La Corte del ZarcilloRoto (#12)

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A lo que saben tus talones

Clint cruzó el portezuelo con determinación, sintiendo el aire tenso a su alrededor. A lo lejos, el murmullo de Norman crecía, anunciando su inminente abordaje a la lancha. Mirando hacia el horizonte, señaló con un leve gesto de la cabeza.

—¿Ves eso?

Brent siguió su mirada y notó una figura a lo lejos que parecía aproximarse, trayendo consigo la promesa de un encuentro inesperado. Era momento de atraer a Losada y hacer que explicara cuál era su problema.

Diego observó a Brent, y una leve sonrisa nostálgica asomó en su rostro al recordar los días en que la vida era más sencilla. Evelyn había impuesto solo una regla: que honraran a sus padres practicando el combate medieval como disciplina compensatoria, hasta que tuvieran la edad suficiente para elegir un psicoanalista.

Brent y Damiana, como los mayores, fueron designados tutores. Jugaron a cumplir ese rol con la difícil carga de sostener el legado de sus padres perdidos, mientras intentaban mantenerse unidos y poner en orden sus vidas. Ambos eran perfeccionistas, ansiando la validación de su abuelo y de Flanagan, las únicas personas que habían sido cercanas a sus padres. Con el tiempo, aprendieron que el doble filo de las espadas les enseñaría a estar siempre preparados.

Diego, por su parte, siempre fue el más reflexivo, el más paciente. Solía seguir los pasos de Norman, mientras que Antonia y Daisy eran inseparables en aquellos entrenamientos, lo que les forjó un sentido de pertenencia compartido. Además, el hijo de doña Lidia le había dado clases de espada y de látigo, preparándolo como el primer protector de la princesa. Estas lecciones, junto con los constantes ejercicios de combate con Antonia, se habían convertido en su único escape en un mundo cada vez más sombrío.

—¿Te acuerdas de cuando éramos niños? —dijo Diego, con la voz cargada de una extraña melancolía—. Siempre nos metíamos en problemas... y tú siempre encontrabas la manera de sacarnos, aunque casi nunca sin una buena regañina de la tía.

Brent rió por lo bajo, asintiendo.

—Sí, y siempre acabábamos los siete apilados en el suelo, peleando por el estandarte de la Nigromante Muda, cubiertos de barro, como si realmente estuviéramos en una misión de vida o muerte —recordó Brent con un brillo en los ojos—. Supongo que ese era un buen eslogan para alguien de diez años, ¿no?

Diego asintió, y su expresión se tornó más seria

—A veces pienso en esas leyendas que mi papá nos contaba —dijo en voz baja— Ulises, Belerofonte y Arturo... permanecían unidos, a pesar del hechizo de Sansón aprendían que su fuerza estaba en su lealtad mutua; nunca quise ir al peluquero después de su desaparición, solo venir aquí con ustedes donde nos creíamos invencibles, ¿no? Como si esas historias fueran reales... y, para nosotros, creo que lo eran

Brent lo miró, y una chispa de determinación cruzó por su rostro.

—Es que lo eran, Diego. A nuestra manera, esas leyendas no solo eran cuentos sobre tener el cabello largo, nos enseñaron a cuidarnos entre nosotros.... y ahora, en lo que sea que venga, seguimos con la misma palabra que nos enseñamos hace tanto tiempo

Diego esbozó una sonrisa.

—"Juntos"

Diego se detuvo un momento, apretando con firmeza el hombro de Norman y mirándolo directamente a los ojos. Su expresión mostraba una mezcla de solemnidad y vulnerabilidad, algo que rara vez dejaba ver.

—Mira, Norman —comenzó Diego, con voz grave pero serena—sé que hemos tenido nuestras diferencias, tú tienes tu forma de ver el mundo, y yo... bueno, tengo la mía, pero Antonia nos necesita...

La Corte del ZarcilloRotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora