una sola palabra; se quedó inmóvil. Las personas que entraron eran médicos, vestidos con uniformes y batas blancas, pero sus rostros estaban cubiertos como si no tuvieran facciones. Solo se veían siluetas, rostros que recordaban a los maniquíes. Para Frank, esto no era nada sorprendente; ya había convivido con ellos. Sabía que cada persona ocultaba su rostro, al igual que los de mando. Nadie conocía su identidad, y no estaba seguro de si realmente eran humanos. Sin embargo, ese no era el tema de investigación de Frank; estaba furioso por lo que había ocurrido esa mañana, por la traición que lo estremecía y le causaba más dolor que la herida de bala. Su mente se centró en Lewis, quien le había fallado y le había jugado sucio. Se sentía como un simple peón en el gran juego de la E.M.C. Quizás todo lo que le estaba ocurriendo era consecuencia de la traición hacia Lewis, y el mal se estaba apoderando de él, haciéndole lo mismo que a Ágata, quien representaba un mal aún mayor y difícil de disipar.

Los médicos, al entrar, comenzaron a revisar el cuerpo que estaba frente a Frank. Se comunicaron entre ellos, pero Frank no pudo escuchar lo que decían. Luego, un par de ellos se dirigió a uno de los cadáveres inertes que estaban a su lado, examinándolos y observándolos detenidamente. 

—Están sin vida, pero aún su cerebro funciona —dijo uno de los médicos con fascinación.

—Eso son buenas señales, lo que significa que… 

—Que el trasplante de cerebros artificiales puede funcionar perfectamente en otros cuerpos —continuó el médico—. Esto es una gran sorpresa para nuestra directora.

—¿Por qué lo dices?

—Si un humano puede adaptarse a un cerebro artificial, podría desarrollar poderes psíquicos con el tiempo. Esto sería una señal de invasión. ¿Te imaginas un mundo en el que todos deseen comprar un cerebro artificial para sustituir el suyo? Controlar objetos y equipos electrónicos solo con la mente. Sería una potencia mundial, además de generar una fortuna extraordinaria.

—Nuestras investigaciones avanzan de lo mejor a lo sorprendente. Así que estos cadáveres pueden volver a la vida, y solo nosotros podemos controlarlos.

—Serían simples marionetas, un cerebro manejado por personas.

Los dos médicos se acercaron a Frank.

—¿Y tú, cómo sigues? —preguntaron, tomando sus pulsaciones y escuchando su corazón—. Al parecer, estás perfectamente.

—Solo te falta un poco más de recarga y te largarás —añadió uno de ellos con una sonrisa.

Frank, en cambio, mostraba signos de tensión y furia.

—¿Y después a dónde me llevarán? ¿Al laberinto, cierto? Prefiero que me maten y experimenten con mis entrañas antes de ir a ese maldito lugar.

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